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HISTORIA
La aristócrata suiza, espía del Rey Sol
Katharina Franziska von Wattenwyl vivió libre como una amazona y acabó escribiendo sus memorias después de ser capturada y torturada

Melena rubia, rizos perfectamente ordenados, tez blanca como la nieve, labios prominentes, ojos azules como los glaciares alpinos… A simple vista, la protagonista del retrato al óleo pintado por Theodor Roos en 1674 parece una figura etérea, salida de un cuento de hadas. Pero el abrigo rojo con cuello de piel de armiño y la armadura que porta revelan otra historia. No es la musa de un noble ni una reina de leyenda: es Katharina Franziska von Wattenwyl, una aristócrata bernesa convertida en espía de Luis XIV, conocido como el Rey Sol

Nacida en diciembre de 1645 en la abadía de Bonmont, en el actual cantón de Vaud (Suiza), fue la menor de once hermanos. En el castillo de Oron, donde su padre era alguacil, creció y aprendió desde niña a abrirse paso entre la autoridad de sus hermanos mayores y los rigores de una nobleza suiza protestante. Sus padres murieron cuando ella tenía solo trece años, y con ellos desapareció la estabilidad de su infancia. Pasó de casa en casa, de familia en familia, hasta que a los veinte años ingresó en la corte francesa. Allí su carácter indomable no tardó mucho en manifestarse.
Las hazañas de von Wattenwyl la convirtieron en una leyenda viviente. Jinete excepcional, llegó a desafiar a una noble francesa a una pelea nocturna a caballo con pistolas, aunque el enfrentamiento terminó en un duelo de espadas tras descubrir que les habían quitado la munición a ambas. La pelea solo se detuvo cuando intervinieron sus familias. Tenía convicciones fuertes y ningún miedo a defenderlas. En otra ocasión, recibió como regalo un par de pistolas de doble cañón por haber domado un caballo considerado indomable. No dudó en usar una de ellas contra un conde que la acosó durante una cacería. A partir de ese momento, la figura de von Wattenwyl comenzó a correr de boca en boca en los salones europeos.
Incluso Cristina de Suecia, reina famosa por su erudición y excentricidad, quiso tenerla como dama de compañía. Sin embargo, las diferencias religiosas lo impidieron: su familia protestante se opuso a que sirviera a una reina católica. Esa misma brecha religiosa arruinó también su primer amor. Su familia rechazó la propuesta matrimonial de un noble de la familia von Diesbach de Friburgo por los mismos motivos confesionales. Finalmente, se casó con un joven pastor protestante, al que más tarde persuadió para que desapareciera de su vida asumiendo el cargo de párroco en un remoto valle de los Alpes.
En 1679, tras enviudar, contrajo segundas nupcias con Samuel Perregaux, secretario de la corte y alcalde de Valangin, en Neuchâtel. Esta vez encontró la felicidad: tuvieron dos hijos, Théophile y Elisabeth Perregaux. Por un breve tiempo, disfrutó de una existencia relativamente tranquila. Pero la historia de Europa no concede largos respiros.

Convertida en chivo expiatorio
Durante la Guerra de los Nueve Años (1688–1697), Suiza se convirtió en un tablero de ajedrez geopolítico, al encontrarse atrapada entre las grandes potencias. Von Wattenwyl, que apoyaba la causa borbónica, fue reclutada como «espía del Rey Sol» por el embajador francés Jean-Michel Amelot, que residía en Solothurn, sede diplomática de Francia en Suiza. A través de mensajeros, ella transmitía información valiosa, en ocasiones obtenida directamente del alcalde de Berna, Sigismund von Erlach, simpatizante de la causa francesa.
En diciembre de 1689, su suerte cambió. Su mensajero fue interceptado, sus cartas descubiertas. La noble bernesa fue arrestada en plena noche y encarcelada en la famosa Käfigturm de Berna, una torre barroca convertida en prisión. Allí, durante semanas, fue brutalmente torturada. Durante ese tiempo fue retratada por el artista Joseph Werner, quien criticó públicamente el proceso en sus miniaturas alegóricas. La convirtieron en chivo expiatorio de una lucha entre facciones pro y antifrancesas, presentándola como si hubiera actuado en solitario. Sus cómplices masculinos escaparon libres, von Wattenwyl, en cambio, fue condenada en 1690 a muerte por alta traición.
La intervención de su poderosa familia logró cambiar la sentencia: en lugar de la decapitación, fue exiliada. El embajador Amelot pagó 200 pistolas para cubrir los gastos del juicio y los honorarios de los abogados. En 1692, tras sufrir dos años de prisión, fue liberada, desfigurada, con el cuerpo completamente magullado, pero viva.
Se refugió en el castillo de Valangin junto a su esposo, donde escribió sus memorias. En esas páginas, recogió la esencia de una vida sin concesiones y constituyen prácticamente la única fuente de información sobre su extraordinaria vida.
Y así, volvemos al retrato de Theodor Roos: ¿es hombre o mujer? ¿heroína o traidora? ¿amazona o víctima? La respuesta es todas y ninguna. Katharina Franziska von Wattenwyl fue una figura de su tiempo, pero también de todos los tiempos: luchó duelos, domó caballos salvajes, disparó a sus acosadores y arriesgó su vida como espía internacional. Su historia nos recuerda que la realidad a menudo supera a la ficción, especialmente cuando se trata de mujeres que se negaron a aceptar los límites de su tiempo.
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