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Desperta Ferro

La Armada española en combate, un caso de éxito

La marina ilustrada del siglo XVIII no brilló únicamente por su contribución a la ciencia y la técnica, sino que defendió con éxito el vasto imperio ultramarino, acabó con el corso berberisco y puso a Gran Bretaña contra las cuerdas

'Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de Vernon (1719)' (1888), óleo sobre lienzo de Rafael Monleón y Torres (1843-1900)
'Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de Vernon (1719)' (1888), óleo sobre lienzo de Rafael Monleón y Torres (1843-1900)Museo Naval de Madrid

Bombardeos a plazas costeras, desembarcos, ataques a convoyes, incursiones y, por supuesto, grandes batallas navales; a lo largo del siglo XVIII, la Real Armada española se enzarzó en innumerables combates desde el Mediterráneo hasta el mar de la China en defensa su vasto imperio global y en la pugna por el dominio de los océanos. Los distintos tipos de buques de guerra, desde los poderosos navíos de línea hasta las pequeñas lanchas cañoneras, cumplían cada uno una función determinada en la estrategia naval española.

La evolución de las tácticas navales, que en la época de la Ilustración privilegiaron una aproximación científica al fenómeno del combate, se tradujo en el desarrollo de la «línea de batalla», un complejo esquema en el cual los navíos de línea, las mayores máquinas bélicas creadas hasta entonces, se integraban en una extensa formación que proyectaba cientos de cañones hacia el enemigo para desorganizarlo con su fuego y doblegarlo. La Real Armada libró grandes batallas contra su omnipresente enemiga, la británica, con desigual suerte –Tolón (1744), San Vicente (1797), Finisterre (1805) y Trafalgar–, sin olvidar la exitosa defensa de plazas portuarias como Cartagena de Indias (1741) y Cádiz (1797). Marinos españoles como José de Mazarredo, Antonio de Escaño y Domingo Pérez de Grandallana se contaron entre los grandes tácticos navales de la época.

Para combatir, los buques de la Armada precisaban de armamento, pólvora y municiones, la mayoría de los cuales se fabricaban en la Península, bien en reales fábricas o en los talleres de asentistas privados que gestionaban grandes contratas para el Estado. Todo este material era transportado hasta los arsenales de la marina y almacenado cuidadosamente a la espera de su embarque en los buques.

En el plano individual, cada buque era un microcosmos cuyo capitán debía organizar al detalle en la lid, lo cual se hacía merced al llamado «plan de combate», que especificaba la posición y las funciones de cada tripulante durante la batalla, desde los infantes de marina que se apostaban en las cofas para batir la cubierta enemiga hasta los grumetes que acarreaban municiones. En la batalla volaban las astillas y la metralla causaba estragos. En el sollado, los cirujanos, formados según las nociones médicas más avanzadas, remendaban a los heridos. La victoria comportaba la presa del buque enemigo y de su dotación, con los consiguientes botines y ascensos. El trago amargo de la derrota abocaba en cambio al penoso cautiverio.

Contra los piratas

Más allá de las grandes batallas, fueron constantes los combates entre unidades individuales o pequeños grupos de embarcaciones, sobre todo en el frente mediterráneo contra el enemigo berberisco, que seguía esquilmando las costas y la navegación españolas. Destacaron en la lucha contra los piratas argelinos naves ligeras como los jabeques, dirigidas por hábiles jefes como Antonio Barceló. Asimismo, entre 1732 y 1758, pequeñas escuadras de navíos españoles que patrullaban el Mediterráneo occidental destruyeron tres buques de línea que actuaban como naves capitanas de la regencia de Argel. En esta ciudad, precisamente, se produjo uno de los principales hechos de armas de la marina dieciochesca: el doble bombardeo de la plaza en 1783 y 1784 por una gran escuadra liderada por el mencionado Barceló; operaciones con apoyo de Nápoles, Portugal y la Orden de San Juan que lograron que el bey argelino se aviniese a firmar la paz con la monarquía española y cesar en el hostigamiento a sus costas.

También fueron decisivos en la estrategia naval de la monarquía los desembarcos de tropas: en Cerdeña en 1717, en Sicilia al año siguiente y en 1734, en Ceuta en 1720 para liberar la plaza del asedio del sultán alauita, en la Toscana en 1731, en Orán en 1732, en Argel en 1775 y en múltiples escenarios americanos, desde el Caribe hasta la colonia de Sacramento, en el Río de la Plata, y las islas Malvinas. La Armada española sirvió así como medio para la proyección del poderío militar de la Corona con el traslado y la puesta en tierra de expediciones integradas por centenares o miles de hombres con caballos, artillería, municiones y pertrechos.

Otro aspecto fundamental fue la guerra de convoyes, en el que destaca la exitosa campaña de 1780, durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, cuando la escuadra de Luis de Córdova apresó en el Atlántico, en lo que constituye uno de los más duros golpes asestados a la economía de Gran Bretaña, un gigantesco convoy enemigo con tropas, armamento y pertrechos. La Real Armada se apoderó de 52 buques e hizo 3144 prisioneros. Las pérdidas económicas se estimaron en un millón y medio de libras esterlinas, y la aseguradora Lloyd’s perdió el 60 % de su valor bursátil.

Portada de 'La Armada española en combate 1700-1805'
Portada de 'La Armada española en combate 1700-1805'DF

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'La Armada española en combate 1700-1805' (Desperta Ferro Especiales), 84 páginas, 8,50 euros.