La arqueología sagrada de los árboles
Una investigación arroja luz sobre el rol religioso y espiritual de la naturaleza, en concreto de los árboles sagrados de la población sami, y que viven en los países nórdicos de Europa
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La vinculación entre naturaleza y lo supernatural es tan antigua como el mismo ser humano conforme la inevitable integración de éste en el mundo que lo rodea. Como indicase Mircea Eliade en su inmortal «Lo sagrado y lo profano», «para el hombre religioso, la naturaleza nunca es exclusivamente ‘‘natural’’: está siempre cargada de un valor religioso. Y esto tiene su explicación, puesto que el Cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad». Otra cuestión, por supuesto, es el rol y protagonismo que se le da a la naturaleza como agente religioso o espacio ritual y, muy en especial, conforme el proceso de sedentarización de las sociedades humanas y las nuevas condiciones de explotación económica del medio.
Si nos movemos a la Roma pagana son numerosos los espacios naturales vinculados a lo divino. El «nemus» se corresponde con un espacio antropizado, donde arboledas o jardines artificiales se asociaban a templos o santuarios y se localizaban imágenes divinas. Desde espacios modestos, donde Priapo podía actuar como ardoroso y concupiscente guardián, hasta enormes recintos como el templo de Diana Nemorense en el lago Nemi (Italia), cuyo topónimo actual y asimismo el epíteto de la diosa derivan del «nemus» en el que se emplazaba y que, según el mito, fue fundado por Hipólito tras ser resucitado por Asclepio a petición de la diosa. Con «lucus» se alude a un bosque sagrado, salvaje, como, por ejemplo, el espacio ligado al templo de Juno Lacinia en Crotona donde, según Tito Livio, altos y esbeltos abetos rodeaban a un claro donde pacían animales consagrados a la diosa, mientras que, a una escala más modesta, el acueducto de la ciudad romana de Caraca (Driebes, Guadalajara) podría haberse originado en una foresta sagrada si se tiene en cuenta el topónimo actual de Lucos para este paraje. El triunfo del cristianismo no sólo implicó el cierre y destrucción de los templos paganos sino también de los bosques y árboles sagrados ligados a las antiguas creencias como, por ejemplo, hiciera san Martín de Tours en la Galia tal y como relatase su biógrafo Sulpicio Severo.
Este fenómeno se extendió en el tiempo. Valgan los ejemplos de san Bonifacio y la tala del Roble de Donar (Thor) en el Hesse turingio del siglo VIII o, décadas después, el Irminsul sajón por Carlomagno. Otro tanto ocurrió en Escandinavia con la expansión del cristianismo fundamentalmente a partir del siglo XVII entre las poblaciones sami, otrora nómadas y cuyo sustento económico se basaba fundamentalmente en el pastoreo del reno y que, desde sus prácticas religiosas politeístas, mantenían una especial relación con la naturaleza. Sobre este vínculo de los sami versa «X-marked trees: carriers of Indigenous Sámi traditions», publicado en «Antiquity» por Ingela Bergman y Olle Zackrisson, arqueólogos del Instituto de Investigación del Paisaje Ártico y del Silvermuseet de Arjeplog, y Lars Östlund, ecólogo de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas de Umeå.
Diseños geométricos
Los sami, también conocidos como lapones, si bien este etnónimo es ajeno a ellos y bastante despreciativo, es una población dispersa por Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia, aunque en esta investigación se centre en el primer país. Se analizan los árboles tallados con marcas especiales desde una perspectiva interdisciplinar arqueológica, con un trabajo de campo en los municipios suecos de Arjepluovve y Suorssá, etnológica, antropológica y también documental, con el estudio de los archivos eclesiásticos.
Han rastreado un enorme número de pinos silvestres centenarios con signos tallados que, hasta el momento, «han recibido poca atención por el mundo académico». Se trata de diseños geométricos y, en particular, de X incisas también observables en otros vestigios más antiguos como las pinturas rupestres del lago Gaskávvre, datadas hacia los años 4500-3000 a.C., así como en säjde y värromuorra, ídolos sami creados respectivamente en piedra y madera. Una evidencia que reflejaría «un significado más profundo que una simple pintura decorativa colocada ad hoc» como lo certifica la tradición oral reciente pues también se han empleado hasta prácticamente ahora la equis en el sacrificio de renos y en la caza del oso, donde sus participantes se dibujaban el símbolo en su frente o sobre sus ojos con la savia roja del aliso, además de en ceremonias donde se vertía sangre de reno trazando esa figura cruciforme.
Según esta interesante investigación estos árboles, más allá de su rol religioso, pues habrían sido objeto de veneración e intermediación con otras divinidades, también habrían sido objeto de una atención más secular, como marcadores fronterizos y ligados a las formas de vida de los antiguos sami. Como sugestivamente se indica, los árboles enfatizan su «conexión espiritual con la tierra» a la par que transmiten valiosa información sobre la geografía de la percepción de estas gentes, su cultura y unas milenarias tradiciones si bien el abandono de los ritos tradicionales y el inevitable paso del tiempo amenacen su existencia.