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Historia

Así se desenamoraban las muchachas hitlerianas de las promesas nazis

El Desvelo recupera una de las obras fundamentales de Maria Leitner. Una novela escrita como si de un reportaje periodístico se tratase y en la que refleja las miserias ideológicas del Tercer Reich para engañar a sus jóvenes a golpe de propaganda barata y bulos

Miembros de la Liga de Mujeres Alemanas ondean banderas nazis en apoyo de la anexión alemana de Austria, en marzo de 1938 Bundesarchiv

«Ahora tenemos que currar mucho más. Haz cuentas: de nuestro departamento han despedido a dos chicas: Hirsch, por ser judía, y Mertens, por activismo marxista». La frase no es actual, sino de hace casi un siglo –aunque quizá también sea premonitoria de nuestro futuro–. Pese a ser solo el fragmento de una novela, tenía mucho de real en esa primera mitad del siglo XX. La firmó Maria Leitner (1892-1942) en el segundo capítulo de «Elisabeth, una muchacha hitleriana», el de la zapatería de los grandes almacenes Alderman, y con apenas unas palabras deja ver parte del ingente trabajo de campo que desarrolló la escritora alemana en las décadas de los 20 y los 30 del siglo XX.

Igual que hiciera en «Hotel Amerika» (1930), donde abordó la industria hostelera desde el punto de vista de sus trabajadores; en «Elisabeth...», Leitner se sumergió de pleno en el ascenso del nacionalsocialismo. Era una reportera encubierta que obtenía el material para sus crónicas desempeñando oficios de todo tipo y, al mismo tiempo, observando lo que ocurría a su alrededor. En esta ocasión, se cree –pues no fechaba las etapas de sus viajes– que sus investigaciones fueron entre 1925 y 1928.

Publicada por entregas en 1937, sus páginas son una respuesta a «Ulla, ein Hitlermäder»

Así, basada en su propia experiencia y en decenas de entrevistas periodísticas, la trama cuenta un aspecto que para Javier Fernández Rubio, periodista y editor de El Desvelo, «se co­noce muy poco», señala de un libro que, primero, acude a la intrahistoria del proceso de alimentación de una mujer nazi y que, después, se centra en todo lo contrario: «En el desaprendizaje», añade, «de una adolescente adscrita a una especie de juventudes hitlerianas de chicas». Cubre, de este modo, «un gran desconocimiento porque el tratamiento por el cine y la novela del nazismo incide en los jóvenes de una manera muy tangencial. Y aún menos a una mujer que era vista como una superreproductora de superhombres; educadas para ser mano de obra barata y que incluso se castigaba a las más díscolas con la esterilización», añade Fernández Rubio.

Tres mujeres, en 1935, posando ante la cámara como miembros de la BDM, la rama femenina de las Juventudes HitlerianasBundesarchiv

Tras escuchar cada soflama y asistir a las maneras del Tercer Reich, Elisabeth, la protagonista de Leitner, no se dejará seducir por la barbarie de la mentalidad nazi. «Todo lo que ve y vive, al contrario de muchas, de la mayoría, se traduce en el despertar de su conciencia crítica», explica el editor. «Quitándole el contexto de los años 30 es plenamente vigente: habla del funcionamiento de los procesos de fanatización –continúa–; de cómo los jóvenes se introducen en un mundo sin cuestionar nada hasta que lo viven en sus carnes. Lo vemos ahora igual y también encontramos la distorsión de la realidad que hace que amplias capas de la población tenga una visión distorsionada del pasado y del presente».

«Elisabeth, una muchacha hitleriana» se publicó por entregas, entre abril y junio de 1937, en el periódico del exilio «Pariser Tagblatt», el diario alemán más importante en la Francia de los años 30 del pasado siglo, y en sus páginas aparece una chica que comienza su andadura entre la multitud del Primero de Mayo. Es allí donde la joven se reafirma en que Adolf Hitler es «la gran esperanza» para el pueblo alemán y, por extensión, para el mundo. Tiene la certeza. Ha nacido en Berlín y se llama Elisabeth Weber; y ese mismo día va a conocer a Erwin Dobbien, un miembro de las SA que, como ella, está cegado por el nacionalsocialismo: «Qué bueno que sea usted una chica hitleriana, creo que de lo contrario no me habría dirigido a usted», le dice. Ella, responde en la misma línea: «Y tal vez yo no le habría respondido si no fuera usted un miembro de las SA».

Tan importante como las peripecias de la protagonista es la vida novelesca de la autora húngara

En ese entusiasmo febril de la pareja, «casi adolescente», puntualiza la editorial, ambos cierran los ojos ante el terror del régimen. Deben honrar al Führer, «el salvador». «(...) Pero tú, fotografía de mi Führer, tú te vendrás conmigo, siempre te reservaré un lugar de honor, dondequiera que vaya. Tú, bendito Führer, guíame a la felicidad. Quieres regalarnos felicidad a los jóvenes, una felicidad sencilla y saludable. No queremos degenerar como la juventud que nos precedió, en trincheras, en la miseria, en el desempleo, en la calle. Guíanos ahora. Solo una vez tuve dudas. Pregunté: ¿A dónde nos guías? Pero fue solo un momento de desaliento, créeme, mi Führer(...)», piensa en voz alta la protagonista al tiempo que fantasea con un futuro en el que ella y el joven formen una pareja estable, se casen, tenga una casa, hijos y vivan felices. El ideal de la época.

Mujeres practicando ejercicios de gimnasia al aire libre, en 1941Bundesarchiv

Como señala el editor, la obra es una respuesta a la novela juvenil de propaganda demagógica «Ulla, ein Hitlermädel» (1933), de Helga Knöpke-Joest. Con un lenguaje deliberadamente sencillo, el de una muchacha berlinesa que al principio solo se preocupa de sí misma y de su propia felicidad, Maria Leitner escribió un retrato, en palabras de Fernández Rubio, «ideológico, periodístico y literario».

Nada es para siempre

Pero ni el amor ni los ideales son para siempre. El traslado a un campo de trabajo le hará cambiar su perspectiva cuando se harte de la misma consigna día y noche: «Tú no eres nada, tu nación lo es todo». Rodeada de otras muchachas que vivirán en un barracón donde hay una única letrina, Elisabeth empieza a abrir los ojos lentamente y se da cuenta de que la realidad es una muy diferente a aquella que se jaleaba el Primero de Mayo. Entre ejercicios de una dureza que la dejan exhausta y una disciplina férrea, la mujer se da de frente con la realidad nacionalsocialista y con el horror de los nazis. Un cambio de paradigma que le hará instigar una rebelión.

Estas granjas de trabajo, explica el editor de El Desvelo, eran lugares «muy particulares»: se llenaron de mujeres por la gran demanda de trabajo tras la incorporación masiva de los hombres al mundo militar. «A las chicas se las sacaba de sus hogares y se las recluía para recibir una formación ideológica», sostiene Fernández Rubio sobre unas adolescentes cuyo cometido era simple: convertirse en mano de obra barata o en madre. «Era el papel que les habían asignado en ese mundo del fascismo». Y argumenta: «Estamos ante un periodo de domesticación ideológico tóxico que tiene sus concomitancias en el momento actual. Ahora no hay un régimen como tal, pero sí hay intereses que buscan la polarización. Se huye de los argumentos y solo se sueltan eslóganes. Y como entonces, los bulos funcionan. Goebbles era un hijo de puta, pero no un incompetente. Desarrolló muy bien las técnicas para manejar a las masas. Hoy, para la publicidad son magníficas, pero esto es como un cuchillo, que lo puedes utilizar para cortar pan o para rebanar un cuello... Sus bases siguen siendo efectivas para manipular y también para vender jabón de lavadora».

Pero el otro aspecto destacado del libro es la propia peripecia de Leitner. Conocía muy bien el mundo que pisaba. Se había preocupado en ello una periodista con «una vida novelesca, aunque no por lo idílico de su vida», afirma el de El Desvelo. Si la historia que firmó la autora se define como «fascinante y dura, terrible», sostiene; no lo es menos la de Leitner: periodista y escritora revolucionaria de origen húngaro, pero naturalizada alemana. Tuvo una azarosa vida en la que escribió novelas y grandes reportajes, utilizando la figura entonces insólita del periodista encubierto. Tras pasar sus primeros años en una familia burguesa y judía, se convirtió al comunismo, y trabajó para varios periódicos y revistas durante la República de Weimar. Fue famosa por sus reportajes de periodismo inmersivo, mediante los cuales destapó circunstancias sociales en numerosos países de todo el mundo.

Su «modus operandi» era el siguiente: desempeñar oficios muy variados y observar su alrededor

Los artículos que regularmente iban siendo publicados en la prensa alemana fueron recopilados en el libro titulado «Una mujer viaja por el mundo» (1932) donde los reportajes aparecen ordenados según criterios geográficos. La reportera después de cruzar Estados Unidos saltó a Centroamérica y Suramérica, a Venezuela y las islas del Caribe. Conoció el exilio en varias ocasiones y su obra «Hotel América» fue quemada por los nazis. Murió enferma en 1942, en Marsella, mientras esperaba un visado para escapar a Estados Unidos de la persecución nazi. Norteamérica se lo denegó.