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Azúcar, una historia no tan dulce de la humanidad

Ulbe Bosma publica una irresistible crónica de cómo este alimento ha transformado la geopolítica, la salud y el medioambiente durante 25 siglos 
Azúcar, una historia no tan dulce de la humanidad
Recolección de caña en una plantación de azúcar cubanaLibrary of Congress
Julián Herrero

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Desde que se menciona el azúcar granulado en el sur de Asia (500-300 a.C.) hasta que la Organización Mundial del Comercio ordenase a la Unión Europea, en 2005, poner fin a su competencia desleal han transcurrido 2.500 años, pero, sobre todo, han pasado muchas cosas alrededor de la sacarosa: en India, China y Egipto, su cultivo se convierte en un pilar importante de la economía en siglo XIII; el azúcar de caña llega por primera vez a España desde América en 1516; en la década de 1630, Holanda domina el refinado y comercio de este producto en Europa; se producen revoluciones azucareras en Barbados y las Antillas francesas (1640-1670); a Napoleón le ofrecen una muestra de azúcar de remolacha refinado (1811)... 
Por todos estos acontecimientos, y muchos más, se detiene Bosma –doctor en Historia por la Universidad de Leiden– en «Azúcar», el libro que publica Ariel con el subtítulo de «Una historia de la civilización humana» y en el que se pone sobre la mesa un relato global de una mercancía que señala como «crucial» a nivel planetario. A través de sus páginas, el autor se introduce en los campos de los campesinos indios y en las casas de comercio de los mercaderes chinos al tiempo que aborda los esfuerzos monopolizadores de los industriales de Nueva York y las rebeliones de los trabajadores esclavizados del azúcar en Cuba «para trazar cómo algo tan mundano llegó a desempeñar un papel fundamental en la creación del mundo que habitamos hoy», presenta el historiador.
En la actualidad, el consumo medio anual de azúcar y edulcorantes de una persona que vive en Europa occidental es de 40 kilos; en Norteamérica, esa cifra es de casi 60 kilos, señala Bosma: «Imaginemos por un momento que todo el mundo consumiera la misma cantidad de azúcar que los europeos. La producción mundial tendría que pasar de los 180 millones de toneladas actuales a 308 millones. Ello provocaría una devastación de tierras casi proporcional, ya que hoy en día es casi imposible aumentar la productividad por hectárea».
Sirven las cifras para cuantificar el volumen y la importancia de un producto que a mediados del siglo XIX se convirtió en lo que el petróleo sería en el siglo XX: «El producto de exportación más valioso del hemisferio sur», señala.
De donde no se puede escapar la historia del azúcar es de su relación con los abusos. El principal destino de los africanos esclavizados eran las plantaciones azucareras, «donde acabaron al menos la mitad y quizá dos tercios de los aproximadamente 12,5 millones de personas que fueron secuestradas en África y sobrevivieron a su transporte a través del Atlántico». Debido al rápido aumento de la demanda de azúcar en Europa, los barcos negreros no llegaban a satisfacer la demanda de esclavizados, sobre todo durante el apogeo de la producción en Saint-Domingue a finales del siglo XVIII, cuando los esclavistas franceses navegaban hasta la costa oriental de África para comprar cautivos.
En un año cualquiera de la segunda mitad del siglo XVIII, más de 600.000 personas esclavizadas trabajaban en las plantaciones de azúcar del Caribe y Brasil o realizaban tareas relacionadas con ello.
Si el algodón se ganó la fama por ser importante para el avance de la Revolución Industrial, las trituradoras de azúcar fueron de las primeras máquinas impulsadas por energía de vapor que se vieron en los trópicos. A principios del siglo XIX, cientos de estas máquinas entraron en las haciendas azucareras de todo el mundo: «Los conceptos de progreso y libertad dieron forma a nuevos valores burgueses que otorgaban prioridad al desarrollo industrial como medio para liberar a la humanidad del arduo trabajo manual y, en última instancia, de la propia esclavitud –se explica en el libro–».
No obstante, los miembros más progresistas de la burguesía azucarera eran conscientes de la evidente contradicción que existía entre la modernidad y la esclavitud, y se prepararon progresivamente para irla abandonando de forma gradual. Para ello, «empezaron a invertir en mecanización, consideraron fuentes alternativas de mano de obra y centraron sus miras en la producción de azúcar en Asia», apunta Bosma. Aun así, la mayoría de los plantadores se aferraron a un racismo que negaba el progreso a la mayor parte de la humanidad. «Trágicamente, la esclavitud y la coerción laboral no desaparecerían con el capitalismo industrial y la expansión mundial de la producción industrial de azúcar, sino que se expandirían», reflexiona.
  • 'Azúcar. Una historia de la civilización humana' (Ariel), de Ulbe Bosma, 488 páginas, 24,90 euros.