Historia
Bienvenidos a los Estados Unidos de España
El libro «1776. We, the Hispanics» celebra la hispanidad y reivindica, en edición bilingüe, la herencia española en la nación estadounidense justo en vísperas del 250 aniversario de su independencia
Pocos saben que el nombre del primer almirante estadounidense de la historia, David Farragut, considerado un héroe nacional, es un apellido menorquín. «Hay escuelas, barcos y plazas con su nombre. Su padre, Jorge, harto de que los ingleses invadieran año sí y al siguiente también, su isla, se va a Estados Unidos y se pone al servicio del General Washington. Me enamoré perdidamente de ese personaje y comencé a tirar del hilo». Así habla Eva García, estudiosa de la historia y escritora que ha dedicado las últimas dos décadas de su vida a investigar la herencia española en Estados Unidos a través de distintas publicaciones y de la fundación de The Legacy, una asociación dedicada a promover el conocimiento mutuo de la historia. La culminación a todos esos esfuerzos es la publicación de «1776. We, the Hispanics», un libro que profundiza en personajes como Bernardo de Gálvez y Juan de Miralles y otros secundarios dignos de reconocimiento en ambas orillas. Aunque a la escritora le duele especialmente el olvido en una de ellas, la nuestra: «Este libro surge del interés en que hay mucho por hacer y por recuperar. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer», se pregunta.
En el lujoso volumen, en edición bilingüe y profusamente ilustrado, García lleva a cabo una panorámica que arranca en Ponce de León, el vallisoletano que llegó a La Florida en 1513 y que prosigue, a caballo, hacia el oeste y el norte de una inmensa región llena de peligros. Colorado, Arizona, Nuevo México, Texas, Nevada, Montana, California... los topónimos delatan los dominios españoles, que se extienden por Kansas, el estado de Washington, Oregón, Idaho y Oklahoma. Allí, las expediciones españolas fundan presidios, caminos y misiones en lo que hoy es parte esencial de Estados Unidos. Entre las polvorientas extensiones, aquellos misioneros y exploradores fundaron el Camino Real de Tierra Adentro, que conectaba México y Santa Fe. Un trayecto de más de 2.500 sinuosos kilómetros entre minas, monasterios, haciendas y hospitales que en 2010 fue reconocido Patrimonio Mundial de la Unesco. España permaneció ajena a esas celebraciones, que capitalizaron Estados Unidos y México, a pesar de que la ruta fue hollada por los súbditos del Virreinato de Nueva España (1535 - 1821), que abarcaba centro y norteamérica. Sin embargo, nadie del Estado Español mostró interés por aquel reconocimiento. García se subleva ante la pasividad institucional a la hora de reivindicar un legado propio en el país más poderoso del mundo. «Allí, en cuanto explicas una relato documentado, les fascina. Su historia es más corta y desean conocerla. Cada vez que presento algo, me miran y me dicen: ‘‘¿really?’’. Pero claro, hasta el momento, solo han leído de la leyenda negra y los libros ingleses. Para que los demás conozcan tu historia, tienes que escribirla. Generar un relato justo y documentado de ella», dice la experta, que defiende una suerte de diplomacia cultural impulsada desde las instituciones a partir del conocimiento: «Es lo que llaman ‘‘soft power’’. ¿Por qué están tan bien posicionados lo franceses? Por Lafayette».
En el libro que acaba de publicar esta investigadora, hay unos cuantos casos similares al marqués galo, pero pocas veces reivindicados. ¿La visión sobre los españoles que prevalece allí es la leyenda negra? «Claro. Porque meterse con España siempre sale gratis. No hay reacción diplomática. Yo creo en que la falta de información se combate con cultura. Cuando se hace o se dice algo incorrecto, lo que hay que hacer es inundar con la verdad. No tengo ‘‘haters’’ en redes porque mis seguidores se enganchan con cualquiera que venga a poner desinformación sobre nuestra historia. Ni leyenda negra, ni rosa. Las cosas se hicieron bien, mal y regular. Pero ¿por qué siempre tenemos voluntarios para contar lo malo?», se pregunta. Bueno, es parte de la idiosincrasia española, adquirida durante siglos. «Claro: ese es justo el paradigma que necesitamos cambiar. Creernos lo grandes que fuimos. Que hicimos cosas que no estaban bien, pero nuestra historia está plagada de éxitos, de acciones humanas, de cambios globales. La hispanidad hay que reivindicarla, pero hay demasiados intereses en que no tenga unidad», explica esta experta.
Una historia mixta
La primera de estas sorprendentes acciones positivas de España en América está tratada desde el comienzo del libro: el mestizaje. «Es que los españoles iban allí con la misión de evangelizar, para quedarse y ser parte de aquello. Para los ingleses, los indios valían menos que un perro. Nosotros nos casábamos con ellos, leíamos sus libros y aprendíamos sus lenguas. En cambio, nos tuvimos que creer las historias de los holandeses y ponernos de rodillas frente a los franceses», protesta García. De esa fascinante historia mixta habla el libro: de cómo los exploradores introducen el ganado en las grandes llanuras y el infinito de Texas. Cómo entran en relación con las distintas tribus. «Algunas eran beligerantes y era imposible de encontrar un acuerdo, pero prácticamente todas aprenden español. Estaban los apaches, los comanches, los pueblo... cada una es diferente. Otras no eran violentas y les temían porque les masacraban por igual que a los españoles. Allí les enseñan a hacer regadíos y a labrar la tierra. Claro que hubo abusos, pero también mucho entendimiento». Así es como una expedición mestiza integrada por un español, un criollo, dos africanos, un mestizo español-indio, dos africanos, ocho mulatos español-africanos y nueve indios nativos americanos, funda el Pueblo de la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula, hoy conocida como Los Ángeles a secas. Quizá sea necesario recordarlo en estos tiempos. «El ‘‘cowboy’’ es más español que la tortilla de patatas», dice García sabiendo lo provocadora que suena. «¿Quién llevó allí la trashumancia si no había ni ganado, ni caballos ni perros, ni nada? El sombrero de vaquero es el cordobés, doblado», insiste la autora llena de entusiasmo.
En su libro, García recoge personajes y situaciones fascinantes. Los españoles llegaron antes que nadie a Alaska y Hawaii. «Ruy López de Villalobos llegó llegó antes de James Cook a la isla del Pacífico en 1542 y las llamó Islas del Rey. Más de dos siglos después, cuando llegó el inglés, los indígenas seguían utilizando palabras de raíces hispanas», explica la autora, que cita a Mourelle de la Rúa, un navegante gallego cuyos diarios sobre la exploración del Pacífico Noroeste fueron robados y aparecieron en Inglaterra, donde fueron traducidos. «Son los que utiliza James Cook para sus viajes. Esto está documentado. Un gallego, uno de los mejores marinos que hemos tenido y que es desconocido en España. Son personajes e historias, como Juan de Miralles, que no tenían cara. Y las hemos recreado para el libro porque merecen ser reconocidos. Miralles era el mejor amigo de Washington, se murió en su casa y fue el primer extranjero que recibió un funeral con honores allí. Había otros tan divertidos como el que puso la primera piedra en la Casa Blanca, Pedro Casanaves. Este señor vivía de vender crecepelo en Washington. Un señor de Navarra al que hacen alcalde de Georgetown. Y pone la primera piedra de la Casa Blanca. Era masón y abrió un salón de baile, el primero de la ciudad. Fue padre fundador de la Universidad de Georgetown. En Navarra no lo conocen y ya va siendo hora –protesta esta escritora–. Este libro está para que te enamores». De hombres como Bernardo de Gálvez, crucial en la historia americana. «Ojalá sirva para que reaccionemos y hagamos justicia histórica».
La catedral de Málaga y los burros de regalo
►Las tupidas relaciones entre España y Estados Unidos aparecen en cualquier esquina, a modo de anécdota. El activo papel militar contra Gran Bretaña a favor de la Independencia provocó que, para sufragar estas campañas, no se pudiera construir la segunda torre prevista en la Catedral de Málaga. También el inestimable papel de Bernardo de Gálvez (en cuyo honor se acuñó Galveston, en Texas), que fue héroe de la batalla de Pensacola. Como gobernador de La Luisiana, hizo frente a los británicos en favor del nacimiento de la nueva nación estadounidense. George Washington era admirador de la cultura y la Corona española: adquirió su propio ejemplar de «Don Quijote» y, como agricultor, apreciaba el valor de las bestias de carga. Washington persuadió a su amigo Miralles para que éste le consiguiera burros españoles, cuya exportación estaba prohibida. Carlos III le envió dos ejemplares, un «Royal Gift» que Washington ordenó proteger especialmente hasta Mount Vernon.