Historia

Bonaparte en Arcole, o la construcción de la imagen por medio de la propaganda

Un joven Napoleón Bonaparte, general en jefe del victorioso Ejército de Italia en 1796, se sirvió de las artes para afianzar su reputación e iniciar su imparable ascenso en la Francia revolucionaria.

Pie de foto: Bonaparte en el puente de Arcole (1796), óleo sobre lienzo de Antoine-Jean Gros (1771-1835)
Pie de foto: Bonaparte en el puente de Arcole (1796), óleo sobre lienzo de Antoine-Jean Gros (1771-1835)Palacio de Versalles

A principios de 1796, Napoleón Bonaparte, hasta poco antes un desconocido oficial del Bureau de Topographie cuya fama se debía a su liderazgo en la supresión del golpe monárquico del 13 de vendimiario en París, fue elevado al frente del Ejército de Italia. Contra todo pronóstico, la Francia revolucionaria había defendido con éxito sus fronteras frente a las fuerzas de la Primera Coalición y, derrocado el régimen jacobino, hallaría cierta estabilidad bajo el Directorio. Con Prusia y España fuera de la guerra tras la Paz de Basilea, los líderes de la república estaban resueltos a que los ejércitos de la revolución cruzasen el Rin para llevar la guerra a Austria. El joven Bonaparte, cuya acogida por los generales veteranos del Ejército de Italia fue fría al principio, recibió de París órdenes de sacar de la contienda al reino de Piamonte y, de ser posible, avanzar sobre Austria desde el sur de los Alpes para apoyar a los ejércitos revolucionarios en Alemania, que debían realizar el esfuerzo principal. Los resultados superaron en mucho las expectativas del Directorio: el 28 de abril, los piamonteses, derrotados, firmaban con el corso el armisticio de Cherasco; el 15 de mayo tropas francesas entraban victoriosas en Milán y, el 4 de julio, comenzaba el asedio de Mantua, el último reducto austriaco en Italia. Mientras en el Rin la campaña revolucionaria fracasaba, Bonaparte derrotó al ejército de los Habsburgo en todos sus intentos de auxiliar Mantua –el último y más importante de ellos, en enero de 1797, en Rivoli– para tomar luego Venecia y avanzar por el Tirol, lo que obligaría el emperador Francisco II a pedir la paz.

El éxito de Bonaparte no fue solo estratégico, sino también personal: la victoria en Italia lo consagró como un hombre para tener en cuenta en el devenir de la Revolución. Ello fue posible, al margen de su habilidad como táctico y estratega, por su magistral uso de la propaganda, que ejemplifica el episodio del puente de Arcole. Esta batalla, plasmada en multitud de lienzos, constituyó en realidad para el Ejército de Italia una victoria costosa e inconclusa. Napoleón, sin embargo, sacó de ella un provecho inmenso. Apenas un mes después, posó en Milán para los pinceles de Antoine-Jean Gros, entonces relativamente desconocido, a sugerencia de su esposa, Josefina de Beauharnais. El resultado fue un retrato heroico del general, que esgrime su sable y sostiene una bandera revolucionaria, a punto de cruzar el puente. La imagen circuló por toda Francia al año siguiente en forma de grabado y convirtió al corso en un modelo de coraje y liderazgo para todos los franceses.

Irónicamente, el papel de Napoleón en los acontecimientos de Arcole el 15 de noviembre de 1796 fue menos heroico de lo que sugiere el lienzo de Gros. Al amanecer, Bonaparte lideró sus tropas en un avance sobre el pueblo situado a orillas del río Adigio, con el fin de bloquear las líneas de retirada de las tropas austriacas del mariscal Alvinczy, que avanzaban con resolución al auxilio de Mantua. Al llegar las tropas francesas al lugar que Napoleón había designado para el cruce del río, sus pontoneros, dirigidos por el chef de brigade Andréossy, construyeron un puente de barcas por el que empezaron a cruzar el Adigio los hombres de la división del general Pierre Augereau. Los austriacos estaban preparados: habían fortificado y aspillerado las casas próximas al río, y su nutrido fuego frenó en seco a los revolucionarios, que buscaron cobijo tras el dique de recorría la orilla.

Hacia las cuatro de la tarde, Augereau, en un intento de animar a sus hombres, tomó una bandera, se irguió en el camino que conducía al puente y gritó: “¡Granaderos, venid a buscar vuestra bandera!”. El llamamiento suscitó una reacción más bien tímida. Entonces, Napoleón, que se encontraba cerca con su Estado Mayor, se apeó, tomó la bandera del 2.º Batallón de la 51.ª demi-brigade de Línea –antigua 99.º– y avanzó hacia el puente mientras espoleaba a sus hombres al ataque. Su edecán, Jean-Baptiste Muiron, el general Vignolle, dos ayudantes del general Belliard y otros oficiales fueron alcanzados por el fuego austriaco. Con todo, Bonaparte, seguido de un grupo de soldados, trató de cruzar el puente. Un oficial ignoto salvó al general, que acabó en el fondo de una zanja fangosa mientras su infantería retrocedía. Los franceses tomaron Arcole al final del día, pero Napoleón, temeroso de un ataque austriaco en su retaguardia, ordenó la evacuación, una decisión polémica entre sus oficiales que, sin embargo, quedó opacada por la victoria definitiva sobre el ejército de Alvinczy dos días después y, a medio y largo plazo, por el magistral uso que el corso hizo de la propaganda.

Para saber más:

“1796. El ascenso de Napoléon”

Desperta Ferro Historia Moderna n.º 64

64 pp. 7,50€

"1796. El ascenso de Napoleón"
"1796. El ascenso de Napoleón"Desperta Ferro