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Los Borbones, una «vida regalada»: los obsequios que ha recibido Don Juan Carlos

El Rey Emérito ha recibido, por una vida de dedicación a su cargo, obsequios de lo más variado: de yates y coches a puros, plumas e incluso frutas y verduras
Imagen del  yate Fortuna
Imagen del yate FortunaEUROPA PRESSEUROPA PRESS

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Mientras eran novios, los príncipes Sofía y Juan Carlos no podían contar con su familia como respaldo económico. Pero la regia pareja halló finalmente consuelo en sus impresionantes regalos de boda. Y desde entonces, puede decirse que la suya fue una «vida regalada», la cual recordaba a la que siempre tuvo el rey Alfonso XIII antes de partir al exilio de Roma, en abril de 1931. En el archivo de Palacio pude consultar en su día la relación de algunos presentes aceptados por los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, tan variopintos como el antiguo reloj de Felipe II, obsequio del barón Strum, los cuatro caballos del maharaja de Patiala, quinientas cabezas de ganado lanar, una canoa-automóvil, una piel de cocodrilo, un automóvil Ford, y hasta cuatro bidones de aceite de Tomás Ibarra.
Todo iba a parar a las dependencias palaciegas... o directamente al bolsillo, como sucedió con las cantidades en metálico recibidas años después por don Juan de Borbón con motivo de su boda con María de las Mercedes: 10.000 francos franceses de su hermano Alfonso de Borbón, otros 5.000 francos de los marqueses de Aranda, un cheque de 150 libras esterlinas del duque de Alba, otro cheque de 1.000 francos suizos de Luis Arana, 5.000 francos franceses más del conde de Cerrajería, 200 libras esterlinas de Mrs. Corrigan, 7.000 francos franceses de la condesa de Revilla de Camargo, otros 50.000 francos de los marqueses de Pelayo… Suma y sigue. Todo eso, sin contar con los centenares de ofrendas recibidas de gobiernos, instituciones y particulares. Una «vida regalada», en efecto, que recuerda también a la que llevaban Juan Carlos y Sofía. No en vano, la onomástica y el cumpleaños de Juan Carlos eran sinónimos de dádivas. En sus bodegas de La Zarzuela y del Palacio Real se conservaban más de un millar de marcas de los mejores vinos nacionales y extranjeros; entre ellos, cómo no, el Milmanda de Bodegas Torres, un blanco catalán muy aromático. Desde que Miguel Agustín Torres se presentó en La Zarzuela con unas cajas de botellas, este vino se servía en las celebraciones oficiales.
Y qué decir de los habanos… ¡Le privaban! Sobre todo, si se trataba de un Trinidad: insuperable en su opinión. Aunque tampoco hacía ascos a los espléndidos Cohiba que le envíaba directamente Fidel Castro desde Cuba. Le encantaban las estilográficas que le regalaban por docenas, y reservaba una de sus preferidas, la Montblanc Dostoievski, para las grandes firmas. Recibía pistolas por catálogo para su pequeña armería, y también le gustaba coleccionar relojes. Por no hablar de las corbatas, que también le fascinaban. Sobre todo, las de Hermès, y cuanto más llamativas, mejor. Ya con veinte años, le pidió al duque de la Torre que le regalara corbatas por su cumpleaños. Claro, que él también disfrutaba regalando a los demás albornoces con su nombre bordado en la solapa y que le suministraban en el hotel Juan Carlos I de Barcelona: «Toma, así te acordarás de tu Rey hasta en el baño», ha ironizado alguna vez.
Todavía sonreía cuando contemplaba las dos figuritas de porcelana que le compró la reina en Seúl: dos monjes budistas, uno con un teléfono móvil, el otro con una agenda electrónica. «Es una pequeña broma para recordarle su afición obsesiva por los móviles y los cachivaches electrónicos», llegó a comentar doña Sofía. Con los cuadros que recibía podría haber inaugurado una impresionante pinacoteca. Era un apasionado de la pintura contemporánea y en sus despachos de La Zarzuela y de Marivent podían admirarse bellas y cotizadas obras de Barceló, Canet y Miró; en concreto, un Miró azul y dos grabados que el artista dedicó a los reyes en 1978 y 1979.
En Navidad, el Palacio de la Zarzuela se convertía en un colosal delicatessen. Los comerciantes de Mercamadrid enviaban una cesta gigantesca, incluso con frutas exóticas y verduras que debían repartirse entre los empleados para que no se echasen a perder por eso de la caducidad. Jamás faltaban los dátiles que, por tradición, le hacían llegar desde Túnez los descendientes del padre de la independencia de aquel país, Habib Bourguiba. Los mariscadores gallegos tampoco faltaban a su cita navideña y colmaban La Zarzuela con sus mejores percebes, ostras y nécoras. Sin olvidar los numerosos jamones de bellota, troncos de foie y latas de caviar beluga. Y de postre, uno de los preferidos del rey: el marrón glacé, aunque para la reina tampoco faltaban las exquisitas variedades de chocolates. Todo un homenaje para los más exigentes paladares regios.
Pero todos esos regalos eran puramente anecdóticos comparados con los que le hicieron a su «hermano» los monarcas árabes. Empezando por el segundo yate Fortuna que tuvo Juan Carlos, obsequio del rey Fahd de Arabia Saudí, y siguiendo por el Palacio La Mareta, en Lanzarote, regalo de Hussein de Jordania y que pertenece hoy al Patrimonio Nacional. Hussein tuvo también el gesto de enviarle una fabulosa pistola de metacrilato con piedras preciosas incrustadas. Igual que su abuelo, don Juan Carlos ha recibido en su palacio exóticos animales: desde pura sangres, hasta una pareja de carneros e incluso un guepardo que sobresaltó cierto día a Sabino Fernández Campo. Y, por supuesto, los tres yates Fortuna, junto a numerosas motos y automóviles, como el lujoso Bentley deportivo valorado en 180.000 euros que le enviaron a La Zarzuela en mayo de 2005, o el increíble Porsche, gentileza del financiero Javier de la Rosa.