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Historia
Corsarios, un negocio organizado al servicio de la Corona
Surcaron los mares para, en nombre de reyes y señores, unirse a las escuadras de guerra en campañas militares, asedios y cruzadas

«Reyes del corso. Historia de los corsarios españoles» se impone como el estudio más amplio y detallado dedicado a los hombres que, armados por la Corona, ejercieron el corso durante más de un milenio. Firmado por la arqueóloga e historiadora Vera Moya Sordo, este libro recorre el uso político, económico y militar de una práctica que sostuvo la defensa y la expansión del imperio español desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. De esta manera, el texto arranca marcando una distinción esencial: los corsarios no fueron simples piratas, sino agentes autorizados por patente real para capturar buques enemigos. Esta arqueóloga e historiadora mexicana explica con claridad que esas licencias definían el espacio de acción, el tiempo de vigencia y la parte del botín que debía entregarse al Tesoro. Con ese marco legal, la Corona complementó sus flotas oficiales, aligeró el gasto naval y socavó las rutas de sus rivales en el Mediterráneo, el Atlántico y el Caribe.
Organizado en nueve capítulos más un epílogo, el libro presenta un recorrido cronológico y geográfico. Cada capítulo aborda un momento clave en el desarrollo del corso: sus orígenes en la Antigüedad tardía y la Baja Edad Media, su apogeo en los siglos XVII y XVIII, la transformación durante la centralización borbónica y su declive tras las grandes guerras revolucionarias. A lo largo de sus páginas, Moya Sordo sienta las bases legales, describe el funcionamiento económico y ofrece decenas de ejemplos concretos de quienes vivieron esta profesión. En una entrevista proporcionada por la editorial Desperta Ferro, la autora, al preguntársele cómo llegó a interesarse por los corsarios españoles, respondió que fue de forma natural, a partir de sus proyectos de arqueología subacuática en México: «En aquel tiempo me apasionaban los naufragios que descubríamos y registrábamos arqueológicamente, sobre todo los más tempranos, que en esos mares corresponden al siglo XVI y son en su mayoría de origen español».
Así las cosas, fue al revisar documentación de la época cuando Moya Sordo quedó fascinada ante los descubrimientos que le salieron al paso, lo que tuvo un punto de inflexión a raíz de una experiencia personal, a bordo de un barco, en el Golfo de México, atrapado en una tempestad; en ese momento a la investigadora le surgió la idea de «estudiar los miedos de los navegantes españoles y portugueses que se atrevieron a cruzar el Atlántico desde el temprano siglo XV». Eso, a la vez, la llevó al fenómeno del motín a bordo, a la piratería y al corso, lo cual se afianzó al ingresar en el grupo de investigación internacional Red Imperial Contractor State Group, cuyo coordinador es Rafael Torres-Sánchez, de la Universidad de Navarra, y cuyos miembros se centran en el estudio de la Armada española del siglo XVIII, la guerra y su relación con el desarrollo del Estado Moderno.
Ingresos y ascenso social
De todo ello nace, pues, «Reyes del corso. Historia de los corsarios españoles», que comienza en la Antigüedad grecolatina, cuando estados rivales contrataban navíos para hostigar costas enemigas. Más tarde, en la Península Ibérica, reinos como Castilla y Aragón comenzaron a emitir cartas de corso contra flotas musulmanas o genovesas. Estas primeras experiencias asentaron la idea de un instrumento naval al servicio del monarca y marcaron los límites entre acción legítima y piratería ilícita. En el segundo capítulo, la autora introduce a los protagonistas: nobles y plebeyos que encontraron en el corso no solo una fuente de ingresos, sino un medio de ascenso social, lo que acompaña de casos concretos, como el de Pero Niño, un hidalgo castellano que, en el siglo XV, lideró expediciones contra buques ingleses y flamencos. Con estas historias, Moya Sordo muestra que el corso fue un negocio organizado: se pagaban seguros navales, había subastas de los capturados y se formaban sociedades mercantiles corsarias.
Más adelante, el libro profundiza en la función exploradora de los corsarios desde la siguiente perspectiva: a diferencia de la imagen común de meros saqueadores, muchos recibían permiso para cartografiar costas, establecer depósitos de provisiones y abrir rutas seguras para las flotas imperiales. No en vano, sus diarios de navegación y sus mapas tempranos contribuyeron a consolidar la Carrera de Indias y a defender enclaves tan distantes como Veracruz o Manila. Asimismo, «Guerra suprema», el cuarto capítulo, aborda el siglo XVII, cuando España vivió su edad dorada del corso. La Corona equipó escuadras mixtas, uniendo barcos reales y privados, para hacer frente a Holanda e Inglaterra. Moya Soro narra cómo corsarios como Juan de Oñate, en el Cantábrico, o los marinos de Dunkerque, aliados ocasionales de la Corona, capturaron cientos de naves enemigas. Y es que en esa época, las órdenes de presa incluían normas estrictas para evitar abusos y garantizar la moral de la tripulación.
Seguidamente, se examina la estrecha relación entre corso y economía, ya que los corsarios reinvertían parte de sus ganancias en plantaciones del Caribe, en el financiamiento de expediciones y en operaciones de contrabando. Incluso, algunos llegaron a actuar como banqueros de la Corona, adelantando fondos para campañas militares. A este respecto, cabe decir que los puertos de Cádiz, Málaga y La Habana vieron cómo esta economía paralela alimentaba tanto a la Administración real como a familias enteras de armadores.
Cambios de bandera
La Guerra de Sucesión española ocupa el sexto capítulo. Aquí José Patiño y el marqués de Ensenada transformaron el corso en instrumento de la política naval borbónica. Crearon instituciones, regularon tasas y establecieron inspecciones para convertir a los corsarios en socios confiables de la Armada. Bajo la dirección de Blas de Lezo, privados y navíos de línea operaron coordinados contra piratas berberiscos y flotas británicas en el Mediterráneo. Con la llegada de las revoluciones de finales del siglo XVIII, el capítulo siguiente muestra la crisis del corso, dado que la independencia de Estados Unidos y las guerras napoleónicas alteraron las lealtades: muchos corsarios cambiaron de bandera y ofrecieron sus servicios a repúblicas emergentes. Vera Moya Sordo analiza casos como el de José Solano, que pasó al servicio de América del Sur, para ilustrar cómo la lógica mercenaria sobrevivió a los cambios políticos.
Por último, el epílogo, titulado «Los últimos corsarios», revela que España mantuvo patentes de corso hasta 1904. Mientras otras potencias europeas las abolían, la Corona española conservó esa herramienta para compensar la escasez de buques modernos, en especial en el Mediterráneo frente a los regímenes del norte de África. Testimonios de capitanes retirados y archivos del Ministerio de Marina documentan intentos tardíos de reclutar corsarios para defender Ceuta y Melilla. A lo largo de toda la obra, Moya Sordo emplea fuentes primarias: cartas de corso originales, bitácoras, correspondencia diplomática y documentos de archivo. Al mismo tiempo, integra hallazgos de excavaciones subacuáticas en naufragios corsarios, ofreciendo una visión interdisciplinar que une historia naval, derecho marítimo y arqueología.
La edición incluye 16 páginas en color con mapas y grabados de época, más un índice analítico con más de mil entradas que facilita la consulta de nombres, lugares y términos técnicos, de modo que se trata de un hito bibliográfico dentro de este ámbito histórico específico. Hay que apuntar, también, que cada capítulo se plantea como una suerte de informe: define el contexto, expone hechos, presenta protagonistas y cierra con conclusiones claras. De este modo, la obra no solo rescata del olvido a quienes fueron verdaderos «reyes» del mar, sino que explica las reglas de juego de una práctica que, más allá de la violencia, fue pieza fundamental en la construcción y defensa de un imperio. En este relato, aparecen como empresarios, estrategas y exploradores, un punto de vista que renueva la imagen tradicional de bucaneros o forajidos. Finalmente, «Reyes del corso» invita al lector a cuestionar la dicotomía corsario-pirata y a entender cómo los Estados han utilizado actores privados para extender su influencia. Ese debate, vigente hoy en la contratación de mercenarios y empresas de seguridad militar, cobra eco en la historia de la Monarquía Hispánica. En conclusión, con voz clara y sin florituras, Vera Moya Sordo —que también acaba de publicar «Las primeras navegaciones hispano-lusitanas en los siglos XV-XVII» (editorial Mar Adentro, 2025)— presenta una obra que, por su extensión y profundidad, merece un lugar destacado en cualquier repisa de historia naval y militar.
Los corsarios como «empresarios»
Según la autora, los corsarios fueron mucho más que navegantes que se buscaban la vida por los siete mares, sino que destacaron por ser «verdaderos agentes multifacéticos, capaces de dirigir, gestionar y asumir riesgos con tal de obtener beneficios económicos y sociales». Recuerda, asimismo, que además de corsarios, muchos eran comerciantes, contrabandistas, tratantes de esclavos, hacendados, prestamistas o constructores navales. «Creo que, si ponemos atención a esta capacidad de diversificación, de establecer redes de obtención y movilización de recursos, y de consolidar sociedades, amistades y confianzas en todos los niveles, podremos entender mejor por qué su actividad, pese a rayar demasiadas veces en lo ilícito, en la excesiva ambición y corrupción, fue necesaria para la Corona a fin de cubrir aspectos débiles en la estructura de su sistema. Porque no sólo sirvieron a diversos intereses militares durante los periodos bélicos, sino que estimularon las economías locales a través de la dedicación de sus habitantes a la actividad, y aún más, varias veces abastecieron de víveres y productos a las poblaciones del reino que más los necesitaban».
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