
Sección patrocinada por 
Contra la Leyenda Negra
Desmontando el discurso de odio de Sheinbaum
El historiador mexicano Juan Miguel Zunzunegui defiende en «Al día siguiente de la conquista» la Hispanidad, desmonta la Leyenda Negra y reivindica la unión de América y España

Poco a poco se va desmontando la Leyenda Negra. Lo curioso es que el impulso no venga desde España, todo lo contrario, solo hay que ver la actitud del Gobierno reconociendo el «dolor» causado a México, sino desde América. Era algo que tenía que pasar sin caer en la «Leyenda rosa». Es la reacción a la presión sometida por un relato contrario a las investigaciones científicas y a la verdad histórica. Es cierto que aquí empezó con Elvira Roca y su «Imperiofobia» (2016), donde contó que el odio y desprecio hacia el imperio español es un clásico del rencor que despierta el éxito, alimentado por quienes quieren sacar rédito político o económico, o tratan de ocultar sus miserias. La fobia ha distorsionado la historia y fomentado la ignorancia. Al otro lado del Atlántico, también se produjo esa reacción, con autores como el mexicano Fernando Cervantes, que en su libro «Conquistadores: una historia diferente» (2021), demostró que la conquista fue realizada básicamente por indígenas aliados con los poquísimos españoles que allí llegaron. Esto no excluye, o quizá explica, que hubiera masacres entre los bandos indígenas.
En esta misma línea está el libro del mexicano Juan Miguel Zunzunegui Ibarra, «Al día siguiente de la conquista», con el subtítulo de «La historia de lo que España construyó en América» (La Esfera de los Libros). El autor plantea una revisión crítica de la narrativa histórica compartida entre España y América. El planteamiento es que ambos mundos construyeron una civilización hispana pero que se ha forjado por intereses espurios un relato oscuro que impide ver sus logros. Esa «triste y patética historia que nos contamos», dice Zunzunegui, empieza con un cuento falso sobre la conquista.
El libro comienza con el emocionante encuentro entre España y el Anáhuac, el «único mundo», que era como los pueblos hablantes del náhuatl llamaban a los valles centrales de Mesoamérica. La víctima de ese choque fue la caída del imperio azteca, y de su capital, Tenochtitlan, una auténtica tiranía para los demás pueblos indígenas. Por eso, a los mil españoles de Hernán Cortés se les unieron 100.000 tlaxcaltecas, texcocanos, cholultecas, huexotzincas, cempoaltecas y totonacas para derrotar a los mexicas. Era el año 1521. Al día siguiente, cuenta el autor, esos indígenas no decidieron exterminar al grupo de españoles, sino «edificar un nuevo mundo» y construir una civilización nueva, la hispana. Cayó una civilización como han caído otras muchas, y empezó algo nuevo. Cuando se acabó lo viejo, el imperio azteca, no hubo «lamentos de derrota , sino cantos de gloria pues había caído un opresor, uno sanguinario que devoraba corazones».
De hecho, Cuauhtémoc, último líder de los mexicas, no fue destituido de su cargo, ni ningún otro señor indígena. Esa nobleza azteca se integró y empezó a gobernar y extenderse, como pasó con las nuevas enfermedades, que fueron las que causaron tanta muerte. A esas epidemias se respondió con la construcción de una red de hospitales mayor que la que existía en muchos países europeos. Para dotar a esos hospitales se construyeron fabulosas ciudades, hoy patrimonio de la Humanidad, que florecieron gracias a las escuelas y universidades que dinamizaron sus economías. Y ahí estuvo la Iglesia como gran vertebradora de la cultura, la educación y la sanidad. Esa fue la Hispanidad: la creación de una civilización mestiza muy superior a la que existía antes y a la que había en el norte de la América anglosajona.
Una falsedad
El discurso de odio de la hispanofobia no se pregunta cómo sería México sin España. En todo caso, enturbian con el rencor por un pasado que no existió, dice Zunzunegui. Es una trampa autodestructiva, porque negando lo español se niegan a sí mismos. No es cierto, como es sabido, que hubiera genocidio; es decir, un exterminio planificado de una raza o un pueblo. Al revés: nadie construye hospitales, como el Hospital de Jesús fundado por Cortés en 1524, para curar a una población que busca masacrar. Tampoco es genocida quien se mezcla con la población nativa con toda naturalidad a ambos lados del Atlántico. De hecho, los habitantes de América fueron tratados como súbditos, no como esclavos ni subhumanos. Así lo declaró Isabel la Católica, que promovió el mestizaje. Por eso no fueron colonias, sino virreinatos. Esa ciudadanía hispana se tradujo en la prohición de una práctica corriente en otras colonias e imperios: la esclavitud de los indígenas. Ese fue el objetivo conseguido por las Leyes de Burgos de 1512 y Leyes Nuevas de 1542. Por último, dice Zunzunegui, es imposible que hubiera genocidio por una cuestión numérica. En el momento de la independencia de México, en 1821, la población indígena representaba el 60% de los habitantes.
La lista de construcción de infraestructuras en América demuestra que los españoles fueron a quedarse, no a esquilmar aquellas tierras. La plata extraída, que no fue robada de una minería preexistente, sino abierta por España, permaneció en el país, convirtiendo a Nueva España en la base del comercio global. El Galeón de Manila, entre México y las Filipinas, fue la ruta comercial más importante del mundo durante dos siglos, y el Real de a Ocho, moneda acuñada en Nueva España, fue la internacional durante trescientos años.
Los verdaderos agentes de la integración cultural fueron los frailes, cuenta Zunzunegui, que los llama «todoterreno de las Indias». Fueron agentes de civilización trazando caminos, fundando universidades –la de México, en 1551, cien años antes que Harvard–, y escuelas técnicas. Es más: fueron recopilando la cultura precolombina para que no se perdiera, como hicieron Fray Bernardino de Sahagún o Fray Andrés de Olmos, el autor de la primera gramática del náhuatl. El catolicismo se instaló fusionándose con las creencias locales: Jesús con Quetzalcóatl y la Virgen María con Tonantzin. Esto dio lugar a un catolicismo «pagano, politeísta y profundamente mágico». Zunzunegui dice que esta labor intelectual niega la idea de una «masacre cultural».
Instrumento político
A pesar de esto triunfó la Leyenda Negra. Fue un instrumento político utilizada como propaganda bélica y justificación política por potencias rivales como Guillermo de Orange-Nassau, de los Países Bajos, y por el Imperio Británico. En la construcción nacionalista de los nuevos países americanos tras la independencia se adoptó el discurso de la Leyenda Negra para armar a la nueva oligarquía gobernante, señalar a un culpable, eludir responsabilidades y engañar a los nuevos ciudadanos. Esa hispanofobia anuló parte de la propia identidad de los pueblos americanos, quitándoles su pasado, y cambiando su orgullo por el odio y el fracaso. La civilización hispana, escribe Zunzunegui, se exilió de sí misma. El sueño se truncó cuando la administración pasó de los Austrias a los Borbones, cambiando el gobierno de los Virreinatos con mayor centralización, subida de impuestos y la expulsión de los jesuitas. Esto generó resentimiento de la élite criolla, surgiendo la idea de que sin la Madre Patria podrían estar mejor. Eso fue lo que ocurrió en el siglo XIX. Las independencias no forjaron países florecientes, libres y democráticos, sino decadentes, tiranizados y belicosos. Este fracaso, dice el autor, se debió a que la América hispana, víctima de su creencia en la Leyenda Negra, negó su propia civilización. La tragedia fue provocada por el odio autoimpuesto; esto es, por la fobia de los hispanos hacia sí mismos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


