Hallazgos arqueológicos
Handoga, la ciudad nómada africana
Esta ciudad, situada en el pequeño país de Yibuti, ilustra perfectamente la realidad ignota de «desurbanización» y urbanismo atípico», que estudia el proyecto europeo Statehorn en su investigación
Aún sin entrar en biologicismos aberrantes, se podría decir que las ciudades nacen, viven y mueren. Con la sonada excepción de la urbe palestina de Jericó, que muestra una asombrosa continuidad de ocupación de su espacio urbano, con sus matizaciones obvias y diversas fases diferenciadas, desde que se establecieran sus primeros habitantes hace once mil años en época epipaleolítica, no es para nada infrecuente y, de hecho, es la norma, que la mayor parte de las ciudades al igual que surgen, desaparecen en las nieblas del tiempo. Si hablamos de la Roma imperial antes de la tan célebre y discutida crisis del siglo III, un enorme período de dificultad y redefinición a todos los niveles, desde el político al social pasando por el económico y militar, que fue salvado gracias a las enérgicas políticas de Diocleciano, encontramos en el siglo anterior un tiempo de profunda crisis urbana que puso en cuestión el modelo clásico de ciudad y las contribuciones de sus élites merced al evergetismo local llegando a conducir al abandono y muerte de algunos núcleos urbanos como, entre otros, Caraca (Driebes, Guadalajara). La ciudad romana continuó si bien bajo nuevas directrices.
Sin embargo, este proceso de vida y muerte urbana no tiene porque ser lineal como se atestigua en el fascinante y reciente “Gone with the wind. Urbanization and deurbanization processes in the medieval Muslim Horn of Africa: the case of Handoga (Djibouti)”, un artículo de Jorge Rouco Collazo y Jorge de Torres Rodríguez, investigadores del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, publicado en «World Archaeology».
En esta estupenda contribución se parte de una premisa acertada: que la investigación a menudo se ha mostrado rígida a la hora de entender el proceso urbanizador en la historia, considerándolo como necesariamente “inevitable, irreversible e imparable” frente a unos “procesos alternativos de urbanización [...] infravalorados o directamente ignorados”. De este modo, “se han contemplado tradicionalmente los procesos de desurbanización y contraurbanización como períodos de crisis y de «edades oscuras»” mientras que, en el caso del África subsahariana, un tópico muy acendrado pero equivocado apunta a que no surgieron ciudades hasta la colonización europea como lo demuestran diversos ejemplos distribuidos por la geografía africana como, dejando de lado los ofrecidos por estos arqueólogos del CSIC, la majestuosa Tombuctú.
De este modo, esta investigación enmarcada en el proyecto europeo Statehorn se centra en la ciudad de Handoga que, situada en el pequeño país de Yibuti fronterizo entre Somalia y Etiopia, ilustra perfectamente esta realidad ignota de “desurbanización y urbanismo atípico”. No en vano se documentan diversos niveles en esta urbe de unas veinte hectáreas de extensión que pudo albergar a 1600 almas en su momento de apogeo. Si en un primer momento hacia el siglo XII todo hace pensar que fuera un asentamiento estable que, por un lado, servía como espacio de abastecimiento para las caravanas que comerciaban desde el interior con el mar Rojo y, por otro, era un espacio central a todos los niveles para las poblaciones nómadas circundantes, se alteró a partir del siglo XIV su urbanismo. La piedra sustituyó a los materiales constructivos perecederos previos, un indicativo de su carácter permanente y de su mayor complejidad económica que la hizo uno de los asentamientos más importantes de la región. Sin embargo, un siglo después fue abandonada la que, hasta el momento, se considera la única ciudad medieval conocida de Yibuti.
Este inteligente estudio analiza la distribución espacial para demostrar como la estructuración urbana siguió en todo momento los patrones de hábitat nómadas de las poblaciones coetáneas al igual que la actividad económica, puesto que aunque se ha encontrado amplia evidencia de molinos y herramientas de molido de grano, su escasa sofisticación apunta a que la agricultura no fuera considerada una actividad de gran prestigio en contraste con el pastoreo y, especialmente, el comercio. No en vano, se han constatado bienes procedentes de lugares tan lejanos como India y China aunque siempre de pequeño porte, fáciles para su transporte y exhibición, mientras que apenas hay constancia de enterramientos. En definitiva, esta investigación estima que esta urbe no sólo fue fundada por nómadas siguiendo los marcos de la vida nómada sino que, pese a su carácter estable, siguió siendo anímicamente nómada hasta que las circunstancias políticas y económicas que facilitaron su aparición, ligadas a la aparición de redes comerciales y a la decisiva influencia de los sultanatos musulmanes vecinos, colapsaron. Aún sin descartar razones climáticas, todo hace pensar que la crisis de los poderes islámicos cercanos y la reordenación económica de la región condujeron a que los habitantes de Handoga la abandonaran para volver a retomar una vida nómada que nunca dejó de ser el elemento consustancial de la vida de las diversas generaciones que ocuparon esta urbe pese al barniz sedentario que acompañó la existencia de este peculiar núcleo urbano.