Hispania, protagonista en el Coliseo romano a través de sus gladiadores
Gracias a la epigrafía, se conocen algunos ejemplos de luchadores hispanos que participaron en la arena imperial
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"Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las legiones Fénix, leal sirviente del único emperador, Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada, y juro que me vengaré, en esta vida o en la próxima." Esta es la famosa frase pronunciada por Máximo Décimo Meridio, protagonista de la icónica película Gladiator (Ridley Scott, 2000), interpretado por el actor neozelandés Russel Crowe.
A pesar de que la película es, en su mayoría, ficticia, ya que no existió ningún Máximo Décimo Meridio, sí que está inspirada en hechos que podrían catalogarse como reales: según el historiador y funcionario romano Herodiano, existió un soldado hispano que combatió bajo las órdenes de Marco Aurelio y, durante la regencia del emperador Cómodo en el año 187 d.C., lideró una insurrección contra el César. Su nombre era Materno y, en contraposición a su contraparte en el cine, el final de su historia fue más trágico, ya que fue capturado y decapitado. Asimismo, nunca llegó a pisar el Coliseo.
Hubo más ejemplos de gladiadores de origen hispano durante el Imperio Romano: uno de ellos puede ser el caso de Quinto Vetio Gracio, cuya memoria fue preservada por su entrenador, Lucio Sestio Latino. Según la inscripción de su lápida, hallada en la antigua Nemausus (actual Nimes, en Francia), en la provincia de la Galia Narbonense, era un tracio que murió a los 30 años de edad. Asimismo, se hace referencia a su origen, en algún punto de la Península Ibérica.
No fue hasta el año 206 a.C. que no se hace referencia a espectáculos de gladiadores en Hispania, hasta que el historiador romano Tito Livio mencionó que Publio Cornelio Escipión, mejor conocido como Escipión el Africano, ofreció, en honor de su padre y tío fallecidos, un combate cerca de la pira de algún cadáver en una ceremonia funeraria.
Desde entonces, estas luchas se hicieron habituales en todo el territorio peninsular, siendo su época dorada entre los siglos I al III d.C. Una muestra de la popularidad de estos espectáculos es la presencia de anfiteatros en todo el territorio nacional.
Asimismo, y de acuerdo al estudio del historiador y filólogo de la Universidad de Granada, Mauricio Pastor Muñoz, existen una veintena de epitafios con nombres de gladiadores documentados en la Península Ibérica, de los cuales solo se ha podido certificar uno de ellos, el de un tal Sagitta.
Otro posible caso de un gladiador de origen hispano es el de Marco Ulpio Aracinto, cuyo epitafio menciona que luchaba con un tridente, red lastrada y un cuchillo en el cinturón. Además, esta inscripción menciona que era natural de Pallantia (actual municipio palentino de Palenzuela), un asentamiento de la Hispania Citerior, y alcanzó el culmen de la carrera gladiatoria antes de morir a los 34 años de edad.
Por último, está un caso documentado por el arqueólogo Antonio García y Bellido en 1960, el de un hombre conocido como Smaragdo, un esclavo gaditano que combatió con un equipamiento que consistía en una espada corta, una lanza, un taparrabos, cinturón ancho y un yelmo con plumas y cresta.
La presencia de tantos epitafios de gladiadores en la Península puede deberse a que la escuela de gladiadores, la ludus Hispanianus, pudiera haberse situado en la actual Córdoba, aunque este hecho también puede deberse a que estos luchadores hubieran acudido allí con motivo de la celebración de los juegos excepcionales que se realizaron con motivo del ascenso de Trajano al título de César, en el año 98 d.C.