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Hallazgos arqueológicos

El Ídolo de Cádiz que no era Mágico González

El inmenso monumento funerario real númida, situado entre la capital gaditana y la Isla de León, solo se conoce a través de fuentes documentales

El Ídolo de Cádiz que no era Mágico González BNF

Resulta una obviedad señalar que todo monumento, pasado o presente, busca transmitir un legado para sus contemporáneos y sus descendientes. No en vano, ese es su origen etimológico y, ciertamente, así queda recogido en su primera acepción del diccionario de la RAE: «Obra pública y patente, en memoria de alguien o de algo». Si nos movemos a la antigüedad, esa búsqueda de la memoria se percibe a todos los niveles y con especial énfasis en el plano funerario. Exaltaciones individuales, pero también colectivas como, por ejemplo, la inscripción homenaje realizada por los corintios a sus caídos en la mítica batalla de Salamina durante las Guerras Médicas: «Extranjero, moramos antaño la feraz ciudadela de Corinto, más ahora la isla de Áyax, Salamina, nos alberga. Aquí, de naves fenicias defendimos la sagrada Grecia a la par que apresábamos persas y medos».

Sobre un edificio memorial erigido en la antigua Hispania discurre «Juba II y el “ídolo” de Cádiz: un posible monumento funerario real númida en el confín occidental del Imperio romano» de Manuel Álvarez Martí-Aguilar, investigador de la Universidad de Málaga, publicado en «Spal». Este sugestivo estudio analiza un inmenso monumento que, desafortunadamente, sólo se conoce a través de fuentes documentales. Me refiero al conocido como Ídolo de Cádiz que se alzaba en la Isla de León, en la desembocadura del río Arillo en torno a Torregorda. Una enorme construcción que, con una base cuadrada de veinte metros de lado, se estructuraba en diversos niveles y culminaba con un estrato piramidal para alcanzar los sesenta metros de altura coronado por una estatua de metal de 3-4 metros de alto. Un tamaño descomunal que explica su uso como hito para la navegación, aunque no fuera exactamente un faro.

Ofrenda al soberano

Esta inteligente investigación trata de ofrecer respuestas sobre su origen, naturaleza y funcionalidad y lo hace a través del análisis interdisciplinar de las fuentes textuales e iconográficas, desde monedas a relieves, pasando por, naturalmente, la arqueología. En especial, sobresale el estudio de las fuentes andalusíes conforme contienen las mejores descripciones de este impresionante espacio, incluido su final, puesto que fue destruido en el año 1145 por el almorávide Ali Ibn ‘Isà Ibn Maymun, alentado por la falsa creencia de que ocultaba un tesoro. Aunque su base continuara erguida varios siglos, sus restos acabaron siendo reutilizados en las construcciones cercanas.

En atención a la enorme estatua de una figura barbada, vestida con un manto que dejaba un hombro desnudo, con una pierna más adelantada y una vara en la mano, a veces erróneamente referido como una llave, se le ha identificado como un homenaje a Hércules y Melqart, en este último caso como ofrenda del mismísimo Aníbal, a un emperador romano o al soberano númida Juba II. Esta investigación concreta va en esta última dirección y considera, a través de una deliciosa reconstrucción, que fue obra de Juba II, aunque no para vanagloriarse a sí mismo, que también, sino para honrar a su padre Juba I conforme las innegables semejanzas perceptibles en las descripciones de los textos medievales y los testimonios escritos e iconográficos antiguos. Juba I, el último rey independiente del reino africano de Numidia, se suicidó después de que su aliado Pompeyo el Grande perdiera ante un Julio César que, posteriormente, se llevó a su vástago para que se educara a la romana y se convirtiera en un valioso amigo.

Juba II se crio en la casa del mismo Octaviano, que lo protegió y, una vez ya Augusto, lo convirtió en rey de Mauritania y propició su matrimonio con Cleopatra Selene, la hija de Marco Antonio y Cleopatra. Juba mantuvo intensos contactos con Hispania. Acompañó a Augusto en sus campañas, ejerció de patrón y magistrado de Carthago Nova (Cartagena) así como de Gades (Cádiz), donde fue nombrado duoviro y se supone actuó como evergeta para renovar una urbe en crisis.

Por esa razón se explica la erección de este monumento, que tiene paralelos con otros edificios similares númidas o púnico-númidas aunque más reducidos, que servía como cenotafio para su padre y, además, en atención a su localización frente al océano, también conmemoraba los actos del dedicante puesto que Juba II llevó a cabo diversas expediciones geográficas en el Atlántico alcanzando, presumiblemente con el apoyo de la marina bética, las islas Purpurarias (Mogador) y las Afortunadas (Canarias). El lugar de erección no era casual. Como se indica, estas torres se localizaban en espacios «aislados y preeminentes del paisaje» por su valor político, honorífico, propagandístico y religioso, puesto que cumplía como nefesh, pues albergaba el alma del honrado, aunque también, como se indica, pudiera tener asociada una función apotropaica de protección al navegante.