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Historia

El «Libro de las Profecías» de Cristóbal Colón

Fue escrito de puño y letra por el Gran Descubridor entre 1502 y 1504, tras su cuarto viaje al Nuevo Mundo

Cristobal Colón
Cristobal ColónLa RazónLa Razón

Muy pocos saben hoy que en los anaqueles de la Biblioteca Capitular y Colombina de la Catedral de Sevilla se conserva uno de los más preciados tesoros bibliográficos de toda la Historia: El «Libro de las Profecías» de Cristóbal Colón. ¿Qué diría el lector si descubriese que existe hoy, por ejemplo, una obra manuscrita de Napoleón? Seguramente se vería impelido a consultarla, aunque fuese por simple curiosidad. Entonces, ¿qué decir sobre este libro de 84 hojas, de las que fueron arrancadas catorce por misteriosas razones, escrito de puño y letra por el Gran Descubridor entre los años 1502 y 1504, tras su cuarto viaje a América?

En contra de lo que se creía, Colón fue un hombre erudito, lector e investigador infatigable que extrajo 326 pasajes bíblicos del Antiguo Testamento y otros 59 de Nuevo Testamento para justificar en su «Libro de las Profecías» que era un enviado de Dios para evangelizar el Nuevo Mundo. Así, según él, los grandes profetas Daniel, Isaías o Zacarías vaticinaron ya a su misión proselitista tras el descubrimiento de «los confines de la tierra».

Colón explica en su obra que los anhelos por descubrir América obedecían a un doble objetivo: evangelizar a la población indígena y conseguir oro para financiar la reconquista de Jerusalén y la reconstrucción de su Templo en manos otomanas. Isabel la Católica prohijó esa empresa de fe. A fin de ganarse a la reina, Colón le habló de un proyecto para extender la fe católica, primero en las tierras que se fueran descubriendo, y luego tendiendo la mano a los reyes de la India que buscaban establecer contacto con los cristianos y con Roma.

El descubridor había propuesto tan nobles objetivos a la reina en su entrevista de Alcalá de Henares, previa a la negociación de Santa Fe: «(...) Y se perdían tantos pueblos cayendo en idolatría y recibiendo en sí sectas de perdición, y Vuestras Altezas como católicos cristianos pensaron en enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para la conversión de ellas a nuestra santa fe».

En su tan desconocido «Diario de a bordo» sale a relucir también su propósito evangelizador: «Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, puesto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana; ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano».

La reina misma, en un documento rubricado por ambos monarcas en Santa Fe, el mismo día de las capitulaciones, asegura que «la expansión de la fe católica» es la finalidad del viaje de Colón, lo cual repetirá en su testamento.

Las tres carabelas («La Niña», «La Pinta» y «La Santa María») que habían zarpado del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, arribaron el 12 de octubre frente a la costa de las Antillas. Se había descubierto el Nuevo Mundo. La Reina estaba exultante, como acredita el dominico fray Bartolomé de las Casas: «He deseado muchas veces tener nueva gracia y ayuda de Dios para encarecer y declarar dos cosas: la una es el servicio inefable que el descubrimiento hizo a Dios y bienes universales a todo el mundo, señaladamente a la cristiandad; más singularmente a los castellanos; la otra es la estima y precio en que la serenísima Reina doña Isabel, digna de inmortal memoria, tuvo este descubrimiento de tantas y tan simples, pacíficas, humildísimas y dispuestas para todo bien, humanas naciones, por los incomparables tesoros e incorruptibles espirituales riquezas para la gloria del Todopoderoso Dios y encumbramiento de su santa fe cristiana y dilatación de su universal Iglesia, con tan copioso fructo y aprovechamiento de las ánimas...».

«Mucho plazer»

En agosto de 1494, la propia Isabel escribía así a Colón: «Avemos avido mucho plazer de saber todo lo que por ellas nos escrevistes y damos muchas gracias a nuestro Señor por todo ello, porque esperamos que, con su ayuda, este negocio vuestro será cabsa que nuestra santa fe católica sea mucho más acrescentada». A esas alturas, el 12 de octubre de 1492, Colón ya había descubierto la isla de Guanahani, bautizada como San Salvador. El día 15 hizo lo mismo con la Concepción o la Fernandina; el día 19, con la Isabela; el día 30 con una de las dos Antillas mayores, Cuba, a la que puso de nombre la Juana, en honor del príncipe heredero Juan; y el 26 de noviembre, con La Española o Haití.

Fiebre misionera

Cristóbal Colón regresó de su primer viaje a mediados de enero de 1493. A su llegada a Barcelona en abril, los Reyes Católicos escribieron al Papa y movilizaron a sus embajadores en Roma para informarle: “Señaladamente que aquestas infieles naciones descubiertas fuesen tan aptas y dispuestas, por ser tan pacíficas y domésticas y tener algún cognoscimiento del Señor de los Cielos, que a todas cosas provehía, para ser, al verdadero Dios, por la doctrina de su fe, traídas y convertidas”.

La respuesta del romano pontífice no se hizo esperar: el día 3 de mayo firmó la primera de sus dos Bulas Inter caetera, que permitiría enviar a Colón a Sevilla, a finales del mismo mes, para organizar una nueva expedición a las Indias en septiembre. Esta Bula papal recoge en su parte inicial la historia del primer descubrimiento, cuyo texto recuerda precisamente al Diario de a bordo de Colón.