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El misterio de los Reyes Magos: de dónde vienen y por qué resisten a Papá Noel

Celebramos la epifanía cada seis de enero, por aquellos tres estudiosos del firmamento, llegados desde míticas tierras para rendir homenaje al Mesías
Los Reyes Magos reciben las cartas de los niños en Madrid
Los Reyes Magos reciben las cartas de los niños en MadridBorja Sánchez TrilloEFE
La Razón
  • Ilia Galán Díez

    Ilia Galán Díez

Madrid Creada:

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Arrinconados quedaron en una esquina de las festividades navideñas, en tiempos de exabruptos republicanos y ante la invasión de Santa Klaus, nuestros magos y su encanto. Los tres -"the Three Wise Men"- eran sabios, señalan los británicos. Celebramos la epifanía: la manifestación, gran revelación, cada seis de enero, por aquellos tres posibles zoroastrianos, estudiosos del firmamento, llegados desde míticas tierras para rendir homenaje al Mesías, postrándose ante la presencia divina y ofreciéndole obsequios materiales y espirituales.
Se impuso Santa Klaus (Nikolaus, Mikulás, Père Noël, es decir: Papá Navidad... cuyo espíritu es dar, como un símbolo de encuentro, de un compartir que debiera prolongarse más allá de esta festividad). Debido al mercado y, en especial a la Coca-Cola, San Nicolás se visitó de rojo y cambió de gorro. El santo de Mira, del siglo IV, hoy sepultado fundamentalmente en Bari (algunos huesos en Venecia), repartía regalos en secreto, de ahí que con los siglos se tornara en modelo navideño, ilusión que se impuesto en casi todos los países occidentales sobre otros, como el olentzero o los Reyes Magos.
Dibujos animados, películas de Hollywood y otros medios de comunicación mutaron al oriental San Nicolás (Santa Klaus) en norteño gordinflón, repartiendo regalos desde un trineo volador tirado por mágicos renos. El imperialismo cultural norteamericano ha sido asumido por Europa como propio desde hace mucho tiempo: casi somos una provincia de EEUU. Sin mitra, ya poco queda de sus elementos episcopales, cristianos, casi nada de su origen, aunque más de dos mil iglesias se extienden por el mundo con su nombre, especialmente entre creyentes ortodoxos, griegos o rusos.
Los Reyes Magos, en realidad (según Mateo, I, 1-12) no tendrían por qué ser reyes y tampoco magos embaucadores o practicantes de magia, negra o blanca. Más que brujos, serían sabios, estudiosos y... ¡entendidos en estrellas! Según las clásicas interpretaciones, ofrecieron a Jesús de Nazaret su adoración y costosísimos obsequios de oro, incienso y mirra, adecuados para honrar a un rey: el Rey de reyes, ese humilde bebé que iba a existir trabajando como obrero los troncos de los árboles para construir casas o muebles, maderas, como el atroz "trono" que le alzó, vergonzosa cruz donde fue torturado hasta la muerte para luego resucitar, fundando la cristiandad.
Según nuestra tradición, eran grandes personajes de cortes extranjeras que venían ricamente ataviados, de razas diversas: uno con cabellos y barba nevados, de avanzada edad, Melchor. Gaspar, moreno en su pelaje, y Baltasar de raza negra. Pocas tradiciones tan bellas como esta de venir del Oriente (ex oriente Lux), como un amanecer de esperanza, y que, siendo tan relevantes, adoren al sencillo bebé, nacido en lugar pobre y repugnante, un establo, entre animales. Su sabiduría se pliega y arrodilla ante la maravilla del recién nacido, que muestra su humilde madre, una joven israelita. El esplendor de la moda, de la riqueza, de la realeza, la variedad de las razas del mundo, que representan a toda la humanidad, más allá del pueblo judío, todo se arrodilla ante la sencillez tierna del frágil bebé, necesitado de cuidados como lo fuimos nosotros. Una divinidad que se hace extremadamente dependiente en su forma mortal y a la que había que cambiar los sucios pañales, cobijada en un pesebre, en vez de en una cuna de oro. Todos necesitamos cuidar de los demás y ser cuidados: el Amor se encuentra en cada amor, como Dios es hallado en cada rostro de nuestros semejantes, según narran los
Evangelios (Mateo XXV, 35-40): "en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis».
La sabiduría humana, limitada, como nuestro cuerpo, se postra ante una nueva vida que vendría a ser la del Rey de los Judíos, el Hijo de Dios, es decir, la unión entre el Infinito y lo finito, entre la divinidad y la humanidad, entre el Creador y sus criaturas, para mostrar desde esa humana forma que la esencia no está en las grandezas externas. Saber, poder, riqueza, todo se dobla ante el gran Misterio, pues nuestros conocimientos nunca alcanzan a explicarlo todo, sino apenas una parte del gran sentido de la Vida, del que somos tan solo un pequeño fragmento, aunque con destellos de eternidad y ansias de infinitud, pues queremos, necesitamos ser dioses, de ahí nuestra ambición humana, sin límites. Pero el camino para lograr que nuestra pequeñez sea Infinitud no sería enfrentarnos, envidiosos, a Dios, sino el de reconocer humildes cómo somos y, amando, unirse al Amor; así seríamos divinizados, si bien unidos a Dios, manifestándose a través de nuestras buenas obras, como en los santos. Es el camino contrario al del egoísmo o la oposición orgullosa. Se trataría de la vía de la unión con todos, con todo, y con el Todo, como donación, siendo cada uno regalo. Los reyes magos constituyen así un ejemplo multicultural y abierto de nuestra cultura cristiana, abierta a lo universal, más allá de creencias o razas.