Geografía mítica

Montserrat: cuando los nazis buscaron el Santo Grial en Cataluña

Los gigantes de poderoso magnetismo están presentes en todas las tradiciones, y, en el caso de la hispana, es inevitable hablar de la Moreneta y su virgen, que conducen al cáliz de Cristo

Montaña de Montserrat
Montaña de Montserrat Dreamstime

La montaña única y singular, en un paisaje pelado, evoca las potencias divinas o demoníacas desde la más remota antigüedad. Mitología y folclore lo atestiguan. Hoy lo tenemos presente entre los motivos musicales recordados por Modest Músorgski en su pieza sinfónica «Una noche en el Monte Pelado», que a su vez versiona un cuento de Nikolái Gógol, en el que un campesino presencia un aquelarre en la Noche de San Juan en un monte cercano a Kiev. En todas las culturas, desde lo más remoto, hay un monte así, donde las divinidades se reúnen y se atesoran los objetos sagrados: los dioses de las montañas eran venerados por los hititas y los genios de las piedras por los hurritas y en la región de Mesopotamia, desde el tercer milenio a.C., tenemos montes sagrados como los Zagros, Urartu y otros muchos, como el Nispa, hoy Hawraman, o el Nimus o Kinaba, hoy Pir-a Magrum, donde Utnapishtim, el Noé babilonio, aterrizó con su arca en el «Gilgamesh», tal y como hace Noé en el Ararat.

Las siluetas de muchos de estos montes, solitarios en la llanura, simbolizan la idea de que por ahí suben y bajan los dioses, como por el Olimpo: así el Monte Fuji en la tradición japonesa, con la leyenda de novia divina del emperador, que bajó al mundo y luego se marchó desde aquel monte. El dolor del novio humano lo convirtió en un volcán. En la India, el Monte Sumeru representa el eje del universo, el «axis mundi», en comparación con el árbol primordial de siberianos o germanos –en el fondo, ese eje sagrado se recuerda en nuestro árbol de Navidad– y el Kailas es la morada de Shiva, con el Olimpo indio, el Himalaya y los montes Vindhya, en el trasfondo. Montañas y piedras sagradas, como las que los samoyedos colocan en las cumbres de los urales como sostenedores del universo.

En la geografía mítica hispana hay muchos de estos montes sagrados, pero quizá el más conocido sea la montaña de Montserrat en Cataluña. Las excavaciones arqueológicas han mostrado que hay asentamientos humanos desde época neolítica y posiblemente era un lugar frecuentado por los cazadores recolectores cazadores del paleolítico superior: su carácter sacro, relacionado con la alimentación, se atestigua desde antiguo en la Cova Freda y la Cova Gran, con restos de animales e instrumentos y de cerámica desde el octavo milenio antes de Cristo y con muestras de ocupación anterior. Parece que los pueblos prerromanos también veían un aura sagrada.

[[H2:La fascinación de los nazis]]

Sin embargo, en la tradición posterior, la montaña está marcada por una aparición mariana que lo cambia todo. Parece que fue en torno al año 880 cuando unos pastores vieron descender del cielo por la montaña una fuerte luz y escucharon una melodía, lo que se repitió durante cuatro semanas hasta que, acompañados por un sacerdote, descubrieron en el lugar indicado la imagen de la Virgen de Montserrat, la Morenete. La cuestión de las Vírgenes negras del mundo medieval es interesantísima y hay muchas fabulosas teorías sobre sus conexiones celtas o isíacas. El caso es que, al intentar llevársela a Manresa, la imagen mostró un peso sobrenatural, indicando la voluntad de quedarse en el monte sagrado y ser venerada ahí. Esta es la razón mítica de que se construyera el santuario en aquel lugar, que sería visitado por multitud de peregrinos y reverenciada por la Corona de Aragón y, desde los Reyes Católicos, por la de España. Desde el siglo XIII, con el gran desarrollo del culto mariano y la explosión mitopoética que se produce, tras el Císter, de la leyenda del Grial, la montaña de Montserrat será uno de los lugares de poder por excelencia de la Cristiandad occidental.

La leyenda de la custodia del Grial en un castillo mágico entre montañas, llamado Montsalvat, fue fomentada por el «Parzival» de Wolfram von Eschenbach. Desde entonces, y pasando por la versión wagneriana, la leyenda hizo que muchos se interesaran por marchar en pos del Cáliz mítico. Hasta los nazis de Ahnenerbe siguieron los pasos del Grial hasta Montserrat. Fue primero el escritor y esoterista nazi Otto Rahn quien llegó hasta España en sus viajes en busca de esa montaña en los Pirineos, que veía en el Montsegur de los cátaros. Acabaría muriendo congelado, en aparente suicidio ritual, en otro monte simbólico, el Wilden Kaiser, en 1939. El año siguiente Heinrich Himmler, devoto lector suyo obsesionado por estas leyendas, acudió a Montserrat siguiendo aquel rastro esotérico. Por supuesto que no halló nada pero, como ven, la sombra de la montaña mágica sigue muy presente en nuestra historia contemporánea.