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Vidas extraordinarias
Nikola Tesla: el visionario que iluminó el futuro
El inventor cuyas ideas revolucionaron el mundo murió en la miseria, pero su legado tecnológico sigue vivo en cada carga inalámbrica y cada motor eléctrico

Si entra hoy en una cafetería, es posible que alguien apoye su teléfono sobre una superficie y que, como por arte de magia, comience a cargarse sin cables. Afuera, coches eléctricos circulan silenciosamente por las calles. Vivimos rodeados de energía invisible, de señales que viajan por el aire, de tecnología que parece sacada de la ciencia ficción pero que es real. Lo extraordinario se ha vuelto cotidiano, tan normal que ya ni siquiera nos detenemos a pensarlo. Pero esta realidad que habitamos fue imaginada hace más de un siglo por un hombre que trazó sus planos en la soledad de su mente privilegiada. Un hombre que, paradójicamente, murió solo y arruinado en una habitación de hotel en Nueva York, sin presenciar el mundo que él mismo había hecho posible.
Cuando escuchamos el apellido Tesla, la mente conjura dos imágenes inmediatas. La primera es la marca de automóviles eléctricos de Elon Musk, esa empresa valorada en miles de millones que promete salvar el planeta. Sus fundadores eligieron ese nombre como homenaje deliberado, porque el corazón que late en cada uno de esos vehículos, el motor de inducción de corriente alterna, nació de la genialidad de Nikola Tesla. La segunda imagen es más difusa, casi caricaturesca. Un científico excéntrico rodeado de chispas, con el cabello alborotado por la electricidad estática.
Un hombre elegante
Pero las fotografías de época muestran a un hombre elegante, de mirada penetrante y porte distinguido. Nada de pelos de loco ni expresión de lunático. Tesla fue, literalmente, el arquitecto invisible de la modernidad. Desde la red eléctrica que sustenta nuestra civilización hasta los cimientos de la robótica, pasando por la transmisión inalámbrica de energía, este inventor convirtió lo imposible en cotidiano. La historia de Tesla comienza en 1856, en la humilde aldea de Smiljan, entonces parte del Imperio austrohúngaro. Su madre fue una mujer extraordinaria dotada de un talento natural para la mecánica y una memoria fotográfica asombrosa. Nikola heredó ambos dones. Esa memoria eidética, capaz de retener imágenes con precisión absoluta, se convertiría en su taller mental, el laboratorio donde nacerían sus inventos más revolucionarios. Su juventud estuvo marcada por la fuga y la reinvención constante. Cuando el Ejército austrohúngaro intentó reclutarlo, Tesla desapareció en las montañas haciéndose pasar por cazador. Más tarde ganó una beca para estudiar en una escuela técnica de Graz, donde las conferencias sobre electricidad despertaron una fascinación que marcaría toda su vida. Ingresó con calificaciones que duplicaban los requisitos mínimos, pero algo salió mal. Nunca terminó. Algunos compañeros llegaron a pensar que se había ahogado. La verdad era más prosaica. Huyó nuevamente, esta vez para trabajar como delineante bajo una identidad falsa, hasta que las autoridades lo deportaron por carecer de permiso de residencia.
En Budapest trabajó en la oficina de telégrafos, mejorando el repetidor telefónico. En el año 1882 llegó a París para incorporarse a una empresa cofundada por Thomas Edison, donde participó en un proyecto ambicioso y novedoso, el alumbrado eléctrico urbano a gran escala. Un gerente reconoció su talento excepcional y lo llevó a Estados Unidos, donde finalmente conoció al legendario Edison en persona. La relación duró apenas seis meses. Tesla renunció, frustrado por la desconfianza que la compañía mostraba hacia sus ideas revolucionarias o quizá por el salario miserable que recibía.
A finales de la década de 1880 Tesla logró la transformación que cambiaría el mundo. La electricidad de entonces dependía exclusivamente de la corriente continua, un sistema que requería escobillas y conmutadores mecánicos que se desgastaban constantemente. Tesla concibió un motor basado en un campo magnético rotatorio, sin piezas de contacto que pudieran fallar. Ese motor que imaginó en el siglo XIX es exactamente el mismo diseño que impulsa los automóviles eléctricos del XXI. Una patente exitosa le dio, finalmente, independencia económica. Se interesó por los experimentos de Heinrich Hertz sobre radiación electromagnética, y eso lo llevó a desarrollar técnicas para transmitir iluminación y energía sin cables. En la Exposición Mundial Colombina de Chicago de 1893 dejó al público boquiabierto. Sostenía en sus manos tubos de gas que brillaban intensamente sin conexión alguna, alimentados por campos electrostáticos de alta frecuencia que llenaban la sala. Para los espectadores de entonces, aquello era simplemente pura magia. Para nosotros, se trata del antecedente directo de los cargadores inalámbricos de hoy. La genialidad de Tesla tuvo, sin embargo, un coste devastador. Su mente funcionaba en una frecuencia diferente a la de sus contemporáneos. Probablemente sufría de un trastorno obsesivo-compulsivo severo, obsesionándose con ciertos números hasta el punto de que dictaban sus decisiones cotidianas. Vivía dentro de su mundo mental, desconectado por completo de las preocupaciones prácticas que mueven el mundo de los negocios.
Su visión más ambiciosa, transmitir energía eléctrica de forma inalámbrica a escala planetaria, colapsó cuando su financiero, J.P. Morgan, comprendió que no había forma de instalar contadores a la energía gratuita. Sin modelo de negocio, no había inversión posible. En la década de 1930, Tesla vivía en la pobreza absoluta, mudándose de un hotel a otro, mientras sus ideas sobre ciencia, influidas por la espiritualidad védica, lo alejaban cada vez más del consenso científico de la época. Nikola Tesla murió en 1943, olvidado por muchos, pobre y solo.
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