Proveristas: «Españoles, la ideología ha muerto»
Con el franquismo encarando la recta final, surgió en España un partido que no miraba ni a derechas ni a izquierdas... «¡Solo a la verdad!» ¿Le suena?


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«Y... chimpún. Con la firma quedará oficialmente registrada la Asociación Proverista», comunicó Manuel Maysounave a sus cincuenta acompañantes. El decreto para la creación de asociaciones políticas dentro del Movimiento Nacional, con fecha del 23 de diciembre de 1974, había abierto la puerta a ingenuos y arribistas. «Hemos sido los primeros», dijo uno de los que acompañaban a Maysounave. Su grupo tenía preparados los papeles desde que Arias Navarro dijera en las Cortes, allá por el 12 de febrero de 1974, que los españoles podrían constituir asociaciones. Hubo varios proyectos para hacerlo realidad. Uno de ellos quería que las asociaciones políticas, embriones de los partidos, estuvieran fuera del Movimiento. Ahí estaban los reformistas, que adivinaban que tras la muerte del dictador vendría Juan Carlos con una democracia bajo el brazo. Esto no gustó a los inmovilistas, aunque consideraban que no era mala idea integrar en el Régimen a las nuevas generaciones, decían, distraídas por el aperturismo de Fraga de 1966, el turismo libertino, y la cultura del destape.
El caso es que cuando llegó a Franco el Estatuto de Asociaciones en diciembre de 1974 llamó a Girón de Velasco, el guardián de las esencias falangistas, y ambos sacaron un lápiz rojo y un boli para dar un retoque al decreto. Habría asociaciones, claro, porque el Caudillo era modernísimo, pero estarían dentro del Movimiento para no confundir la libertad con el libertinaje. En suma: quien quisiera asociarse debía pasar por la única organización política legal.
Todos al registro
Aquello satisfizo a algunos, entre ellos a Maysounave y amigos, que más que el nombre de un grupo político parecía el anuncio de un concierto de bandurrias. Leyeron las bases de la convocatoria y se fueron al registro del Consejo Nacional del Movimiento el 13 de enero de 1975. Llevaron la documentación y la relación nominal de los cincuenta promotores. «Veamos –dijo el funcionario mientras compulsaba papeles–. Los DNI, los certificados de penales, bautismo y residencia, y el acatamiento a las Leyes Fundamentales». Los cincuenta suspiraron al unísono como los tubos de un órgano de iglesia. «Está todo. Firme aquí», anunció el hombre poniendo una equis pequeña en un recuadro. Maysounave rubricó y los cincuenta tomaron en fila india el camino de salida. «¡Alto! –gritó el funcionario–. Tengo una pregunta». Los cincuenta tragaron saliva a la vez de tal forma que pareció un Fa sostenido de trombón. «¿Qué significa “proverista”? A ver...». El promotor se abrió paso con un ligero carraspeo. «Mi muy querido señor. Dos puntos –es que Maysounave, como abogado, estaba acostumbrado a dictar–. “Pro-verismo” está sacado del latín “pro veritas”, que significa “por la verdad”. Porque la izquierda ha muerto. La derecha también», siguió. «Y Franco casi casi...», dijo uno antes de que le hundieran a codazos. «Como decía –retomó Maysounave–, las ideologías han muerto, y lo que importa es la verdad». Los cincuenta casi aplaudieron, pero el funcionario del Movimiento levantó la mano y los detuvo. «¿Qué quiere decir? ¿Que el Caudillo miente? ¿Que es la máquina del fango? Lo que faltaba. Los que hacen bulos son los demócratas, que...», empezó a decir hasta que Maysounave le interrumpió. «No, señor, no. La verdad es la verdad, la diga Franco o su porquero. Se despide, suyo afectísimo y tal y tal». Los cincuenta salieron de allí entre las sombras.
Invadieron un bar y tomaron la barra. «¿Qué va a ser?», preguntó el camarero. Maysounave tomó la palabra y anunció: «Va a ser... ¡¡la verdad y solamente la verdad!!». Ahora sí: los cincuenta aplaudieron. «Vale –deslizó el camarero cuando acabó el palmeo–, ¿y para beber?». «¡Cincuenta cañas!», dijo el jefe proverista. Los cincuenta apuraron el vaso simultáneamente como los émbolos calientes de un Seat 133. «¿Cuáles van a ser nuestros primeros pasos, jefe?», preguntó uno con espuma en la nariz. «Lo primero, recibir el millón de pesetas del Movimiento para organizarnos –más aplausos que no vienen al caso–. Luego proponer un gobierno variopinto y nacional. Ya lo tengo pensado. Veréis. Gil-Robles, presidencia, con Fraga en Defensa, Jordi Pujol en Comercio que me han dicho que saca bien el 3%, Meliá en Turismo que tiene hoteles y sabe de lo que hablaba, y Ramón Tamames en Trabajo, que para eso es un comunista defensor del proletariado». El bar se quedó en silencio. Solo se oía el golpe de la bola del futbolín del fondo.
«¿Y cómo vendrá la democracia?», preguntó otro. «La democracia es como las Olimpiadas –contestó el jefe proverista–, hay que prepararse». «¿Para saltar y salir corriendo?», apostilló el listillo.
«Mira. Yo soy joseantoniano sentimental, y si mañana hay otra verdad la adopto como si fuera un cachorrillo. Por eso hace unos días dejé Fuerza Nueva. Eso es el proverismo». El camarero preguntó si ponía otra caña. Nadie quiso. Ya habían pasado el trago (información tomada de un reportaje de Luis Carandell en «Triunfo»).