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Emblemas de la españolidad (VI)
La revancha del «francomodín»
Este emblema nació como un símbolo contra la manipulación del Gobierno de Sánchez y sus estrategias de distracción

La invención de la Ley de Memoria Democrática del autócrata Pedro Sánchez ha puesto de moda la arrumbada figura de Franco. Lo hizo primero exhumando sus restos de El Valle de los Caídos y trasladándolos en helicóptero para que el No-Do de TVE lo retransmitiera en directo. Con este gesto de raíz totalitaria se imponía el nuevo relato de la resurrección del Generalísimo Franco, y se «ponía en valor» El Valle de los Caídos, olvidado desde los años 70. Las monas de repetición de la prensa del fango gritaban: «Hay que liberar el Valle de la simbología fascista, empezando por profanar los restos de Franco» y luego volar esa cruz y desacralizar la basílica erigidas como un monumento al facherío.
Las burlas a esta maquinación para enfrentar a los españoles mediante la invención desde el poder de un «relato» parahistórico tuvo respuesta en el «francomodín». Como explica el izquierdista George Lakoff en «No pienses en un elefante» (2004) los «marcos mentales» en política conforman nuestro modo de ver el mundo. Son movilizadores de representaciones para activar valores, principios y directrices políticas. En definitiva, se trata de marcar la agenda política creando un marco conceptual, un lenguaje emocional que defina unas realidades morales que los medios impondrán mediante la repetición.
La forma de contrarrestar estos relatos creados por la izquierda desde el poder es la batalla cultural. Pero ha costado entender qué ocultaba la estrategia de estos relatos imaginarios. La derecha caía en el garlito, se ponía a la defensiva, mientras el dictadorzuelo Sánchez fingía ser un demócrata y construía en la trastienda del poder una dictadura de la manipulación.
Pura magia Borrás
Con la derecha en Babia, la reacción voluntarista de la disidencia fue la burla. Así nació el «francomodín», como un emblema contra la dictadura de la manipulación de Sánchez. No obstante, siendo una palabra con gran poder evocador y que dio en el blanco era insuficiente para oponerse al marco mental impuesto desde el poder y replicado a tutiplén por el Equipo Nacional de Opinión Sincronizado del bulo: quienes no están contra Franco son fascistas. Toda esa retórica del «muro». El rollo con la resignificación mágica de lugares de memoria. Sacar en procesión a Franco y amenazar con cerrar su Fundación, no era más que cuento: imponer un relato que generase rechazo y acusar a la derecha y ultraderecha de fascista por no sumarse a la celebración del cincuentenario de la muerte en la cama del Generalísimo Franco.
Pero a Sánchez y su banda de corruptos les importaba un higo Franco, la Guerra Civil y la República comunista que Franco humilló hasta que éstos huyeron de España como ratas. Gracias a la prensa libre y la digital se ha desvelado el secreto de Polichinela: pura magia Borrás que ocultaba la corrupción galopante de este Gobierno de ladrones.
Semánticamente, el «francomodín» ha tenido la virtud de ser un poderoso disolvente del estado de corrupción de la banda de Sánchez. Parecía que no tenía espesor para denunciar las tropelías de la mujer de Sánchez, del hermano de Sánchez, de los vicepresidentes pillados con las dos manos en las carnes de la prostis y a saco en el Presupuesto Nacional de Sánchez. Pero los emblemas poseen un gran poder simbólico. Vean el puño en alto o el saludo fascista.
Pese a la casuística de las mentiras de Sánchez, que todos conocían pero callaban, fue al descubrirse el tráfico de fulanas de sus gerifaltes y la evidencia de que el Presidente mas feminista de España le ayudó el padre de Begoña a okupar la Monkloa con los dineros ganados con sus saunas de prostitución que las mentiras de Sánchez adquirieron sentido: eran francomodines ideados para ocultar el Estado de latrocinio de su Gobierno al completo, pues quienes no han participado activamente han callado.
Los numerosos relatos ideados por el ingente equipo de asesores que tapaban una tropelía con otra eran espejos deformantes de la realidad que impedían a los españoles ver la degradación de España ardiendo mientras la expoliaba una banda de cuatreros. En este sentido, el francomodín es el último emblema heroico de la españolidad, porque desvela lo que con señuelos tan toscos como la invocación a Franco y el insulto de fascista ocultaron durante siete años que estaban en «ésto» por dinero, título del disco de Frank Zappa. Todos por la pasta.
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