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Rogar a los dioses para paliar las sequías

La nueva lectura de un epígrafe conmemora un sacrificio animal en honor a cinco divinidades, y con el fin de sofocar una prolongada época sin lluvias
Las figuras míticas de Demeter y su hija Perséfone son símbolos del ciclo agrario
Las figuras míticas de Demeter y su hija Perséfone son símbolos del ciclo agrarioArchivo
La Razón

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La epigrafía, el estudio de las inscripciones en superficies duras, es una de las fuentes de conocimiento más dinámicas para el estudio de la antigüedad, tanto por el continuo hallazgo de nuevas inscripciones como también a través de la relectura de piezas conocidas. Es el caso de un epígrafe portugués reinterpretado por el profesor de la Universidad de Alicante Juan Carlos Olivares Pedreño en un artículo titulado «La identificación del dios Reove y otras correcciones en el altar sacrificial de marecos (Penafiel): una ofrenda a las divinidades del cielo para acabar con la sequía», recientemente publicado en la revista «Saguntum».
A través de sus páginas examina un altar inscrito de época romana que fue utilizado durante siglos como pila de agua bendita en la iglesia de Nossa Senhora do Desterro en Marecos (Penafiel, Portugal). Este epígrafe, descubierto hace cerca de cien años, fue sometido a diversas lecturas pero ninguna tan ingeniosa como la del profesor Olivares que, además, nos transporta a nuestro presente. Sostiene que conmemora un sacrificio animal en honor a cinco divinidades, cuatro célticas paleohispánicas: Nabia, Reve, Nabia Corona y otra imposible de reconstruir, más el dios supremo romano Júpiter –un dato que certifica el sincretismo local–, con el fin de propiciar su benevolencia para sofocar una prolongada sequía. Son dioses ligados a fenómenos atmosféricos o a cursos de agua, como queda ejemplificado en Nabia que, no sólo es origen de numerosos topónimos de poblaciones actuales, sino que da nombre a uno de los más importantes ríos del noroeste peninsular: el Navia. Este sacrificio fue llevado a cabo por miembros de las élites curiales, en concreto, unos curatores, llamados Lucrecio Vituliano y Lucrecio Sabino Póstumo Peregrino el día séptimo antes de las kalendas de septiembre, es decir, el 26 de agosto del 147 d.C.
Esta hábil interpretación, que se apoya en un escrupuloso análisis del texto y en diversos paralelos, nos transporta al presente puesto que vivimos en España una situación hídrica grave que no ha desembocado en catástrofe por la impresionante red hidráulica española actual. Por el contrario, en el mundo antiguo sequías prolongadas acababan inequívocamente en desastres humanitarios; profundas crisis sistémicas, como la que implicó el fin del imperio antiguo egipcio y el inicio del Primer Período Intermedio e, incluso, se ha querido responsabilizar a gravísimas crisis hídricas de migraciones, como la de los hunos, y del colapso y desaparición de importantes entidades políticas como el imperio neoasirio en Mesopotamia o, en América, la civilización maya. Aunque Roma fuera ejemplar en el manejo de sus recursos hidrológicos, como lo demuestra la amplísima evidencia arqueológica, no se puede equiparar, ni mucho menos, su capacidad de embalse con la del presente aunque resulta encomiable su capacidad de reacción ante situaciones de crisis.
[[H2:«Envíanos la lluvia»]]
Sin embargo, a veces no bastaba la tecnología y, en consecuencia, recurrían a lo sobrenatural a través de todo tipo de rituales, tanto preventivos como reactivos. Por ejemplo, en los importantísimos misterios eleusinos griegos, enfocados a celebrar el ciclo agrario en torno a las figuras míticas de Demeter y su hija Perséfone, sabemos cómo sus participantes realizaban una ceremonia propiciatoria. Miraban al cielo gritando «¡llueve!» para, a continuación, dirigirse a la superficie de la tierra y clamar «¡concibe!». Por su parte, tenemos constancia de numerosos rituales muy similares al planteado en el altar de Marecos o incluso rogativas lastimeras ad hoc. De este modo, el emperador Marco Aurelio en sus Meditaciones recogió una plegaria ateniense que suplicaba de este modo un cambio de tiempo: «Envíanos la lluvia, envíanos la lluvia, Zeus amado, sobre nuestros campos de cultivo y llanuras» y, por supuesto, ante este tipo de crisis también disponemos de ejemplos cristianos. Si en el deuteronomio bíblico se indicaba que «te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos», un célebre canto ambrosiano de época tardorromana, el hymnus in postulatione pluviae, imploraba la intervención divina pues «la tierra está agrietada y seca […] la tierra del arado se desprecia, abierta y dividida por alguna fuerza siniestra». De hecho, es tan abrumadora la constatación de ritos cristianos relativos a excesos climatológicos que su registro, sean rogativas «pro pluviam» o «pro serenitate», dirigidas a pedir lluvia y a solicitar el final de inundaciones, constituyen una herramienta de primer orden en los estudios actuales de paleoclimatología, la disciplina enfocada al estudio del clima en la historia, para analizar los desequilibrios hídricos del pasado. Ahora podrán añadir una muesca más en este repertorio de evidencias con el epígrafe de Marecos.