España mítica
Sangüesa, una merindad legendaria
Este lugar de Navarra ofrece un viaje fascinante por paisajes legendarios, vestigios románicos y relatos que enlazan el Camino de Santiago con lo sobrenatural
Entre las demarcaciones tradicionales de la antigua España, a modo de comarcas o particiones para la administración de un territorio, se encuentran las merindades, especialmente en el norte de Castilla y Navarra, de origen medieval. Nuestro acercamiento aconseja recorrerlas también desde el punto de vista de la tradición legendaria. Bien regada por los ríos, rica en recursos y en narrativas tradicionales, y en los límites con Aragón y Francia, una de ellas es la merindad de Sangüesa. En su corazón está la comarca del mismo nombre, que tiene por cabeza a la ciudad de Sangüesa, encrucijada de rutas entre la montaña y la ribera, entre Navarra y Aragón: en esos lares hay restos de ocupación antiquísima del territorio desde época prehistórica. Luego fue ambicionada por los romanos, que tuvieron que vérselas con los suesetanos, que la dominaban, con su enigmática capital de Corbio, y que fueron vencidos al fin por las tropas de Aulo Terencio Varrón en el siglo II a. C. Estas tierras tenían gran relación en su municipalización romana con la vecina comarca de las Cinco Villas en Aragón, que también albergan notables restos de la época clásica (por ejemplo, en Uncastillo está el recientemente excavado yacimiento arqueológico de Los Bañales).
Cuentos y leyendas
Pero el gran desarrollo del lugar vendrá posteriormente, con la merindad como importante etapa de la ruta jacobea, sobre todo desde el siglo XII. Fue Alfonso I el Batallador quien impulsó decididamente su expansión y de esta época, y vinculada con el camino, se puede ver hoy la iglesia de Santa María de Sangüesa, acaso su monumento más destacado. En su portada románica una interpretación quiere ver el reflejo de una vieja leyenda centroeuropea, la de los nibelungos, que habría llegado por el camino francés: el herrero, el caballero y el dragón pueden hacer referencia a la historia del caballero Sigurd, vencedor del dragón Fafner, que custodiaba el tesoro nibelungo, en una narrativa posteriormente popularizada por las óperas de Wagner. Esta incluye el motivo del cuento popular que quiere que Sigurd se llevara accidentalmente unas gotas de sangre del dragón a la boca y, desde entonces, pudiera entender el lenguaje de los pájaros (el motivo está en los cuentos de los Grimm, como la serpiente blanca, e incluso en los relatos africanos recopilados por Frobenius). Sobre la Virgen de Rocamador –advocación relacionada con el Camino de Santiago que se extiende desde su origen en la francesa Rocamadour hasta Quebec–, cuenta la leyenda del caballero Roque Amador, de los ejércitos de Carlos de Viana, que se encomendó a ella y pudo salir con bien de un lance que lo llevó a arrojarse con su caballo desde lo alto de un puente. Aparte de esta joya del románico, la ciudad tiene otros monumentos dignos de visita, como el palacio de Ongay-Vallesantoro, la iglesia de Santiago el Mayor o el convento de San Francisco de Asís.
En la misma merindad podemos desplazarnos a otros lugares marcados por la leyenda, como el municipio y castillo de Javier, lugar de nacimiento de San Francisco Javier, y el monasterio de Leyre, de origen altomedieval, así como lugares marcados por cuentos populares como las Foces de Lumbier y de Arbayún (la leyenda del «puente del diablo» que debe atravesar una joven desafiando al maligno es ya conocida en estas páginas). Entre leyendas pías del lugar, entre religión y narrativa, está la de la venerada imagen del Cristo de Javier o «de la sonrisa», un crucifijo del siglo XIII que se encuentra en el castillo de Javier y que, justo cuando el santo murió en Asia, empezó a sudar sangre. No muy lejos está el origen de otra imagen muy venerada, la de la Virgen de la Barda, talla que se cuenta que fue escondida de los musulmanes y luego milagrosamente encontrada en una zarza: se refiere el milagro en Carcastillo y en Fitero, en la merindad de Tudela.
Otra joya medieval de la zona es el monasterio de Leyre, en esa zona entre Navarra y Aragón de especial fascinación de leyendas telúricas. Fue un área disputada entre los primeros Estados peninsulares del medievo, y noticias del siglo IX, del obispo Eulogio de Córdoba, recuerdan ese monasterio por su estupenda biblioteca. Diversos trabajos de construcción y ampliación, a finales del siglo X, pero sobre todo a partir de finales del XI y ya en el XII, sentarán las bases de la leyenda de Leyre, que es panteón de los primeros reyes del trono de Pamplona. Veamos solo una historia que entronca con el cuento popular, la de San Virila, abad del monasterio, que pedía a Dios siempre comprender la eternidad: un día salió de paseo al bosque y, llegado a una fuente, escuchó el canto de un ruiseñor que lo dejó en un estado de ensoñación. Cuando al rato quiso regresar al monasterio nadie lo reconocía. Ante su insistencia fue admitido como monje y en un viejo libro de la biblioteca leyó que hace más de 300 años había vivido un tal abad Virila, que se perdió en el bosque y nunca regresó. Entonces recibió la iluminación cuando una voz divina le dijo que si tan pronto habían pasado los años escuchando a un ruiseñor ya podría imaginar cómo pasaría el tiempo en compañía del Altísimo. La leyenda tiene paralelos antiguos y modernos, entre otros, en la historia de Epiménides de Creta, en los Siete durmientes (cristianos e islámicos), en los cuentos de hadas irlandeses, en los sufíes y en el famoso «Rip Van Winkle» de Washington Irving.