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"Tito Berni", Pérez Galdós y las meretrices

El diputado socialista que formaba parte de una trama de prostitución mientras denunciaba su lacra, hacía como el escritor canario, otro habitual de los lupanares
Imagen de archivo de Benito Pérez GaldóslarazonLa Razón

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El «Tito Berni» es un personaje valleinclanesco. No, mejor. De Galdós, que introdujo a las prostitutas en sus novelas como nadie. Eso de ponerse hasta las trancas a comer y beber, y luego, en la sobremesa, entre chanzas y eructos, encaminarse a un prostíbulo es de personaje rancio. Berni, el socialista, el feminista, el abolicionista de la prostitución, el que se inflaba a la sombra del partido de los «cien años de honradez», no ha sido el único. No me refiero a que la historia del uso de las meretrices es muy larga en el PSOE. Muchos políticos, periodistas y literatos hoy venerados, incluso por la izquierda, eran usuarios de la prostitución. Uno de ellos fue Benito Pérez Galdós.
No es difícil encontrar estudios y artículos que retratan a un Galdós feminista, de esos hombres que entendieron bien a las mujeres, sus derechos y el puesto que debían ocupar en la sociedad. No en vano, Galdós, con ese naturalismo y realismo social que caracterizó muchas de sus novelas, se le ha tenido siempre como a un progresista. Sabido es que el escritor partió de ideas liberales y conservadoras, y acabó siendo republicano y socialista.
Galdós, en ese viaje intelectual, incluso cuando estrenó «Electra» contra la España mohína y reaccionaria, nunca dejó de visitar a sus queridas prostitutas. Ni siquiera cuando tuvo amantes reconocidas, como Emilia Pardo Bazán. Al canario le ocurrió lo que a muchos hombres del siglo XIX que salían de su pueblo siendo jóvenes. Esos chicos de veinte años que viajaban a una gran población para tener una vida nueva, sin ataduras, con dinero fresco, alejados de la censura local y familiar. Precioso, pero se daban ciertos vicios. También hay que tener en cuenta que lo corriente es que la iniciación en la vida sexual en aquella época era con prostitutas.
Eso le pasó a Benito. Su vida erótica y sentimental fue muy variada. Nunca tuvo deseos de casarse. Su primera novia fue cuando en casa lo llamaban «Benitín». El nombre de la doncella es de los que uno se tatúa de hombro a hombro para que quepa: María Josefa Washington de Galdós, «Sisita» para los cercanos. Era su prima, casi una chica exótica porque había vivido en Estados Unidos y hablaba inglés. A su madre no le gustó el tema, y le mandó a Madrid a estudiar Derecho. Aquello fue un erasmus para el canario.
Benito no debió encontrar sitio en la Pensión del Peine y se instaló en otra en la calle del Olivo. El chico se lo pasó pipa durante cinco años, entre 1862 y 1867, con fiestas y encuentros amorosos. Frecuentaba a las modistillas, un clásico de la época, e iba con sus amigos a los burdeles. Las prostitutas estaban sobre todo en el centro, como la calle Sevilla, Puerta del Sol y Plaza Mayor. El número de meretrices en Madrid en esos días era de unas 7.000. La mayor parte eran clandestinas.
Las prostitutas censadas tenían reconocimientos médicos para el control de las enfermedades de transmisión sexual, y contaban con lugares para vivir, las llamadas «casas de tolerancia». La prostitución era frecuente como complemento salarial porque los jornales eran cortos, y ahí había todo tipo de mujeres ofreciendo sus servicios, desde las niñas a las ancianas. Las que más optaban por la prostitución eran justamente las que pretendía Galdós: las modistillas. Se calcula que un 20 por ciento de la prostitución en Madrid era ejercido por ellas. Y ahí iba el escritor progresista, dispuesto a completar sus sueldos.
La calle más famosa de prostitución en Madrid era Ceres, hoy Libreros, así como las callejuelas que hay entre Mesón de Paredes y Embajadores. En 1889 había en el Madrid galdosiano unos 150 burdeles. Era lógico, entonces, que Galdós conociera bien a las prostitutas. De hecho, las describió con detalle en «La desheredada» (1881), «Fortunata y Jacinta» (1886-1887) y «Nazarín» (1895), no sin cierto aire de denuncia de aquello que justamente él frecuentaba como cliente.
Como «Tito Berni», Galdós, al tiempo que iba a los burdeles, usaba la prostitución en sus novelas para describir la dureza del capitalismo, el desarraigo y la situación de la mujer, la degradación moral y la necesidad del empoderamiento femenino. Pero él formaba parte de lo mismo que denunciaba. Lo hizo durante más de medio siglo. No es que «Tito Berni», el progresista que fue diputado del PSOE hasta cinco días antes de que estallara el escándalo, sea un literato, o que su trayectoria sea comparable a la de Galdós. No insultemos nuestra cultura, por favor. Es que no hay santos laicos, y no todo es lo que parece.