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Cuando Toledo se convirtió en una ratonera para los religiosos

Jorge López Teulón publica 'Mártires a la sombra del Alcázar de Toledo', una segunda edición revisada y aumentada con todas las biografías de los creyentes asesinados aquel verano de 1936 en la ciudad imperial
Cuando Toledo se convirtió en una ratonera para los religiosos
Milicianos republicanos posando con la momia de una monja procedentes de las tumbas profanadas en el Convento de la Concepción de Toledo.Fondo del Estudio Fotográfico Alfonso. Archivo General de la Administración. Ministerio de Cultura
Juan Beltrán

Madrid Creada:

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Escribe el sacerdote Jorge López Teulón (Madrid, 1970) que monseñor Jaime Colomina Torner (1922-2020) fue todo un referente en la archidiócesis de Toledo en muchos campos, pero especialmente destacó por su labor en pro de las causas de canonización de los mártires de la persecución religiosa. «Creó un mapa martirial de la ciudad donde explicaba que Toledo ha recibido diversos títulos: Ciudad regia, Ciudad Imperial, Ciudad de las tres culturas..., pero que todavía le pertenece otro: Ciudad martirial».
Monseñor Colomina afirmaba que desde el martirio de santa Leocadia de Toledo, en el año 304, hasta que estalla la Guerra Civil española no hubo más mártires en el suelo diocesano. Pero 16 siglos después, la sangre, literalmente, corrió por las calles de la ciudad imperial en aquel verano de 1936. López Teulón recogió el testigo de Colomina en la Delegación para las Causas de los Santos. El sacerdote, que ha desarrollado su ministerio en Talavera de la Reina, fue nombrado en 2002 Postulador de una Causa de más de 900 mártires de la persecución religiosa de 1936 a 1939, para la provincia eclesiástica de Toledo y la diócesis de Ávila. 
Fruto de años de investigación sobre la persecución religiosa ha realizado diferentes publicaciones, entre ellas, «Toledo, 1936.Ciudad mártir», que se reedita ahora, 15 años después, como «Mártires a la sombra del Alcázar de Toledo» (editorial San Román), una segunda edición revisada y aumentada con fotografías y las biografías de los religiosos asesinados. «Se trata de saber en qué calle exacta de la ciudad de Toledo fue asesinado cada uno de ellos y de dar la cara por estos testigos de la fe, de presentar sus vidas porque no se puede perder ni un solo nombre ni una sola historia», afirma.
En él narra uno de los muchos capítulos de la cruel persecución religiosa que se vivió durante la Guerra Civil, «en un margen de 72 días, las calles de la sede primada se convirtieron en un auténtico viacrucis, se llevó a cabo el exterminio de las comunidades religiosas (11 maristas, 16 carmelitas, tres jesuitas y un padre franciscano), además del asalto a los conventos de monjas profanados impunemente, madres jerónimas, benedictinas, concepcionistas...; un total de 107 sacerdotes diocesanos y religiosos, junto a muchos seglares comprometidos con la Iglesia, algunos de ellos elevados a los altares», explica Teulón.
Mientras esto ocurre, simultáneamente se suceden los famosos hechos de la defensa del Alcázar, episodio militar que fue seguido en el mundo entero. «Desde que el 22 de julio los milicianos del Frente Popular se hicieron con la ciudad comenzaron los martirios y la ciudad amurallada se convirtió en una ratonera y empezó la caza por las calles de todo lo que “oliese a cera”, siendo los primeros en caer los capellanes Gregorio y Toribio Gómez de las Heras, junto con el padre franciscano Emilio Rubio Fernández, que se encontraban en una hospedería junto a la puerta de Bisagra».

Paseo del Tránsito

La forma más conocida del terror en toda España era la de conducir a las personas a las afueras de la población para asesinarlas allí. «Y eso ocurrió en el paseo del Tránsito en Toledo –señala Teulón–. Solo llevaba diez días cercada y tomada la ciudad por los milicianos y ya se conocía como “Glorioso Tránsito de los Mártires de Toledo”». Que se tenga constancia, fueron 35 los asesinados en este lugar, donde, paradójicamente, antes de la guerra ya se realizaron las ejecuciones públicas hasta principios del siglo XX. «Resulta sobrecogedor que, sin saber que el tránsito significaba la subida al cielo, lo eligiesen como lugar para los martirios», significa el sacerdote.
Entre los sacerdotes asesinados hay ejemplos y testimonios que impresionan, como el del joven beato Guillermo Plaza Hernández, operario diocesano y superior del Seminario Mayor. Era de Yuncos (Toledo) y murió el 9 de agosto del 36, recién cumplidos los 28 años. Ante el pelotón de fusilamiento preguntó quién lo iba a matar para besarle la mano como signo de perdón y agradecerle el gran beneficio que, sin saberlo, le hacía por medio del martirio. Otros testimonios destacables es el vivido por el beato Ricardo Plá, llevado al paredón con sus padres y hermana, pero extrañamente un miliciano paró su ejecución. A los pocos días se lo llevaron solo y, al detenerlo, su madre le dijo: «Hijo, valor para morir y más valor para perdonar». O el asesinato del anciano Joaquín de la Madrid, fundador de un colegio para huérfanos que, desfallecido en la plaza de los Postes, pidió a los milicianos que hicieran con él lo que quisieran, pero antes se puso a repartir entre ellos el poco dinero que llevaba. Los de Toledo, que ya lo habían recibido otras veces, se negaron a matarlo, pero los llegados de Madrid lo fusilaron. 
En el Alcázar, el coronel Moscardó había pedido un sacerdote y se le concedió la entrada al canónigo Camarasa, que aquel día celebró una misa en mitad del asedio, para convencerlos de que entregaran la plaza, pero no lo hicieron. El último asesinado fue Pedro Santiago Gamero, ecónomo de la parroquia de Santa Leocadia, detenido y fusilado el 17 de septiembre. Tras la liberación por las tropas nacionales se organizó una procesión de acción de gracias a Nuestra Señora del Alcázar. «Aquel martes 29 de septiembre permanecerá siempre grabado en el corazón de todos los que participan en ella por las calles de Toledo. La gente –concluye Teulón– se agolpaba para tocar a la venerada imagen y suplicar a María Santísima que viniera la paz sobre España y terminasen los días de enfrentamiento, muerte y guerra».
En esta fotografía se puede ver al "Ángel del Alcázar" en la segunda fila de abajo: el quinto por la derecha, con gafas y corbata
En esta fotografía se puede ver al "Ángel del Alcázar" en la segunda fila de abajo: el quinto por la derecha, con gafas y corbata

UN BRAZO PARA DIOS Y POR ESPAÑA 

López Teulón narra la encarnizada defensa de la fortaleza entre el 22 de julio y el 27 de septiembre del 36 y la resistencia de los últimos días marcados por los 5.000 kilos de trilita que el 18 de septiembre hicieron saltar sus muros por los aires. Ese mismo día, Antonio Rivera, el «Ángel del Alcázar», fue gravemente herido en el brazo tratando de recuperar su ametralladora. Los médicos deciden amputárselo casi sin anestesia porque, dada su escasez, renunció a ella. «No os preocupéis por esto –dijo al doctor–, se lo ofrezco a Dios por vosotros y por todos los soldados de España». Antonio Rivera Ramírez había estudiado Derecho, fue dirigente local y nacional de las Juventudes de Acción Católica, y el 18 de julio del 36 acudió voluntariamente al Alcázar para unirse a sus defensores. El día que fue liberado estaba entre los heridos, pero el 20 de noviembre moriría víctima de la septicemia. Solo tenía 20 años.