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Historia
La trama de espionaje contra el Padre Pío
En el 57º Aniversario de su muerte, este martes 23 de septiembre, desvelamos la trama de espionaje silenciada contra san Pío de Pietrelcina, también llamado Padre Pío

El periodista italiano Stefano Campanella, gran conocedor de la figura del Padre Pío, me recordaba en su día que al capuchino le colocaron micrófonos para espiarle. “Y no sólo en el confesionario, también en su celda”, me aseguraba monseñor Juan Rodolfo Laise, obispo emérito de la diócesis argentina de San Luis mientras vivía en el convento del Padre Pío.
Antes del rodaje de mi película El Misterio del Padre Pío, la cinta más vista en la historia del Festival Internacional de Cine Católico de Estados Unidos, pude descubrir al autor material de la colocación de los controvertidos micrófonos. El propio fray Giustino da Lecce, hermano conventual del Padre Pío, confesaba así en una carta inédita suya, en noviembre de 1961, su participación en el complot contra el capuchino: “Fray Bonaventura da Pavullo –escribía fray Giustino- estaba al corriente de las escuchas al Padre Pío y me animaba a continuar con ellas”.
Me quedé helado al contemplar luego al Padre Pío, inalterable al desaliento, posando en una fotografía junto a su perseguidor a la entrada del convento. Era evidente que el estigmatizado sabía de sobra que su hermano en la Orden le había colocado los micrófonos a sus espaldas, dado que él leía el alma de las personas, pero durante todos esos años se limitó a callar y a rezar por sus perseguidores.
Giulio Siena, director de Comunicación de Casa Sollievo della Sofferenza (el hospital fundado por el Padre Pío en San Giovanni Rotondo), me explicaba que era necesario colocar el micrófono con un hilo y luego poner la grabadora, y eso sólo podía hacerse en la celda del Padre Pío: “Las celdas –me explicaba Siena- estaban una al lado de la otra: una, dos, tres, cuatro y cinco; es decir, las últimas dos celdas”.
Arrepentido de ello, fray Giustino da Lecce confesaba finalmente en su carta: “Instalé los micrófonos con el permiso de mis superiores, aunque reconozco haber actuado mal […] Soy consciente de que la culpa recaerá sólo sobre mí y no sobre la Orden”.
Elia Stelluto, fotógrafo personal del Padre Pío, me comentaba al respecto: “El padre Giustino dice que lo hizo por obediencia. Tenía que descubrir los secretos del Padre Pío, tanto los relacionados con las mujeres como con los hombres. Por eso los micrófonos estaban en el confesionario y en la celda”.
Fray Giustino abundaba en ese comportamiento ignominioso: “En otras ocasiones en las que el Padre Pío había dormido en la clínica, ya se decía que otras mujeres habían gozado del permiso de poder estar esas noches con él”.
Por su parte, Stefano Campanella me concretaba que los micrófonos se colocaron también en la hospedería, donde el Padre Pío recibía a las mujeres, y en su celda número 5 del convento de San Giovanni Rotondo, al sur de Italia, donde el fraile se reunía con sus colaboradores para la construcción y la gestión de Casa Sollievo. Monseñor Laise me aseguraba incluso que, en cierta ocasión, el Padre Pío descubrió un micrófono bajo su cama y se deshizo de él con gran pesadumbre e indignación contenida.
En este sentido, el periódico Il Tempo publicó el 28 de diciembre de 1963 que el Padre Pío había cortado con una navaja el cable de un micrófono y mostró la fotografía que lo acreditaba. Elia Stelluto reconocía con todo el dolor de su corazón que el capuchino fue perseguido con saña durante gran parte de su vida: “Estaba siempre encerrado, igual que un preso en una cárcel”, denunciaba. Y fray Carlo María Laborde, antiguo superior del convento, destacaba por su parte que él nunca se defendió ni acusó a nadie, sino que “dejó siempre su causa en las manos de Dios”.
Pero mientras eso sucedía, el fraile seguía viendo en lo escondido y tal vez por eso sufría aún más resignado a aceptar en silencio la voluntad de Dios. A su hija espiritual Nina Campanile, el Padre Pío le dijo en 1917: “Me veréis un poco y otro poco no me veréis. ¡Y luego me volveréis a ver!”. Y durante dos años, en efecto, el Padre Pío no fue visto por ninguno de sus hijos espirituales, dado que el 9 de junio de 1931 recibió la orden de suspensión de todos sus ministerios, excepto el de la Santa Misa, que debía celebrar en la capilla privada en presencia tan sólo del ayudante.
La carta del oprobio
Para colmo de injusticias, al Padre Pío le obligaron a firmar una carta en la cual declaraba que él nunca había sufrido persecución por parte de la Santa Sede, según me recordaba fray Carlo Laborde: “Gozo de la libertad en mi oficio y no tengo enemigos ni perseguidores”, escribía el Padre Pío, el 16 de diciembre de 1964, por indicación del superior Clemente de Santa María in Punta. No era extraño así que monseñor Laise concluyese así de rotundo: “Toda su vida fue una persecución en esta casa”.
Casi todas las personas que le hicieron la vida imposible al Padre Pío se arrepintieron al final. Ahí radicaba la grandeza de Dios con quienes, como el Padre Pío, sabían confiar en Él limitándose a callar y a orar por sus perseguidores. Monseñor Laise me recordaba: “Él lo sentía y rezaba. Rezaba para que el Señor le diera fuerzas y los convirtiese”.
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