Arqueología

La última cena de una ciudad romana

El de Los Bañales es probablemente uno de los yacimientos romanos más vibrantes de España, donde se halló un depósito de 71 ostras, molusco que se usaba como antídoto o como delicatessen

En «Una fiesta romana» el pintor Roberto Bompiani refleja los lujos culinarios típicos de aquella época
En «Una fiesta romana» el pintor Roberto Bompiani refleja los lujos culinarios típicos de aquella épocaArchivo

Hace cientos de años, el gran Francisco de Quevedo pronunció uno de sus más célebres y, como lo demuestra el presente, inmortales aforismos: «El rico come; el pobre se alimenta». Aunque, a diferencia de otras épocas, la variedad de la comida a nuestra disposición sea abrumadora, sigue siendo un marcador de estatus socioeconómico. Y, desde luego, en Roma era un indicador de primer orden como lo demuestra la copiosa literatura antigua sobre alimentación y costumbres culinarias ejemplificada en el abrumador banquete o convivium de Trimalción, relatado por Petronio en el Satiricón. En esta descacharrante narrativa se suceden las maravillas culinarias de todo el orbe romano, y de más allá, para el disfrute del obscenamente rico liberto y sus invitados como vulva y ubres de cerda, ciruelas de Siria o dátiles de Tebas.

A otro nivel, disponemos de numerosa evidencia sobre el consumo de productos alimenticios de lujo como el pescado o el marisco que, si bien, en zonas costeras de la antigüedad evidentemente no representaban un lujo, en aquellas áreas alejadas del litoral desde luego sí que lo eran. Es el caso de las ostras, cuyo estudio, amén del de otros moluscos, entra de lleno dentro de la subdisciplina arqueológica de la arqueomalacología. De este modo, en territorio español, podemos citar impresionantes yacimientos como los numerosos concheros o depósitos de conchas costeros desde la prehistoria, donde se acumulaban enormes cantidades de restos asociados al consumo humano o a la industria de la púrpura, o por ejemplo los impresionantes pavimentos de conchas asociados a la colonización fenicia o a su intensísima influencia cultural como, entre otros muchos, los del impresionante yacimiento del Carambolo (Huelva).

Manjares preciados

Hace unas semanas salió a la luz en la revista «Spal» un magnífico estudio titulado «Banquetes con ostras y emulación de hábitos itálicos en Hispania: el depósito arqueomalacológico de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza) en territorio vascón» escrito por Darío Bernal-Casasola, Javier Andreu Pintado y Juan Jesús Cantillo Duarte. Bajo la dirección del catedrático de la Universidad de Navarra Javier Andreu, Los Bañales, probablemente la Tarraca de las fuentes, es uno de los yacimientos romanos más vibrantes y vivos de la geografía española como lo demuestran sus constantes campañas de investigación desde 2008 que han dado lugar a una enorme cantidad de publicaciones científicas como este estupendo artículo en donde se analiza un depósito de 71 ostras encontradas en la excavación en el año 2021 de una sección septentrional del cardo de la ciudad asociado a una vecina domus. Obviamente, las ostras, provinieran de la naturaleza o de un «ostrearum vivarium», un criadero, no eran autóctonas de este yacimiento localizado en territorio vascón y situado a unos cien kilómetros al este de de Zaragoza, la antigua Caesaroaugusta. En el artículo se indica que estos moluscos, que pueden aguantar entre 7 y 12 días si se transportan en buenas condiciones, pudieron transportarse desde el litoral atlántico, del entorno de Oiasso (Irún) a través de la calzada que comunicaba ambos términos y proseguía hacia la Galia, o del Mediterráneo en barco remontando el río Ebro. Aunque según las fuentes, en particular, Plinio el viejo, tenían múltiples usos, desde antídoto de ciertos venenos pasando por un afrodisiaco hasta medicina contra el dolor de estómago, las quemaduras o los sabañones, era fundamentalmente una delicatessen culinaria al alcance de unos pocos en el interior de Hispania que, así, como en tantas otras esferas, emulaban a las costumbres y gustos de la cultura romana. Así, este molusco, «el primero de los manjares» según Plinio, despertaba auténticas pasiones como, por ejemplo, lo demostrasen el envío que le hicieron a Trajano de un cargamento de preciados moluscos mientras combatía contra los partos en Persia o siglos después el poema que el cristiano Ausonio le dedicase.

Solían emplearse como aperitivo de las comidas y, aunque lo más común era tomarlas crudas con un toque de limón, el gourmet entre los gourmets Marco Gavio Apicio en su De re coquinaria sugirió su consumo con «pimienta, ligústico, yema de huevo, vinagre, garum, aceite y vino» amén de miel, si se prefería.

Un dato curioso sobre este hallazgo es su lugar de descubrimiento. Estos restos se encontraron, acompañados de fragmentos de vajilla, sobre la acera enfrente de una domus desde donde se habrían arrojado. Un dato que, muy juiciosamente, les permite teorizar a los autores de la investigación con que fueran consumidas estas ostras en los últimos estertores de una ciudad que, como tantas otras urbes hispanas del período. como Caraca (Driebes), fue abandonada a fines del siglo II o comienzos del III, pues no tendría sentido su deposición en ese espacio ni tampoco que no se limpiara con posterioridad. Quien sabe pero estos restos podrían representar la amarga e irónica evidencia de la despedida de las élites curiales locales que residieron en esta ciudad y decidieron disfrutar de una última cena con estilo.