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Hoy «Campeones», ¿y mañana qué?

larazon

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Todo cuento de hadas, como el vivido ayer en los premios Goya, requiere de una cosa que Coleridge sistematizó a principios del XIX: la voluntaria suspensión de la incredulidad. Es decir, yo me hago el tonto para que usted me embelese con aquel romance imposible entre polos opuestos o con ese gol en el minuto 90 del equipo de los «nerds perdedores» del instituto americano.
La vida a veces (y el cine más a menudo) es maravillosa porque a cada instante puede suceder lo improbable. Eso, la introducción de lo imprevisto en la rutina es la belleza, como el silencio entre dos notas de piano. Javier Fesser, el artífice de la magia de «Campeones», sabía perfectamente que los Goya 2019 apostarían por el cuento de hadas.
Su película no es la mejor a vista de crítico –él mismo pidió perdón a «El reino» por arrebatarle el gran cabezón–, pero era la que todos deseaban que ganara. Ayer, la Academia, la industria del cine y España entera suspendió la incredulidad voluntariamente para dejarse mecer por la idea de que, sí, a solidarios no hay quien nos gane, a diversos y a inclusivos. Y, sobre todo, le regalamos a un puñado de personas con discapacidad intelectual la posibilidad de creer que sus sueños nunca serán suficientemente grandes.
Durante un par de horas largas disfrutamos con ellos del desenlace perfecto de una ficción y de la catarsis colectiva de una sociedad necesitada de mirarse en el espejo más amplio y a la luz más favorable. Hay que tener el corazón lleno de estiércol para no emocionarse al menos un puntito con el discurso de Jesús Vidal, mejor actor revelación, y la dedicatoria a su madre simplemente «por darme la vida», eso que yo (y dudo que sea el único) jamás he sabido decirle a la mía.
Pero también hay que mirarse a la cara y ver más allá del regodeo propio en nuestro buenismo. Hace una década, Pablo Pineda, actor con síndrome de Down, logró la Concha de Plata al mejor intérprete en el Festival de San Sebastián. Desde entonces, ¿en cuántas películas lo han visto? Cero patatero. ¿Quién se acordará de Jesús Vidal, de los «campeones» de Fesser, en cinco, diez años? Sí, quizás, probablemente, hagan una secuela, pero ¿realmente la industria va a cubrir la promesa dada ayer en los Goya de una trayectoria? ¿No se premia a un actor revelación para lanzarlo a una carrera...?
El gremio del cine ama las excepciones, los hitos, tanto como juguetes rotos genera. Los maravillosos amigos de «Campeones» son la excepción, no la regla, y por eso ayer los Goya los eligieron para protagonizar el cuento de hadas que quizás más nosotros que ellos necesitábamos. Mañana, como sabrán sus familias si son sensatas –que seguro lo son– toca seguir en la brecha, defenderse de los buenos propósitos de los otros, del momento en que recuperan la incredulidad. Con un Goya en la mesilla, claro, que eso no se lo quitan.

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