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Indalecio Prieto y Largo Caballero, duelo a muerte

El primero intentó eliminar de la política al segundo incluso aliándose con el comunismo.
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El primero intentó eliminar de la política al segundo incluso aliándose con el comunismo.
El destino quiso que dos hombres con infancias difíciles fuesen tan distintos. Catorce años más joven que Francisco Largo Caballero, nacido en Oviedo el 30 de abril de 1883 y trasladado de niño con su familia a Bilbao, Indalecio Prieto Tuero se convirtió enseguida en hijo de viuda de clase media, sin posibles, obligado a vender periódicos, cerillas, lápices y abanicos por las calles de la ciudad. Su pasión era ya la lectura.
De crío, una pertinaz dolencia de la vista lo dejó medio ciego. Víctima de fotofobia, pasaba semanas enteras en la oscuridad. Apenas se recuperaba, volvía a enfrascarse en los libros. Pero de nuevo recaía. No era extraño así que, pasado el tiempo, recordase: «Lloraba de rabia, y sabiendo que la humedad me hacía daño iba a la calle y, enloquecido, metía adrede mis pies mal calzados en los charcos, como queriendo cegar de una vez».
Tales arrebatos, con cierto instinto autodestructivo, le acompañarían en forma de prontos toda la vida. En algunos discursos bramaba, se golpeaba el pecho o se arañaba la ancha frente hasta sangrar.
Largo Caballero también trabajó de niño. Nacido el 15 de octubre de 1869 en Madrid, fue unos pocos meses a los Escolapios y ya nunca más volvió a pisar la escuela. Con ocho años estaba empleado como niño aprendiz en una fábrica de cajas de cartón, de la que pasó a un taller de encuadernación y a otro de cordelería.
A los nueve empezó a aprender el oficio de estuquista, que no abandonó hasta 1904. Sus manitas modelaban la masa de yeso blanco y agua de cola, con la cual se hacían y preparaban objetos que luego se doraban o pintaban. Con veintiún años, oyó hablar por primera vez del Primero de Mayo. «En 1890 –rememoraba en la madurez– estaba yo trabajando en la carretera de Fuencarral. Ganaba 1,75 pesetas y trabajaba más de doce horas. Era ya oficial de estuquista; pero entonces había, como hoy, crisis de trabajo en mi oficio y no se trabajaba en él más que los meses de verano. En el invierno no trabajábamos y teníamos que ir a lo que llamaban la Villa, a ganar 1,50, que pagaba el Ayuntamiento, o 1,75 en la Diputación Provincial. En este momento de mi vida ganaba yo 1,75 pesetas trabajando en una carretera».
En mayo de 1937, los niños ya eran mayores. Se habían convertido en rivales dentro del Gobierno de la República. Solo hasta después de la guerra, Prieto rompería su silencio al desmentir su acuerdo secreto con los comunistas para derribar a Largo Caballero.
Pero Vicente Uribe, uno de los ministros comunistas que provocaron la crisis, declaró en el exilio: «Prieto participó en el plan para cambiar a Caballero de la jefatura del Gobierno, aunque sin dar la cara de verdad (...) Prieto quería vengarse de Largo Caballero, a quien no le perdonaba, entre otras cosas, que frustrase la ambición de Prieto de ser jefe del Gobierno allá por mayo del 36». El testimonio de Gabriel Morón, antiguo partidario de Prieto y director general de Seguridad, se sumaba a la tesis de Uribe al aducir que Prieto estaba de acuerdo con los comunistas «para eliminar a Largo Caballero».
Modificación genética
Aunque la revelación más convincente provenía del antiguo secretario del Partido Comunista italiano y delegado del Komintern, Palmiro Togliatti. En un informe enviado a Moscú el 30 de agosto de 1937, aseguraba: «Los centristas, con Prieto, habían jugado un papel muy importante tanto en la preparación como en la solución de la crisis».
Ése era Prieto, el mismo que en cierta ocasión aguardó a Dolores Ibárruri a la puerta del Congreso de los Diputados de la calle de Floridablanca. Al llegar La Pasionaria, la tomó del brazo, acompañándola hasta el Salón de Conferencias donde estaban los diputados de la mayoría presididos por Largo Caballero.
La vigorosa mujer vestía de azabache, a tono con los guantes, y lucía unas violetas en el pecho. Prieto, orgulloso de ella, reunió en torno suyo a un grupo de periodistas y les dijo: «Esta que aquí veis es una mujer buena, fundamentalmente buena. Es el alma y el nervio de nuestra revolución, y como nuestra revolución no hemos de lograrla sin dolor, y ella se llama Dolores, bien podríamos llamarla La Dolorosa de hoy en adelante».
El 13 de mayo se reunió el último Consejo de Ministros bajo la presidencia de Largo Caballero. Indalecio Prieto se había salido una vez más con la suya: Largo Caballero era ya un cadáver político.
Viejos rivales
Prieto tenía la llave del cambio: si él decía adelante, sus partidarios y los comunistas precipitarían la crisis del Gobierno de Largo Caballero. Claro que existía recelo entre Prieto y Largo Caballero desde 1935, cuando ambos líderes protagonizaron una lucha feroz dentro del PSOE. Dio la impresión entonces de que ganaba Prieto al hacerse con el control del órgano oficial, «El Socialista», y con la dirección del partido. Además, impuso un nuevo pacto con Azaña, que cristalizaría en la formación del Frente Popular. Pero Largo Caballero no había perdido la partida: conservó su hegemonía en las juventudes del PSOE, en federaciones tan importantes como la de Madrid, y en el sindicato UGT, la auténtica cantera de obreros del partido. Pactó también con Azaña, pero con objetivos muy diferentes a los de Prieto: quería ganar las elecciones y conseguir la amnistía para todos los detenidos por la Revolución de Asturias.