Italia, estado de excepción turística
Italia está abarrotada de turistas y el país comienza a sentir la erosión. El ruido, la basura y los desperfectos son serios obstáculos para vivir el día a día.
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Italia está abarrotada de turistas y el país comienza a sentir la erosión. El ruido, la basura y los desperfectos son serios obstáculos para vivir el día a día.
Frente al viejo astillero de Venecia han instalado una playa. Decenas de personas se disputan en sus toallas unos pocos centímetros cuadrados de arena. Unos miran el móvil y otros toman el sol despreocupados, cuando de repente comienzan un canto coral del que surge un grito desesperado contra el cambio climático y la acción del ser humano en la Naturaleza. La melodía va subiendo el tono, hasta que callan y cada uno vuelve a sus asuntos. Se trata de la «performance» que se puede ver en el pabellón de Lituania, vencedor este año en la Bienal de Arte, que se celebra estos días en Venecia. El certamen lleva por título «May you live in interesting times» (u ojalá vivas tiempos interesantes) y tiene como objetivo provocar una reflexión sobre los problemas actuales. En la playa de la delegación lituana advierten del apocalipsis de forma tranquila, sin que nadie se inquiete ni haga nada por evitarlo.
Más allá de la Muestra sucede algo parecido. Venecia es una ciudad a la que llegan cada año 12 millones de turistas, según datos oficiales, aunque otros organismos elevan esta cifra hasta los 30 millones, contando a quienes vienen con viajes organizados, pasan unas pocas horas y se marchan. Esta cifra supondría de media unos 82.000 visitantes cada día, por los 52.000 habitantes con los que cuenta el centro histórico. En una farmacia del Campo San Bartolomeo hace años que instalaron un contador para seguir la cuenta atrás, ya que anualmente cerca de un millar de venecianos optan por el exilio. La explotación turística masiva ha acelerado un éxodo, por el que la población se ha quedado en menos de una tercera parte de los 174.000 residentes que llegó a tener en 1951.
Venecia era entonces un centro cultural al alcance de unos pocos. Aquel año pasaron por la alfombra roja de su festival de cine Akira Kurosawa, Jean Renoir o Vivian Leigh, estrellas que pisaban la ciudad, subían a las góndolas y dejaban dinero, recuerdan siempre sus comerciantes. Hoy las «celebrities» siguen viniendo, aunque hayan cambiado la fila de paparazzi por Instagram. El problema es que se encierran en sus hoteles de lujo y apenas tienen contacto con quienes les podrían haber vendido un ramo de flores o servido un café. A cambio, estos tienen que hacer negocio con los clientes de AirBnb, que tiene en Venecia la primera ciudad europea por volumen de ingresos y ha duplicado sus apartamentos en los últimos cinco años, según datos recopilados por el comité ciudadano Italia Nostra. Este grupo, que vela por el patrimonio italiano, ha enviado una carta a la Unesco para que Venecia sea añadida a su lista de ciudades en peligro.
La Fontana de Trevi, en el centro de Roma, ha sido testigo de imágenes insólitas, como la de dos familias peleándose (literalmente) por el turno para sacarse una fotografía en el monumento
La hipótesis se valora desde hace años, pero hasta ahora solo ha habido prórrogas, a la espera de que las autoridades aprueben medidas para aliviar la situación. Sería otra llamada de auxilio, poner Venecia al nivel de las urbes en guerra o que acaban de salir de un conflicto. «No tendría consecuencias prácticas, pero sí simbólicas, con lo que pensamos que tendría un fuerte impacto», señala Lidia Fersuoch presidente de Italia Nostra Venecia. La primera reivindicación es la más antigua de todas: prohibir que los barcos de gran tonelaje pasen por la Laguna, el área que rodea todo el centro histórico. No solo preocupa evitar el desembarco masivo de turistas, sino el aspecto medioambiental. El puerto de Venecia es el más contaminado de Italia y el tercero de Europa, por detrás de Barcelona y Palma de Mallorca.
El accidente que provocó hace un mes un crucero, que chocó contra un pequeño barco en el Canal de Giudecca y dejó cuatro heridos leves, y el que estuvo a punto de ocurrir la semana pasada en un episodio muy similar se han convertido en los mejores aliados de quienes quieren vetar la entrada de las grandes naves a la Laguna. Sin embargo, las disputas entre el Gobierno y la administración local persisten. La ciudad ha instalado unos tornos que se cierran cuando la afluencia a los lugares más concurridos es excesiva y desde principios de siglo lleva construyendo un sistema de diques para evitar la temida acqua alta. Pero ni uno ni otro son suficientes para frenar la riada de personas que pasan cada día por sus aglomeradas calles.
El problema es que las ciudades cercanas al mar (en la imagen, Venecia) se masifican demasiado
Imprescindibles
Será por aquello de los canales y el juego de ilusiones que generan, que Venecia se ha convertido en un espejo deformado de una situación que se repite en todo el país. Según el informe global de la Organización Mundial del Turismo de 2018, Italia es quinta en el ránking de turistas extranjeros, con 58 millones. Pero no únicamente ocurre en Venecia. Pasear por las calles de Roma, Florencia o, sobre todo, de los pequeños pueblos que aparecen en las guías con el calificativo de «imprescindibles» puede acabar con el turista más esforzado. Sorprende que España acoja bastantes más foráneos –82 millones– y el resultado no parezca tan agobiante. Antonio Pezzano, coordinador del programa Destinos Europeos de Excelencia (EDEN) –dependiente de la Comisión Europea–, responde que esto se debe a que «en España el turismo está muy concentrado en las islas, playas y Barcelona como gran ciudad; mientras que en Italia se reparte por todo el territorio». Además, el 80% de los nacionales no cruzan las fronteras durante sus vacaciones.
Es cierto que en 2018 los pueblecitos más pintorescos italianos recibieron 23 millones de extranjeros. ¿Quién no tiene un cuñado que le haya dicho que ha estado en Cinque Terre, la Costa Amalfitana, Capri o Cerdeña y le ha encantado? Sumen a la lista de los lugares de moda las costas de Puglia o Matera, que este año es Ciudad Europea de la Cultura. Lo que quizá no les cuenten son las colas que tuvieron que esperar o el riesgo plausible de entrar en un restaurante, ya que parece imposible comer mal en este país y encontrar la excepción a la regla. En todos estos lugares, los visitantes multiplican la población local no solo en los meses de verano, sino durante todo el año. Por eso surgió un colectivo llamado Slow Tourism, que se dedica a poner sellos de calidad a los alojamientos que promueven un modelo por el que el huésped no pasa corriendo, hace una colección de selfies y sale disparado. «El turismo que estamos viendo actualmente pone en riesgo la buena marca que ha tenido siempre Italia, por lo que nos jugamos el futuro en mejorar la hostelería y los alojamientos del país», señala su presidente, Luciano Lauteri.
Del neorealismo a la realidad
Venecia se cuela por el desagüe, Roma sucumbe con unos servicios públicos ya insuficientes para los romanos y en Florencia, la patria de Dante, ahora el idioma oficial es el inglés. «Nos hemos acostumbrado a ver las ciudades así y no hemos hecho nada. Las administraciones locales deberían valorizar el patrimonio menos conocido, que es inmenso, e intentar recuperar los monumentos que todos vamos a ver, sin ser capaces de observar», afirma Anna Scalise, vicepresidenta de la Sociedad Italiana para la Protección de los Bienes Culturales. Hace años estaba en el debate público limitar el acceso a ciertas zonas congestionadas, pero en la mayoría de los casos se ha desestimado por las dificultades para aplicarlo. A mediados del siglo pasado, con el país arrasado tras la Segunda Guerra Mundial, los directores salieron de los estudios de Cineccità para mostrar la crudeza de las calles. Se llamó neorrealismo y con él comenzaron dos décadas de un fabuloso cine que ha marcado el imaginario colectivo del país hasta hoy. Ahora, a lo que el turista acostumbra a ver en sus ciudades lo llaman realidad, aunque más bien parece un estudio de cine.