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J. M. Amilibia: "Digan lo que digan, la vejez es una auténtica maldición"

El mordaz escritor y columnista de LA RAZÓN presenta "Arrugas interiores", un sardónico decálogo de la vejez y el tiempo atravesado por la pluma de un gran experimentado
El escritor Jesús María Amilibia
El escritor Jesús María Amilibia
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Madrid Creada:

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Su forma de identificarse segundos antes del encuentro mantenido en una pequeña tasca saliente de un Paseo de la Florida alfombrado por el agua y los colores de un otoño atrasado, pulmón del barrio de confianza de nuestro entrevistado, resulta casi tan satírica como su escritura. La identidad que se esconde bajo una chapela de fieltro negra que denota sus orígenes vascos es la de Jesús María Amilibia, columnista de este periódico, rapidísimo, sardónico y descreído, depositario único de pretendidas inconveniencias y militante acérrimo de su propio partido. 
Nos citamos con el periodista haciendo uso de una anticipada prevención discursiva frente a lo incorrecto porque si hay algo que inunda su nuevo y expectorante libro, "Arrugas interiores" (Almuzara), es, por supuesto, un torrente de cinismo obligatorio ante la inminencia de la vejez y la muerte, el inevitable y devastador transcurrir del tiempo y la asunción irremediable de las soledades no elegidas. Es entonces cuando conversar con Amilibia se convierte en un coladero de anecdotarios impagables.  
¿Qué grosor de bagaje vital requiere la elaboración de un libro en el que uno es capaz de detectarse las arrugas de dentro, las que se traducen como consecuencias inevitables del paso del tiempo?
Basta con ser viejo. O vejestorio mejor dicho, que es una palabra que me gusta especialmente. Imagino que la necesidad de escribir este libro me surgía todas las mañanas cada vez que me dolía algo al levantarme. Suelo decir que si te levantas por la mañana y no te duele nada es que estás muerto. Y si te miras al espejo y te ves un poco los dientes largos es que te has convertido en vampiro y si te ves agilipollado es que te has convertido en zombie. Y además hueles mal, claro. Pensé que escribir algo como esto podía ser divertido y eso al final me he dado cuenta de que es lo único que me preocupa. A Pío Baroja, una joven reportera como tú le preguntó en su día «maestro, ¿usted para qué escribe?» y le contestó: «para entretener hijo, para entretener». De modo que para mí, tiene que ser divertido lo que hago.
Sin embargo ese revestimiento lúdico y humorístico no le impide bucear en asuntos que no tienen nada de ligeros, como la soledad impuesta. ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste solo?
La solemnidad es el lugar donde se refugian casi siempre los políticos y por eso yo intento huir de ella. Odian el humor porque les desnuda, les arrebata la sobriedad y eso les jode mucho. El hecho de que mi mujer falleciera hace siete años me coloca en un lugar evidente de soledad impuesta pero ante ella, reconozco que tengo una situación un poco ambigua. Por un lado la soledad me gusta cuando estoy trabajando, cuando escribo, cuando escucho música o viendo la tele porque el mando es mío y no hay discusión. Pero me disgusta la soledad cuando me meto en la cama y no está a mi lado Úrsula Corberó por ejemplo –admite entre risas–, porque el deseo sexual subsiste, lo que pasa que es penoso y patético absolutamente a mi edad. Creo que me siento solo todos los días, pero a ratos.
¿De dónde viene ese arrinconamiento social que se ha establecido sobre el deseo en la vejez ? 
A la gente le da un poco de vergüenza, como ha pasado siempre, hablar de la sexualidad de los mayores. Es muy duro imaginar a sus padres o a sus abuelos follando, rechazan la idea radicalmente, quizás por algún tipo de pudor judeocristiano de nuestra civilización.
¿Sigues pensando que el envejecimiento es una realidad potencialmente más aterradora que la muerte?
Mira, te voy a confesar algo, digan lo que digan, la vejez es una auténtica maldición, es el tiempo de los miedos. Ni se es más sabio, ni se es más nada. Todo degenera. Había un torero en Extremadura, que llegó a gobernador civil y le preguntó alguien que cómo había llegado hasta ahí y respondió precisamente eso: degenerando. En ese sentido, la vejez es pura degeneración y además con un problema añadido superior y es que ya nada puede ir mejor. Sabes que estás jugando la prórroga y que no vas a ganar y eso es algo que me asusta, que me da tanto miedo como la muerte.