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"Joker": ¿de verdad este loco representa a un loco como yo?

Analizamos el controvertido retrato de la "locura"que hace la película del año a las puertas del Día Mundial de la Salud Mental

Joaquin Phoenix, en una escena de "Joker"
Joaquin Phoenix, en una escena de "Joker"larazon

Analizamos el controvertido retrato de la "locura"que hace la película del año a las puertas del Día Mundial de la Salud Mental

Soy un loco oficial. La cornada tiene tres trayectorias: depresión, trastorno de ansiedad generalizado y agorafobia. Lo dice la sanidad pública, no yo o mis ganas de hacerme notar. A veces caigo y hasta recaigo pero, en general, hago mi vida normal como quien tiene, digamos, diabetes.

“Fueraparte” de eso, he visto “Joker”. Fue en el Festival de San Sebastián y salí, como todos, con la cabeza del revés. La cinta de Todd Phillips (con la crítica rendida en bloque y 248 millones de dólares recaudados hasta la fecha en todo el mundo) es apabullante. Tanto que, de noqueado que te deja, la primera reacción es abrir la boca y asentir a todo lo bueno que de ella se diga. Enfermiza y enferma, incluso amoral, cautiva en su radicalidad y, por supuesto, en el trabajo angustioso de Joaquin Phoenix.

Es fácil dejarse llevar, integrarse en la masa y participar del caos que propone. El nihilismo colectivo siempre fue seductor. Y todos tenemos contenedores cerca que quisiéramos incendiar, o alguien que nos suministre una coartada frente a la responsabilidad individual. “Joker” ha venido a ofrecernos el mechero y supongo que por eso cautiva.

Pero más allá de lo político-social (donde hay mucha tela que cortar, desde luego), choca lo inadvertido que ha pasado su retrato de la enfermedad mental, especialmente viviendo, como vivimos, en una sociedad en la que quien no se ofende es sencillamente porque no existe. El “loco” de Phoenix (y de Phillips) es un curioso híbrido entre el “Joker” clásico, que siempre fue una encarnación del mal sin raigambre con un contexto concreto, y un caso clínico pautado y hasta explotado. La cinta nos muestra el progreso hacia la locura de un enfermo mental concreto que acaba siendo, eso, el Joker arquetípico que todos conocíamos.

El problema es que, aunque intenta ser realista en la problemática de un enfermo mental, incluso dándole coartadas de sobra, demasiadas y hasta gruesas -una madre “loca”, abusos en la infancia...- y motivos para la degeneración -el rechazo social, la falta de ayudas sociales...-, la película de Warner se ve en la tesitura de ligar al “loco-normal” con el histriónico “destroyer” caricaturesco del personaje tradicional de los cómic de DC. De ahí el híbrido y de ahí que el tronado Joker de Phoenix (por otra parte, espectacular dentro del personaje que le han propuesto) no pueda representar a un colectivo realista. E incluso pueda ofenderlo, cosa que a mí, en concreto, ni fu ni fa.

Y es que es necesario e imperioso saber separar realidad de ficción, algo que en Estados Unidos cada vez cuesta más, pero curiosamente de “Joker” se ha valorado mucho su “retrato de la enfermedad mental”. Absurdo. En España, donde ya la ha visto hasta el apuntador, nadie ha señalado la contradicción que hemos expuesto, pero en Estados Unidos sí se han alzado voces que desligan el aspecto estético del filme (o experiencial) con el fondo, que no todo hay que comprarlo en pack.

Con el muerto en caliente, es decir, recién salido del pase del Festival de Venecia en el que los críticos del mundo se postraron a los pies del filme, Richard Lawson, cronista del “Vanity Fair”, señaló sagazmente que, a pesar del “impacto innegable” de “Joker”, “dando un paso atrás, fuera del calor veneciano, también puede ser (la cinta) una propaganda irresponsable para los mismos hombres que patologiza”. Y añade que la famosa risa del personaje, con su nuevo giro “made in Phoenix” tan ponderado, resulta de una “neuroatipicidad estigmatizante, codificándola como un símbolo de maldad y malevolencia”. El paso del loco a todos los locos y de ahí a la Locura. El problema, decíamos, de hacer encajar un arquetipo en un enfermo mental concreto y elevarlo a símbolo de nuevo. Una locura, vaya.

Adriana Sanclemente es coordinadora de la Federación Salud Mental Madrid, que el jueves, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, ha convocado una marcha de Atocha a Sol para concienciar especialmente contra el suicidio. “Desde ''Psicosis'' para adelante, por decir solo una película, la estigmatización en el cine es constante, siempre relacionado con la peligrosidad”, me cuenta. Las cifras, dice, lo desmienten. No es cierto que los “locos” sean mayores y mejores criminales. Pero sobre todo la esquizofrenia sigue en el ojo del huracán. En ese sentido, yo sería un “loco soft”, que también en esto hay clases.

Añade: “La gente asimila que una persona así es peligrosa, y no es cierto en absoluto. El tema es que hay personas que, por las circunstancias que sean, tienen una naturaleza violenta. Pero eso no significa que tengan una enfermedad mental. Lo que pasa es que no queremos asumir que hay gente mala -y “normal”, añado- en el mundo. Es más fácil pensar que tienen un diagnóstico”.

Así, ligando lo mórbido a lo político-social para hacer efectivo el mensaje de que ya que el mundo se ha vuelto loco, la locura está justificada, “Joker” patina en la pata de la empatía con el colectivo que presuntamente retrata y ampara. Como el “yo, señor, no soy malo...” de Pascual Duarte en versión posmoderna.

Algunos artículos lo han señalado en el mundo anglosajón, curiosamente nadie en España. James Moore, en “The independent”, titula el 5 de octubre: “Dejando de lado las impresionantes interpretaciones, Joker se burla de la enfermedad mental” y apunta al “tópico cansino y destructivo de que el abuso infantil conduce a una enfermedad mental de carácter asesino”. Más. Revista “Insider”: “Joker conecta enfermedad mental y violencia. Te explicamos por qué es peligroso y equivocado”. Más. “Esquire”: “Joker se hace un lío con los trabajadores, los enfermos mentales y la política”. Y así muchos.

“Nunca sale a la luz que una persona con enfermedad mental haya ganado el Nobel”, apunta Adriana Sanclemente, “pero te diré una cosa: yo me siento más segura en una habitación con 20 personas diagnosticadas de esquizofrenia que con sus familiares”, añade riendo. Eso es todo.

Y tras el cuadro clínico, el diagnóstico: al abandonar el carácter simbólico del personaje, incluso el aspecto lúdico y satírico del mismo originario del cómic, al ponerse “serio” y hasta pedagógico, “Joker”, magnífico artefacto si hablamos de experiencia fílmica -a nadie le diré que no vaya a verla ni ofendido con ella me hallo-, se ha cargado parte de esa credibilidad de corte social que ha querido ganar y que tanto se le ha ponderado en todo el mundo.

¿Soy el único que lo ve así? ¿Acaso estoy loco?