Jonathan Franzen: "Internet nos hace ignorantes intencionados"
El autor de «Libertad» regresa a las librerías con «El fin del fin de la tierra» (Salamandra), una serie de artículos y pequeños ensayos en los que analiza el calentamiento global, la relación entre escritores o su particular relación con los pájaros.
El autor de «Libertad» regresa a las librerías con «El fin del fin de la tierra» (Salamandra), una serie de artículos y pequeños ensayos en los que analiza el calentamiento global, la relación entre escritores o su particular relación con los pájaros.
Jonathan Franzen le gusta observar pájaros y escribir larguísimas novelas sobre la época que le ha tocado vivir. Y se ha convertido en un auténtico maestro en las dos. Muchos dirían que son dos actividades antagónicas, pero ambas necesitan de las misma fuerza de observación, de grandes dosis de concentración y paciencia, y una inusitada capacidad de análisis para captar patrones de comportamiento. Y a partir de estas virtudes para la observación nace «El fin del fin de la tierra» (Salamandra), una serie de artículos y ensayos breves en los que el autor de «Libertad» y «Pureza» da su particular punto de vista sobre el calentamiento global del planeta, de lo que necesita un autor para escribir bien, o por qué es difícil ser amigo de otros escritores. Leyendo uno de estos artículos uno se siente como el estornino más hermoso del mundo, mientras Franzen te observa y apunta todo lo que haces.
–Parafraseando lo que dice en su libro. ¿Se siente más auténticamente usted mismo en algo que está escribiendo que dentro de su propio cuerpo?
–Supongo que no hay nada más auténtico que el propio cuerpo. Mi cuerpo es definitivamente yo. Incluso podría discutir que una inteligencia artificial altamente sofisticada nunca podrá replicar la inteligencia humana porque carece de la experiencia de «tener» un cuerpo. Pero mi cuerpo me habla en un lenguaje muy primitivo. Solo es «quien soy» en el sentido más literal posible. Quien realmente soy y el que emerge con mayor claridad es el que aparece cuando estoy luchando por escribir algo con sentido.
–¿Qué aprende de la observación de la naturaleza que no pueda aprender con la literatura?
–Aprendo mucho cuando observo la naturaleza, pero aprender cosas no es el motivo principal para pasar tiempo al aire libre. Y tampoco es la razón por la que leo literatura. Yo observo a los pájaros lo mismo que leo novelas: para tener una experiencia. Sin embargo, las dos actividades estimulan partes muy diferentes de mi cerebro. La observación de pájaros me ayuda a escapar de mí mismo, meterme en la piel de animales que nada tienen que ver conmigo y que no tienen ningún interés en mí. La literatura hace todo lo contrario, al conectarme con mi propia conciencia y para disfrutar de la compañía de otras personas. Miro pájaros para escaparme de los demás.
–¿Por qué la verdad sobre el calentamiento global resultaba más incómoda para la izquierda que para la derecha?
–La derecha puede simplemente negar e ignorar el cambo climático. Por razones políticas, la izquierda necesita respetar el consenso científico sobre el problema. Ahora, sin embargo, el consenso científico también certifica que es improbable que podamos evitar el catastrófico calentamiento global. De esta manera, la izquierda solo le interesa la verdad científica en la medida que pueda ganar a la derecha con la verdad. Cuando la verdad socava los proyectos utópicos de la izquierda, ya no le interesa esa verdad, y actuará como la derecha. Al menos la derecha es siempre consistente en su rechazo a la verdad. El último ejemplo es el fantástico Green New Deal propuesto en los Estados Unidos.
–¿Qué le parece cuando Trump se ríe del cambio climático porque en febrero nieva y hace frío?
– Lo veo como otro indicador de que el sueño de la Ilustración, de que la razón puede trascender las limitaciones del cerebro humano, está muerto. Los seres humanos han sido fundamentalmente demasiado egoístas y corto de miras para llegar a acuerdos colectivos respecto al cambio climático. Preferiríamos permanecer intencionalmente ignorantes. Internet y las redes sociales han mejorado vastamente nuestra capacidad para la ignorancia intencionada.
–¿Es posible combatir la tentación de caer en la desesperanza y dejar que ocurra el fin del mundo?
–El mundo no acabará, pero sí cambiará radicalmente. Mi convicción es que debemos aceptar que hemos fallado a la hora de prevenir el cambio climático catastrófico. Tenemos que aceptar este hecho y empezar a reconsiderar nuestras prioridades, sobre todo las prioridades medioambientales. A pesar de que sé que todos mis amigos van a morir un día, eso no me lleva a dejar de quererlos e intentar ayudarles en lo que pueda. Incluso el hecho de su mortalidad me lleva a desear ayudarles mucho más. Y es lo mismo que pienso sobre la naturaleza. Hay muchas cosas que podemos hacer, ahora mismo, para prevenir la extinción de plantas y especies animales. Podemos parar la deforestación, parar la pesca excesiva en los océanos, dejar de contaminar el mundo con plásticos o dejar de matar los pájaros cantores migratorios. A diferencia del cambio climático, estas acciones pueden producir resultados tangibles.
–¿Sigue teniendo pesadillas con el fin del mundo ?
–Ya no tengo esa pesadilla recurrente de estar en un avión a punto de estrellarse. Me avegrüenza reconocer que esa pesadilla en particular tenía más que ver con mi carrera literaria, en los años anteriores de que despegara.
–¿Por qué escribir si alguien ha perdido la esperanza de que las cosas pueden cambiar?
–Depende lo que entiendas por esperanza. Si tu esperanza es «salvar el planeta» y convertirlo en un lugar perfecto, creo que deberías abandonar inmediatamente esa esperanza, sencillamente porque es inútil. Pero el mundo está lleno de pequeños problemas en los que las acciones decididas de un individuo pueden provocar una verdadera diferencia. Todo el mundo debería descubrir lo que ama e invertir toda su esperanza en ello.
–Acaba el libro con la frase: «Incluso en un mundo de moribundos continúan naciendo nuevos amores». ¿Qué enamora a Jonathan Franzen estos días?
–Es difícil predecir qué puedo amar en el futuro. Hace 20 años, hubiese sido incapaz de saber hasta qué punto amaría a los pájaros o cuánto querría a California. Hace tres, por ejemplo, me hubiese sido imposible imaginar que escribiría otra novela, y sin embargo, ahora estoy escribiéndola. Espero poder tenerla acabada a finales de 2020.
–¿Se parece en algo el mundo que imaginaba de pequeño con el que está viviendo estos días?
–Cuando era un adolescente leí muchos libros de ciencia ficción y hasta cierto punto me imaginaba que todos viajaríamos a otros planetas en 2019. Obviamente, esto no se ha cumplido. Cuando crecí un poco, me convencí que el mundo acabaría destruido por una guerra nuclear y esto no ha pasado todavía. Pero también imaginaba que el planeta estaría extremadamente superpoblado y amenazado por catástrofes medioambientales, y vaya si ha sucedido.
–¿Ha llegado en algún momento a preferir a los pájaros que a las personas?
–No. Los pájaros no quieren tener nada que ver conmigo y no he conseguido que sean buenos personajes en una novela.
–¿Por qué ya no está en contacto con William T. Volmann? ¿Qué cree que estaría escribiendo David Foster Wallace en la América de Trump? ¿Dos grandes escritores no pueden tener amistades duraderas como dice el tópico?
–Foster Wallace y yo tuvimos una fuerte amistad de más de 20 años y seguiríamos siendo amigos si no se hubiese suicidado. Mi otro gran colega «literario» es el escritor David Means y nos conocemos desde hace 30 años. Pero es extrañamente difícil imaginar lo que Foster Wallace podría estar escribiendo ahora. Mi impresión es que si él hubiese sido capaz de imaginarlo quizá todavía estaría vivo. Mi amistad con Vollmann fue importante los años que duró, pero nunca fue una amistad tan estrecha como con los dos David. Cuando hablo de amistad, creo en el amor a primera vista. De vez en cuando, conozco a una persona y, de forma instantánea, siento la necesidad de ser amigo suyo para siempre.
–¿Cómo nacen las diez normas para el novelista? ¿Son consejos para nuevos autores o para veteranos que no escriben bien?
–No lo sé. El diario «The Guardian» me pidió que hiciera una lista, y eso es lo que hice. Como puedes ver en esta entrevista, cuando me preguntan algo, hago lo que puedo para contestar. Es posible que algunas de mis reglas de escritura tengan un lado polémico. Por ejemplo, a mí me molesta mucho cuando un escritor dice que la primera persona es más «natural» que escribir en tercera. Las primeras historias que nos explican de pequeño, los cuentos de hadas, siempre son sobre alguien, sobre un él o una ella, nunca un «yo». Para mí, la narrativa en tercera persona es el descubrimiento artístico más poderoso de la historia. Por cada «Lolita» que me muestres, yo te enseñaré diez «Los hermanos Karamazov».