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José Cuenca: «Occidente tiene una deuda impagable con Gorbachov»

Durante su viaje a Madrid en 1990, Gorbachov acaparó la atención de todo el mundo
Durante su viaje a Madrid en 1990, Gorbachov acaparó la atención de todo el mundolarazon

Publica «De Suárez a Gorbachov», un libro de memorias que recoge sus experiencias en la política exterior española durante la Transición.

Como diplomático de carrera y como embajador de España, a José Cuenca le tocó vivir en primera persona el apasionante periodo de la Transición y, en especial, uno de sus episodios más trascendentes, la entrada de España en la OTAN. Como embajador en Moscú fue testigo directo del triunfo y caída de la Pe-restroika, la nueva política de Gorbachov que cambió el curso de la Historia. Ahora ha decido plasmar sus testimonios, experiencias y recuerdos en un nuevo libro «De Suárez a Gorbachov. Testimonios y confidencias de un embajador» (Plaza y Valdés). Un documento importante que aporta episodios inéditos y explica cómo se desarrollaron algunos pasajes fundamentales de nuestro más reciente pasado en el ámbito internacional. Un análisis riguroso y profundo sobre temas de máximo interés para la diplomacia española y sus relaciones en el final del siglo XX: la política exterior de la Transición, la adhesión de España a la Alianza Atlántica y el fin de la Unión Soviética, los tres grandes apartados en que se divide el libro.

–¿Por qué era reacio a escribir estas memorias?

–Porque lo importante es la información y los testimonios que puedas aportar, no las menudencias de tu vida, que pertenecen al ámbito privado.

–¿De dónde veníamos en política exterior?

–Veníamos de una «política de cerco», que había reducido nuestra diplomacia a casi nada. En la Segunda Guerra Mundial, Franco se alineó con el caballo perdedor. Y las potencias vencedoras nos negaron incluso la entrada en la ONU.

–¿Cómo se articuló la política exterior durante la Transición? ¿Qué objetivos se planteó el Gobierno de Adolfo Suárez?

–Suárez se propuso sacar a España de su aislamiento secular y tomó cuatro medidas: presentar ante el mundo nuestro compromiso irreversible con la democracia, apostar por la defensa de los derechos humanos, restablecer las relaciones diplomáticas con México y con la URSS y, finalmente, poner en marcha el mecanismo para nuestra integración en las comunidades europeas.

–Aparte de estos objetivos, se encontró con lo que llama «urgencias y problemas». ¿Cuáles fueron?

–Fueron cuatro: el problema del Sáhara, defender la españolidad de Canarias, articular una política imaginativa sobre Oriente Medio y defender nuestra justa reivindicación en el tema de Gibraltar.

–En algunos, tuvo usted una participación directa y cuenta episodios inéditos. ¿Cómo intervino en el problema de Sáhara?

–Sobre el Sáhara doy todos los detalles acerca de un tema poco conocido: las negociaciones que mantuvimos el embajador Cassinello y yo con el Frente Polisario hasta conseguir la liberación de los 38 pescadores que mantenían secuestrados.

–¿Y en las negociaciones sobre Gibraltar?

–Aquí menciono dos puntos: uno, la «Declaración de Lisboa», en la que Reino Unido aceptó, por primera vez, mantener negociaciones (no meras conversaciones) sobre todos los aspectos del problema de Gibraltar. El otro, describir cómo se gestó la nonata «Declaración de Sintra», que habría supuesto (de no haberlo impedido el inicio de la Guerra de las Malvinas) un avance decisivo hacia la solución del contencioso.

–Aclara algunos malentendidos sobre Suárez, que recibió críticas infundadas, ¿Qué cosas se dijeron que no son ciertas?

–Varias. Por ejemplo: que se granjeó la enemistad de Estados Unidos al recibir en La Moncloa a Yassir Arafat. Pues bien: Arafat vino a Madrid en septiembre de 1979. Cuatro meses después, Suárez era recibido en la Casa Blanca al más alto nivel. Y, en junio de ese año, era el presidente Carter quien venía a Madrid en visita oficial. Una extraña forma de mostrar su desagrado, ¿no le parece?

–Se dice que era remiso a entrar en la OTAN. ¿Es esto cierto?

–También es una afirmación que es preciso matizar. En el libro explico con detalle las razones por las que se retrasó la decisión. Y de cómo, luego, cuando pensó hacerlo, ya no le fue posible.

–¿Qué suponía para España entrar en la organización atlántica?

–Sustituir los acuerdos impresentables que teníamos con los americanos, a partir de 1953, por una relación institucional, y entre iguales, que garantizaba nuestra seguridad y nos anclaba en los valores del mundo occidental. Y para las Fuerzas Armadas, supuso un antes y un después.

–¿Con qué objeciones internas y externas se encontró el Gobierno?

–La izquierda y la extrema derecha eran contrarias a la OTAN, aunque por motivos diferentes. Y eso se puso de manifiesto en los debates que se celebraron en las Cortes a lo largo del otoño de 1981. En cuanto a las presiones exteriores, eran fácilmente explicables: la URSS se oponía porque la entrada de España mostraba la vitalidad de la Alianza, frente a un Pacto de Varsovia anquilosado.

-¿Cómo valora el cambio de opinión de Felipe González y que los socialistas pasaran de acérrimos contrarios a la entrada a tener a Solana de secretario general?

-Lo valoro muy positivamente. Cuando una reportera me preguntó, hace años, qué le hizo a Felipe González cambiar su idea sobre la OTAN, le dije: «El conocimiento, desde dentro, de las realidades del poder. Felipe González ha sido uno de los grandes presidentes que ha tenido España. Y no tuvo ningún empacho en rectificar porque, por encima de todo, fue y sigue siendo un hombre de Estado».

–¿Qué papel desempeñó usted en este proceso?

–Puedo asegurarle que por mi mesa de trabajo pasaron todos esos temas. Primero, en mi condición de secretario general técnico, asistí a todos los debates parlamentarios. Después, como director general de Europa y Asuntos Atlánticos, me ocupé de que se ratificara en tiempo y forma el Protocolo de invitación por parte de todos los miembros de la OTAN. Defendía nuestra entrada, pero no a cualquier precio. Nunca fui un atlantista sin matices, y todos mis compañeros lo saben.

–¿Cómo vivió el 5 de junio del 82 el acto de izar bandera en el Cuartel General de la OTAN y unos días después la cumbre de Bonn?

–La cumbre de Bonn, en la que España participó como miembro nº16 de la Alianza, fue una ocasión histórica y solemne en la que tuve el honor de estar presente. Me emocionó ver al presidente Calvo-Sotelo, junto a los líderes del mundo occidental, entrando en la gran sala del Bundestag, con todos los presentes puestos en pie.

–Fue nombrado embajador en Moscú en pleno desarrollo de la Perestroika. ¿Cuáles fueron los principales aciertos y errores de Gorbachov?

–Gorbachov ha sido uno de los grandes hombres del siglo XX. De eso no me cabe ninguna duda. Cometió errores y él lo sabe. Pero el mundo occidental tiene con él una deuda impagable. Porque abolió la «doctrina Breznev», derribó el muro de Berlín, permitió la reunificación de Alemania y puso fin a las confrontaciones de la Guerra Fría. Por eso recibió, con toda justicia, el Premio No-bel de la Paz.

–¿Qué fue la «gorbimanía»? ¿Por qué es tan diferente su valoración fuera de su país que dentro?

–El mundo entero vivió eso que yo llamo «la gorbimanía». Y en Madrid pudimos comprobarlo, durante su visita en octubre de 1990. Por dondequiera que iban, él y Raísa desataban la locura colectiva. Sin embargo, dentro de su país ha tenido una valoración bastante diferente.

–Una vez que ha acabado la Guerra Fría, ¿qué peligros acechan al mundo?

–Cuando terminó la guerra fría, Occidente echó las campanas al vuelo. Hemos ganado, dijeron. Pero se equivocaron. La URSS había dejado de existir, pero aparecieron otras amenazas más sutiles y peligrosas. Entre ellas, el terrorismo internacional: esa nueva forma de la barbarie totalitaria que atenta contra nuestras sociedades libres y democráticas.

–Habla de «un nuevo orden mundial». ¿En qué consiste o cómo debería ser?

–En mi libro digo que, al término de la Guerra Fría, las grandes potencias tuvieron la oportunidad de construir un nuevo orden internacional más justo, más libre y más humano. No lo hicieron, y la Historia se lo reprochará.