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José Luis Gómez cede el testigo en el Teatro de La Abadía

El director escénico de 78 años, una edad que no aparenta, ha tenido esta temporada algunos problemas de salud que incluso le obligaron a cancelar su estupendo monólogo sobre Unamuno.
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El director escénico de 78 años, una edad que no aparenta, ha tenido esta temporada algunos problemas de salud que incluso le obligaron a cancelar su estupendo monólogo sobre Unamuno.
Era un rumor que sonaba ya mucho y muy alto en los últimos meses que el director escénico José Luis Gómez estaba planeando su propia sucesión al frente del Teatro de La Abadía, y que sería Carlos Aladro, como finalmente ha ocurrido, quien ocuparía su golosa plaza vacante. Lo que ha sorprendido más es que el relevo se haya producido de manera tan inminente, con un plazo de un mes al nuevo director para incorporarse al cargo. A nadie se le escapa que Gómez, con 78 años que no aparenta, ha tenido esta temporada algunos problemas de salud que incluso le obligaron a cancelar su estupendo monólogo sobre Unamuno. Sin embargo, puede que la celeridad en el cambio tenga mucho que ver también con el hecho de que el sustituto es ya prácticamente otro veterano en La Abadía, de cuyo equipo artístico ha formado parte durante diez años ocupando puestos de relevancia como el de director adjunto o el de coordinador del Corral de Comedias de Alcalá. Ciertamente, nadie puede afearle a Aladro, que probablemente cesará en sus actuales cometidos al frente del Festival de Otoño y del festival Clásicos en Alcalá, que no tenga un bagaje apropiado para coger ahora el timón de un teatro que, desde su puesta en funcionamiento en 1995, ha sido tan aplaudido en el plano netamente artístico como abucheado por su rarísima gestión. Si los ciudadanos preocupados por el teatro y la cultura echasen la vista atrás y repasasen no solo la solidez de la programación de La Abadía en estos 23 años, sino también al plantel de extraordinarios actores y profesionales que «han salido» de aquí, creo que todos tendrían inequívocamente que felicitar a Gómez por el excelente trabajo realizado. Ahora bien, si los ciudadanos –no tan preocupados por el teatro como por una distribución justa del dinero público– lo que repasasen fuese exclusivamente el modelo de gestión de esta institución, creo que, igual que este que escribe, no entenderían a cuento de qué funciona esto tal y como funciona. Honestamente, no creo que haya un solo político, de ninguna de las tres administraciones implicadas en La Abadía –Ayuntamiento, CAM y Ministerio de Cultura–, que sea capaz de argumentar y justificar debidamente, a día de hoy, la existencia de esta fundación que se gestiona de forma privada, pero cuya financiación es pública, y que a lo largo de toda su existencia ha tenido siempre al mismo director. ¿Habrá un solo profesional de las artes escénicas en España que no diga, con razón, que él también tiene grandes ideas artísticas y que quiere una fundación de este tipo para hacer buen teatro?

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