Artistas

José Manuel Zapata: «Los músicos deberían desmelenarse más»

El domingo dirige a la Orquesta Nacional de España en un insólito espectáculo que tiene mucho de divertido y poco de broma

José Manuel Zapata
José Manuel Zapatalarazon

El domingo dirige a la Orquesta Nacional de España en un insólito espectáculo que tiene mucho de divertido y poco de broma.

He hablado unas cuantas veces a lo largo de unos cuantos años ya con José Manuel Zapata (Granada, 1973) y esta quizá sea la entrevista más peculiar. Él sigue siendo el mismo de siempre, con sus defectos y las virtudes que le adornan, pero en esta ocasión hablamos como no lo habíamos hecho antes: mientras él conduce su moto. Tranquilos que va con el manos libres, pero es lo que tiene quedarse pillado en un atasco en la Plaza de España. El domingo dirige en Madrid a la Orquesta Nacional de España en «Concierto para Zapata y Orquesta», un programa lleno de buena música en el que dejará de ser él. En verano ya probó con enorme éxito en su tierra con la Orquesta Ciudad de Granada. Madrid es otra plaza, aunque no es tan fiero el león como lo pintan. No se considera tímido. «Quizá cuando pesaba más. Pero ahora que he perdido peso he pillado una confianza en mí mismo...», dice.

–¿Ha pasado usted de ser tenor a director de orquesta? Lo mismo hay unos cuantos que recelan del invento y le miran mal y le sueltan un «¿pero qué hace este aquí?»

–Ojo, que yo sigo siendo tenor y me voy a dedicar a la lírica. Yo no pretendo dirigir, y, de hecho, no lo hago. Me he inspirado para este programa en los «shows» que en los 50 y 60 daba Danny Kay en Estados Unidos. Él tampoco era director de orquesta. Es como si un día una formación, en este caso la Orquesta Nacional, se permite la licencia de hacer un show. Yo ya les he dicho a los profesores que no quiero estorbar.

–Hay algo que quiere dejar muy claro: que no es un espectáculo para niños.

–Así es. Se aburren como ostras. Es para adultos. Hemos ensayado, por ejemplo, con público de escolares, y me he quedado de piedra cuando hemos tocado la «Macarena» y no tenían ni idea de lo que era. Me he sentido tan mayor.

–¿La «Macarena»?

–Te voy a contar una cosilla: realmente es un plagio de Mozart. Es lo que decimos en un momento del espectáculo. Hacemos una cosa tan divertida, con unos arreglos que parece como si fueran del vienés. Es una gracieta, un pequeñita broma que el público se llega a creer porque en Granada vino gente al camerino a decirnos que desconocían el origen tan erudito del tema de Los Del Río. Señores, no es Mozart, que quede claro. Que no.

–Véndanos este concierto.

–Si viene lo pasará genial, pues combina a partes iguales la buena música y el buen humor. Es un concierto de grandes éxitos repleto de bises, como la «Marcha triunfal» de «Aída» y la obertura de «La gazza ladra», de Rossini. Todo son «hits». ¿Y aún así no van a venir a escucharlo? Ya están tardando.

–A mí, desde luego, me ha convencido. ¿Y a los profesores de la Nacional, que parecen tan estirados y tan serios? Ahora me va a decir que los ha puesto a bailar...

–Tenía mis serias dudas. Es una formación maravillosa con una actitud increíble que no ha hecho sino darme facilidades. La Orquesta me ha dejado conducir su Ferrari apenas me acabo de sacar el carnet. Es como llevar un vehículo de lujo con un corazón de Rolls Royce.

–¿Le han hecho llorar los profesores...? De alegría, digo.

–Me han sorprendido muy gratamente. Entiendo que pudieran recelar porque cuesta aceptar todo aquello que se sale de la norma, pero únicamente me han dado sonrisas, colaboración e incluso me han hecho propuestas. Esta semana ha sido de las más felices de mi vida. Lo digo bien alto.

–¿Y solo una representación? En cuanto se corra la voz no van a quedar días libres en el Auditorio Nacional para sus conciertos.

–Yo estoy convencido de que tiene futuro y de que es necesario en este mundo en el que vivimos. Hemos trabajado como si fuéramos una familia, y eso lo es todo. Sin la colaboración de la orquesta habría hecho el mayor ridículo de mi carrera. Se nota que lo pasan bien y eso llega al público. Que vengan, que no se van a arrepentir.

–¿Y si la crítica la hace trizas?

–Pues qué le vamos a hacer. Lo importante es que los que acudan lo pasen bien. Me importa poco lo que diga la gente porque al final, quien vive conmigo soy yo.

–Se le nota entusiasmado, como siempre. ¿No lo va a llevar por toda España?

–Ay, si por mi fuera... Me encantaría poder montar este espectáculo cada mes, desengrasa y es muy bueno para los músicos, que son artistas que también caen en la monotonía, y desmelenarse y reírse de ellos mismos es algo que tendrían que hacer con más frecuencia. Este concierto debería de ser prescrito y recomendado por los médicos, no tengo dudas.

–No será una broma de las suyas, señor Zapata...

–Para nada. Nos cuesta que la música clásica pase por el aro. La orquesta piensa: «uy, que se trae este entre manos...» Y te miran como si fuera de cachondeo, pero no es así, sino algo bastante serio que lleva un ingente trabajo detrás, bastantes reuniones y un montaje de relojero para que nada falle. Repito, no es un juego. Y no es para niños. Se tendría que hacer en todas las puñeteras orquestas de España. Y ahí lo dejo.

–No se queje, que también está cantando en el Teatro Real.

–Hago de Benoit, el casero de estos podemitas del Patio Maravillas que no tienen donde caerse... Es como estar en mi casa y la gente es tan bonica. Es donde mejor me siento.

–No hemos hablado de Cataluña.

–Déjelo. Eso da para sainete gordo o para una opereta.