Historia

Historia

José María Blázquez, un académico insólito

In memóriam

La Razón
La RazónLa Razón

Al llegar al viejo hotel Iveria en Tbilisi, ahora un Radisson completamente nuevo, me alcanza la noticia del fallecimiento de mi maestro José María Blázquez. Estuve con él en 1985 en este mismo hotel con ocasión de un memorable congreso, al menos para mí, desde el que nos escapamos a Samarcanda y Bujara por puro placer. Él debería estar aquí, porque hacía más de cuarenta años que dedicábamos las vacaciones de Semana Santa a recorrer el mundo visitando los vestigios de la Antigüedad; sin embargo, se encontraba débil y decidió no acompañarnos. Lo aprendí todo a su lado. Es difícil trazar el bosquejo de este personaje singular para quien no lo haya conocido. Sin duda fue un académico poco convencional. Nadie reconocería en él, campechano y desinhibido, al prototipo del catedrático de universidad. Sin embargo, desde su distancia del hábito, fue capaz de construir, a su manera, una disciplina nueva en la Universidad española: la Historia Antigua. Sistematizó el conocimiento, en innumerables manuales; analizó un sinfín de problemas, desde la economía a la religión, desde la iconografía a las transformaciones sociales. Estudió lo que se le antojó y puso todo su empeño en difundir la historia antigua de la Península Ibérica en todos los congresos internacionales en los que pensaba que podría marcar nuevas tendencias. Era el historiador español más reconocido en nuestra disciplina. Y difundía las separatas de sus trabajos de investigación con una perseverancia digna de encomio. Nos enseñó a todos sus discípulos que el conocimiento se adquiría en las mejores bibliotecas del mundo; primero, de Alemania; después, del Reino Unido o de Estados Unidos. Todos hemos recorrido los más importantes centros de investigación para corroborar lo importante que era contrastar nuestros métodos, nuestros resultados, con los colegas de las principales universidades. Cuando no era habitual que los profesores universitarios españoles se formaran en el extranjero, Blázquez había logrado que en nuestro ámbito se sistematizaran las estancias de investigación entre sus discípulos. Hoy los jóvenes historiadores de la Antigüedad están a la altura de los mejores investigadores gracias al esfuerzo titánico emprendido por el maestro desaparecido. Su generosidad en el entorno académico y existencial y su desapego a los pecados capitales propios de la academia española hacían de él una rara avis. Ha muerto un maestro insólito, cuyo recuerdo irá, para siempre, unido a los paisajes de Taxila o Tombuctú, de Garamis o Palmira, de la calle Duque de Medinaceli o de las aulas de la Complutense. Cuantos lo quisimos nos reconocemos en alguno de sus monumentales fragmentos.

*Catedrático de la Univ. Carlos III