Joya al descubierto
Brunetti: “Jasón”. Laura Orueta, Aurora Peña, Manon Chauvin, Anna Tonna, Pilar Tejero, Carmen Arrieta y Monica Redondo. Camerata Antonio Soler. Dirección musical: Gustavo Sánchez. Dirección de escena: Federico Figueroa. Vestuario: Antonio Bartolo. Reconstrucción de la partitura: Mateo Soto. Palacio Ducal, Medinaceli, 3 de agosto de 2023.
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Sorprendente en muchos aspectos es esta zarzuela heroica en dos actos de Gaetano Brunetti (1744-1798), compositor al que se ha homenajeado no hace mucho, y así lo consignábamos en estas páginas semanas atrás, en la localidad madrileña donde residió y murió, Colmenar de Oreja. Entre las obras que se programaron en el festival a él dedicado figuraba esta zarzuela, una obra sorprendente que ahora se ha repuesto en Medinaceli con el mismo equipo y producción.
No hay duda de que el músico nacido en Fano y que se las tuvo tiesas en nuestro país con su compatriota Boccherini y con otros músicos italianos que en esos tiempos desembarcaron en España, poseía reconocibles virtudes y que era un artista “aggiornado” y que estaba a la última. Hemos podido constatarlo de nuevo con la escucha de este producto escénico que mantiene las excelencias de su más conocida música camerística y sinfónica, en la que vienen trabajano desde hace años musicólogos como Germán Labrador y Raul Angulo.
Este “Jasón”, que se estrenó en el Teatro del Príncipe de Madrid en 1768, nos muestra el nivel de preparación y la maestría técnica del músico, que evidentemente se situaba en paralelo con lo que se iba componiendo en la Europa de la época. Por eso no es raro advertir en tantos compases de la obra el parentesco con creaciones de los grandes centroeuropeos, léase Mozart y Haydn: líneas claras, melodismo directo, contrapuntismo fácil, rítmica variada y contagiosa, métrica regular, transparencia y sonoridades generalmente primarias y agrestes. Aquí se aprecian vecindades con “La finta giardiniera” de Mozart o con “El mondo della luna” de Haydn; por poner dos ejemplos.
Parece ser que la partitura, recuperada no hace mucho, no contenía prácticamente las líneas vocales. La labor de crearlas y de unirlas a la música instrumental se encomendó al dotado compositor cartagenero Mateo Soto (1972), un ecléctico muy preparado y autor de una obra ingente en algunos casos premiada a lo largo del ancho mundo que ha sabido hacer auténtico encaje de bolillos y ha conseguido enhebrar un discurso límpido y coherente que se desarrolla de manera muy natural y que se desarrolló en esta ocasión bajo el mando elástico, claro y seguro, de Gustavo Sánchez, que supo insuflar a sus músicos la chispa, el aire, la transparencia, la en ocasiones agradable rudeza de muchos compases. La orquesta de época venía constituida por cinco violines, una viola, un chelo, un contrabajo, dos trompas, dos trompetas, dos oboes, dos flautas, un fagot y un clave. Dieciocho instrumentistas que sonaron casi siempre con agreste incisividad y pasajeros instantes de primario lirismo.
Contamos, entre los diálogos hablados, catorce números. Abundan las arias “da capo”, ABA, aunque hay números de otro signo. Magnífico, por ejemplo, el extenso diálogo entre Jasón y Medea, que cierra el primer acto, en donde se suceden fragmentos a solo, recitativos acompañados y dúos y que comienza por un reflexivo soliloquio de él. Escritura minuciosa, concisa y directa en la que los dos personajes exponen sus cuitas. Una entente que sitúa la acción del Vellocino de oro y establece unas relaciones que mutarán en un futuro que no contempla esta zarzuela y que ya había sido desarrollada previamente por Charpentier y desarrollaría Cherubini en sus respectivas Medeas, que llevan la historia y la venganza de la sacerdotisa hasta el trágico final con el asesinato de sus dos hijos.
Marchosa el aria de Jasón que abre la obra; afirmativa la de Estiro. Muy melodiosa la que, con Jasón nuevamente como protagonista, inaugura el segundo acto. Espectacular la de Orfeo con “obbligato” de trompeta, típica de bravura, a cargo de Orfeo. La siguiente, encomendada a Medea, posee una cadencia brillante con escalada al sobreagudo. Hay un par de conjuntos finales en los que intervienen las siete solistas, con un momento muy expresivo a cargo del cuarteto de cuerda y Medea. Se sitúa luego una especie de ballet y, antes del cierre, un nuevo conjunto, que pone la guinda por todo lo alto.
Hemos de hablar de las siete cantantes -varias en papeles masculinos, de acuerdo con las costumbres de la época (habría que indagar si alguno de los personajes fue encarnado en su momento por un “castrato”)- intervinientes, que hicieron un meritorio esfuerzo porque la partitura, tal y como ha sido rematada por Soto, tiene mucho que cantar. La voz más sorprendente y afirmativa fue la de la mezzo Mónica Redondo (Estiro), de gran caudal y potencia, enjundia de futuro dramático y solidez emisora. La de la también mezzo, aunque muy lírica, Laura Orueta (Jasón), flexible y bien puesta, sonó quizá excesivamente neutra, a falta de una mayor expresión y fantasía.
Brillantísima y fácil en la coloratura y ataques a lo más alto de la tesitura la voz de Aurora Peña (Medea), dotada de un muy acusado vibrato y no siempre afinada, con determinados instantes de destemple. En su sitio, musical y firme Manon Chauvin (Orfeo), soprano muy lírica de bellos reflejos, a falta de una mayor amplitud. Cantó muy bien el aria con la trompeta. Anna Tonna (Eeta) mantuvo el tipo y se defendió con su voz de mezzo ligera de tinte oscuro. Pilar Tejero (Calcíope) tuvo algunas dificultades de tono en su aria y Carmen Arrieta (Hipsípila) se defendió sin especiales problemas.
La dirección escénica, desarrollada en el patio del Palacio Ducal, fue adecuada y bien movida, con ademanes a veces en exceso ceremoniosos y exagerados, faltos de naturalidad. Dos columnas grises con motivos variados presidían la desnuda escena. Mejor habría sido prescindir de ellas y dejar sitio a la imaginación. El fantasioso vestuario, de concepción mixta, unía resabios de un pasado helénico con el empleo de miriñaques vistos y un variado y atractivo colorido. Imponente el traje azul de Estiro. Y escasa la iluminación. Al final de la representación estábamos casi a oscuras