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Juan Manuel de Prada: «Tengo más conchas que un galápago y las críticas ya me dan igual»

Espasa reedita dos décadas después «Las máscaras del héroe», la novela que consagró a un autor todavía desconocido. Sólo tenía 25 años y vivía por y para ese libro durante doce horas al día.
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Espasa reedita dos décadas después «Las máscaras del héroe», la novela que consagró a un autor todavía desconocido. Sólo tenía 25 años y vivía por y para ese libro durante doce horas al día.
Al cumplirse dos décadas de su publicación, Espasa reedita «Las máscaras del héroe», novela que consagró como escritor a Juan Manuel de Prada. Tras publicar «Coños» y «El silencio del patinador», fueron muchas las expectativas creadas en torno a la aparición de la primera novela de Juan Manuel de Prada. Y no defraudó. Con solo 25 años, «Las máscaras del héroe» fue la consagración de un novelista y de un escritor total. Un friso violento y apabullante de los suburbios de la bohemia madrileña, de los bajos fondos literarios en el Madrid de principios del siglo XX. Como señala De Prada: «El mundo de la bohemia retratado con rasgos esperpénticos, solanescos, goyescos, valleinclanescos, toda la tradición de la literatura barroca y negra de la pintura negra española». Ahora que se cumplen veinte años de este hito literario, Espasa reedita la novela en versión revisada por el autor.
–¿Es su libro más especial?
–Por muchas razones. Era un escritor inédito y fue escrito en circunstancias muy especiales. Vivía entre Zamora y Salamanca y me vine a la Biblioteca Nacional con el dinero de algún premio literario. Viví en una pensión dos meses y pasaba 12 horas ininterrumpidamente documentándome. Leí cientos de libros de bohemios de forma voraz. Después la escribí desde el anonimato más absoluto, algo que no he vuelto a sentir nunca. Fue una escritura en trance, muy metido en el personaje y en el mundo que trato de evocar.
–Con alguna excepción nocturna.
–Con Luis Alberto de Cuenca, mi única amistad literaria en Madrid. En alguna ocasión quedé con él. Íbamos a Balmoral. El título está inspirado en un libro suyo que se titulaba «El héroe y sus máscaras». Yo le di la vuelta.
–¿Le cambió la vida? Un año después ganó el Planeta.
–Para bien y para mal, me marcó mucho. Era un libro esperado, se suscitaron muchas expectativas y, al mismo tiempo, provocó bastantes envidias, el odio y la ojeriza del mundo literario. No por bueno o malo, sino por su opción estética, por adscribirse a una corriente literaria no bien vista en los ámbitos que dominaban y siguen dominando este mundillo. Fue recibido con animadversión en el cotarro literario.
–También recibió críticas elogiosas y gustó a los lectores.
–No tantas. Fue elogiado por Pérez Reverte o Ricardo Senabre, pero en general, su recepción fue beligerante. Más que negativas, fueron críticas llenas de encono, algo sorprendente porque tenía 25 años. Como salen escritores falangistas, cosa muy mal vista, incluso se hicieron insinuaciones de mi simpatía por ellos. Y cuando me dieron el Planeta, mucho más. Entre el público lector sí hubo buena acogida.
–¿Cómo le afectan las críticas?
–En mi juventud era muy belicoso, los ataques me daban fuerza. Ahora ya tengo más conchas que un galápago y las críticas me dan igual, ni me vengo arriba ni abajo.
–Marca un antes y un después como escritor
–Sin duda. Me dio un relieve en ámbitos literarios que no había soñado, fue un espaldarazo. Para un escritor, tan importantes son los elogios como los vituperios, adquiere tamaño, densidad y consistencia cuando hay gente que lo denigra. Este libro, al provocar tanta pasión, fue muy importante para mí.
–¿Qué le sedujo de Pedro Luis de Gálvez?
–El carácter tremendista de su biografía extrema y desquiciada llena de anécdotas truculentas y tremebundas. La más famosa cuando muere su niño recién nacido y lo pasea en una caja de zapatos pidiendo limosna por los cafés de Madrid. Y su papel durante la guerra civil, donde se puso el mono de dril, cogió un máuser y se puso a hacer animaladas en el Madrid revolucionario. Casi todos los escritores memorialista de la época hablan de él o de Buscarini, otro bohemio pintoresco. Se han convertido en leyenda de la literatura suburbial. Era un poeta sonetista con talento, algo trastornado, lleno de crueldad, pero también de humanidad. Un personaje tan extremo, que me apetecía convertirlo en símbolo de aquellos años tortuosos y crispados llenos de episodios lamentables, pero otros muy humanos.
–Una galería de personajes a cuál más estrambótico o extravagante.
–Es por mi amor a la literatura. A veces, su imagen es esquemática, reducida a grandes «personajones» y nos olvidamos que la literatura también son estos proletarios del arte, que no cuajaron una gran obra, pero dieron su vida por la literatura y eso me resulta más apasionante. Es una novela dura que no edulcora la realidad, al contrario, no se escatiman cuadros un tanto dantescos sobre sus vidas.
–¿Homenaje a ellos o desmitificación del mundo literario?
–Las dos cosas, por supuesto había un homenaje, pero también una desmitificación de los grandes nombres de la literatura. Los maestros del 98 y del 27 son retratados con bastante ironía y bastante iconoclastia. Un homenaje amoroso, pero irreverente.
–Prefiere la estética del perdedor?
–En general, el triunfo te deshumaniza, introduce en tu vida una paz, no espiritual, sino material, la del egoísta que te atrinchera frente a la vida y te hace más inmune a sus pasiones. El perdedor prueba el amargo cáliz de la derrota y eso lo humaniza, lo hace más débil, más cercano y en este sentido, es mucho más atractiva literariamente.
–También se sirve mucho del humor.
–Sí, por supuesto, un humor salvaje, cafre. El retrato de los grandes personajes de la época, que imaginamos intachables, siempre encaramados en el parnaso, aquí los vemos en su vida íntima tan lamentables como cualquier otro. Tiene una intención humorística muy mordaz, muy cáustica.
–¿Descubre ahora en ella algún pecado de juventud?
–Muchos, cuando corregí las pruebas tuve que enfrentarme al escritor que era hace 20 años y fue duro. Hay muchas cosas que ahora no haría así, elecciones estéticas, argumentales, la composición de personajes..., pero hay que aprender a respetarse a uno mismo, que es la mejor manera de respetar a los demás.