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La 4ª de Mahler: el Cielo visto por los ojos de un niño

Esta sinfonía recibió múltiples y crueles críticas desde el momento que fue estrenada pero sólo una de ellas parece completamente justificada: «Mahler ha escrito música de programa pero sin programa»

Gustav Mahler algo más mayor de cuando escribió «Des Knaben Wunderhorn»
Gustav Mahler algo más mayor de cuando escribió «Des Knaben Wunderhorn»larazon

La cuarta es puro Mahler hasta el fondo y eso significa una dosis profunda del trinomio metafísica-magia-religión.

Gustav Mahler. «Sinfonía Nº 4 en Sol mayor». «Des Knaben Wunderhorn» (selección). Auditorio Nacional de Música. Miércoles, 28 de noviembre de 2018. MusicAeterna Orquesta de la Ópera de Perm. Dir. Teodor Currentzis. Solistas: Florian Boesch y Anna Lucia Richter.

Tradicionalmente se ha visto la cuarta de Mahler como el perfecto pórtico de entrada a su obra, el primer paso ideal para adentrarse en el sacro recinto de su obra sinfónica. A ello contribuye la belleza y lo fácil que son de memorizar sus melodías, el gusto de boca ligero, infantil, con el que se queda uno tras escucharla y, no menos importante, el hecho de que no llega nunca a la hora y necesita una orquesta de modestas dimensiones (Lo nunca visto: ¡Mahler sin trombones!). Pero no conviene engañarse por su engañosa sencillez si se la compara con otros leviatanes sinfónicos del mismo autor, posteriores y anteriores. La cuarta es puro Mahler hasta el fondo y eso significa una dosis profunda del trinomio metafísica-magia-religión.

Esta sinfonía recibió múltiples y crueles críticas desde el momento que fue estrenada pero sólo una de ellas parece completamente justificada: «Mahler ha escrito música de programa pero sin programa». Nada más fácil de remediar a más de cien años de su estreno y gracias a la ciclópea historiografía que existe sobre el músico. Si tuviéramos que resumir cuál sería este programa no confesado en una sola frase yo elegiría esta: «la visión de la Gloria Celestial a través de los ojos de un niño». De hecho la composición de toda la sinfonía giró en torno al cuarto movimiento final, previsto en un primer momento para la tercera pero que al final se convirtió en el alma de la siguiente. Se trata de la canción «Das himmlische Leben» (La vida celestial), cuya letra procede del conjunto de poemas tradicionales alemanes «Des Knaben Wunderhorn» recopilado por Achim von Arnim and Clemens Brentano a principio del XIX. Mahler puso música a 12 de estos poemas a lo largo de su vida (el concierto de hecho comienza con una selección de estas piezas a cargo del barítono Florian Boesch y la soprano Anna Lucia Richter).

Una idea que hay que recordar siempre a la hora de adentrarse en esta (y en todas) las sinfonías de Gustav Mahler es que él no se ganaba la vida componiendo música: el se dedicaba profesionalmente a ser director de orquesta, de la Opera Imperial de Viena, nada menos. Sólo cuando llegaban los meses de verano y la temporada acababa, Mahler se podía retirar a su casa de Maiernigg-am-Wörthersee (en Carintia, sur de Austria cerca de Eslovenia) y, más concretamente, a una pequeña «cabaña para componer» que se había hecho construir junto al lago. Allí, en el verano de 1899, Mahler descansaba de su segundo año en la Opera de Imperial donde había tenido que pelear sin parar hasta el agotamiento con músicos, cantantes y con todo mundo. Todo parece indicar que nuestro músico era un auténtico negrero. El caso es que, por todo este estrés, no solo no había conseguido componer apenas nada en los veranos inmediatamente anteriores sino que, además, estaba sufriendo uno de los episodios de estreñimiento intestinal más célebres de la Historia del Arte. Finalmente, tras tomarse un potente laxante, las compuertas de su creatividad se desbordaron y después de escribir la magistral canción «Revelge» se enfrascó en la composición de su cuarta sinfonía. Perdone el lector la anécdota no muy edificante pero que conste que el propio Mahler la contaba habitualmente por aquella época a todo el que quisiera escucharla.

Los cuatro movimientos de esta mágica sinfonía, plagiada hasta la saciedad por decenas de compositores de bandas sonoras cinematográficas (y hacen bien), son como las cuatro secciones de un laberinto poblado de recodos inolvidables donde suceden todo tipo de cosas maravillosas. Atentos al arranque del violín solista en el segundo movimiento: es la discordante llamada de la muerte atrayendo a los niños (el instrumento estará afinado un tono por encima del habitual para acentuar la atmósfera entre maléfica e infantil de la escena). El tercer movimiento es indescriptible, con el fortísimo en el compás 315. Es el típo de música con que los melómanos pueden explicar a los que no lo son porque son precisamente eso, melómanos (como en toxicómanos) y no simplemente melófilos, como en, por ejemplo, anglófilos.

Esto en lo que respecta a Mahler, porque este concierto de Ibermúsica se convierte en imprescindible por un atractivo adicional: la presencia en el podio, sin batuta, de una bestia de la naturaleza llamada Teodor Currentzis, de quien hablaremos a partir de ahora. Se recomienda encarecidamente «perder» 10 minutos paseando por You Tube de un vídeo a otro familiarizándose con el personaje. Todo parece indicar que nos encontramos ante una persona convencida de que ciertas músicas, si todo se hace correctamente, pueden constituirse en milagro.

Me limitaré a traducir algunas de sus frases en un vídeo para los lectores que no sepan inglés:

«Desde mi punto de vista se celebran más conciertos de los que la humanidad necesita. Normalmente no tienes el tiempo suficiente para que haya un periodo de embarazo y esperar hasta que el milagro se materialice. Así que necesitas fuerza y mucha energía dentro y mucho amor a la música para que tenga lugar ese embarazo en cada concierto».

«Cada concierto tiene una atmósfera que no puedes predecir cuando estás ensayando. Siempre tienes que seguir la ...(aquí hace un gesto indeterminado con la mano) ... la frecuencia, la atmósfera que existe en el auditorio. Y por eso lo que haces con los músicos tiene que estar adaptado a ese momento, a ese instante».

«La música no es reproducción. La música es una misión de exploración del nuestro mundo interior de todas las personas que acuden al concierto».

«La humanidad está en un momento difícil y la música es un tesoro que nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a encontrar la belleza del mundo y compartirla con otros».

Sobran los comentarios.

P.S.: Solo un pequeño detalle más: ¿Recuerdan la canción «Revelge», la que terminó con la «sequía» creativa del pobre Mahler allá por 1899? Será precisamente la última que escucharemos antes de que Currentzis y su orquesta llamada, significativamente, MusicAeterna interpreten la 4ª sinfonía de Mahler.