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Javier Cercas y Manuel Vilas: "La crisis de Cataluña es lo más importante de la democracia española"

Entrevista a Javier Cercas y Manuel Vilas

Javier Cercas, a la izquierda, y Manuel Vilas, a la derecha, conversan en la Gran Vía de Madrid. Foto: Gonzalo Pérez
Javier Cercas, a la izquierda, y Manuel Vilas, a la derecha, conversan en la Gran Vía de Madrid. Foto: Gonzalo Pérezlarazon

Los ganadores del Premio Planeta mantienen una conversación sobre sus nuevos libros, «Terra Alta» y «Alegría», los límites de la ficción, la autoficción y la novela sin ficción; la influencia que ejerce el pasado sobre nosotros y cuál es la repercusión de los acontecimientos políticos en la vida y la obra de los autores.

Dos libros, dos estilos. Uno es Javier Cercas, ganador del Premio Planeta con «Terra Alta»; el otro, Manuel Vilas, finalista del galardón con «Alegría». Los dos parten de premisas literarias distintas y abordan géneros opuestos. El primero lo hace con la valentía que supone dar un golpe de timón y adentrarse por aguas inexploradas; el segundo, con el riesgo que siempre conlleva ahondar en sí mismo. Los dos, uno sentado al lado del otro, repasan sus ideas sobre literatura, el pasado, que tanto les ha marcado y la política, que aún sigue dirigiendo el timón de este país.

–¿Dónde están los límites entre ficción y realidad?

–Javier Cercas: Manuel y yo estamos en momentos opuestos de nuestras trayectorias. Pero el problema, para mí, es que la autoficción se confunde con obras autobiográficas y con que todas las novelas son autobiográficas. Pero es que todas son autobiográficas porque cada una de ellas parte de la biografía del autor, que es el carburante de la literatura. La ficción pura no existe. Jamás ha existido. Desde Homero hasta hoy la ficción ha estado mezclada con la realidad.

–Manuel Vilas: Los grados de identificación del autor con el narrador suelen ser un terreno conflictivo. No puedes hacer una ecuación y decir este señor cuenta su vida, porque detrás hay una elaboración, existen momentos de subjetividad y hay invención. Esa ecuación es fallida. Yo le doy al narrador datos de mi vida para que él haga lo que quiera. Pero en cuanto el narrador tiene personalidad se aleja de mí. El narrador de «Ordesa» dice cosas con las que yo, como ciudadano, no estoy de acuerdo. Con los planos reales y ficticios de la autoficción hay que tener cuidado, sobre todo con la identificación. Hay muchos veraces, pero hay una intervención literaria. Ahí se desparrama la subjetividad, la invención y entramos en un terreno novelesco. Llevas instantes que has vivido a un terreno donde se distorsionan y se convierten en literatura. Por otro lado, como afirma Javier, la ficción pura no la entenderíamos. Si un escritor la hiciera, no la comprendería nadie.

–J.C.: Y, además, no tendría ningún sentido ni interés. La ficción tiene interés porque parte de la realidad. Yo descubrí la auto- ficción, en «Soldados de Salamina», donde había un señor que se llamaba Javier Cercas y se parecía a mí vagamente. Esa senda le cerré con« El monarca de las sombras», una novela donde jugué a muchas cosas, porque también había novelas sin ficción, que no es autoficción, es sin ficción.

–¿Dice «novelas sin ficción»?

–J.C.: La pregunta que plantea en realidad es «¿pueden existir las novelas sin ficción?» Mi respuesta es: ¿Por qué no? Kundera dice: «Los novelistas solo tenemos que responder ante un señor que se llama Cervantes». Cervantes nos dio un instrumento y la primera norma fue: «Hagan lo que quieran, no hay reglas». En «Anatomía de un instante» fue el primer libro donde me dije si yo necesito prescindir de la ficción para hacer un mejor el libro, ¿por qué no? Ahí abrí un sendero, pero en un momento dado sentí que ya no daba más de sí. Hay escritores que sienten esto y se dedican a seguir igual, a repetirse: se llaman experimentales (risas). Si Manuel Vilas con «Ordesa» abre una nueva veta en su trayectoria y yo lo hago con «Terra Alta», pero al contrario: yo regreso a la ficción, a una con más ficción, menos contaminada de autobiografía.

–M.V.: Lo que inventó Cervantes es como la goma de mascar: transfórmela como quiera. Todos sus intereses caben en la novela. En «Anatomía de un instante» los hechos son reales, pero la construcción es novelesca. Pero existe un tema fundamental: hay que contar una historia. Lo que enseñó Cervantes es que una historia se puede contar de mil maneras, pero hay que contar una. Y, sobre todo, hay que conmover al lector. Es el principio radical de la literatura. Se puede hacer desde la ficción del siglo XIX o la ficción posmoderna, pero la finalidad es conmover al lector, tocar su corazón.

–J.C.: Faulkner da una definición de novela: «Consiste en elegir las palabras más emocionantes para producir la mayor emoción posible». Pero para la ortodoxia actual, heredera de las vanguardias, es sospechoso, porque la emoción es sospechosa.

–M.V.: Porque desde posmodernidad, la emoción se confunde con el sentimentalismo y la cursilería. Para muchos culturetas, letraheridos y dogmáticos emocionar al lector es sospechoso, pero si no lo haces, no hay literatura. Hay poca tradición lectora en España, pero un gran lector encuentra en el libro la justificación de todo. No tiene que salir a teorizar. Lo que sucede es que aquí existen muchos iluminados que dicen lo que se tiene que leer o no. Mi experiencia es que quiero a un lector que acuda a tu libro con el corazón abierto.

J.C.: quienes tocan a los lectores son profundamente emocionantes, como Kafka o Faulkner. En países, como se ha dicho, con tan poca tradición lectora como es el nuestro existe, y esto lo decía Borges, la sospechosa ética del lector, si te gusta un libro no puede ser bueno. Tiene que ser difícil, complicado, entonces, sí. Pero la literatura es placer o no es lectura.

–M.V.: Estoy en desacuerdo con la idea de la inutilidad de la literatura, que es tan snob, una pedantería vanguardista. Para mí la literatura es útil: forma conciencias, inteligencias, la ficción ayuda a conocer la vida, a que seamos más libres, genera una masa crítica. La literatura es útil y hay que enseñarla en los institutos porque forma ciudadanos más libres y en disposición de buscar la felicidad en este mundo. Esa idea de que por mucho que se lean libros no se es mejor persona, no me lo creo. La literatura ayuda a la gente a ser mejor y a tener una idea mejor del mundo, a ser personas con un conocimiento de la vida más ensanchado. Genera tolerancia. Quien lee libros es una persona tolerante. Y sirve a las sociedades. Cuanta más literatura hay, más democrática es la sociedad.

–J. C.:Yo nací con una prevención total por la literatura, porque la literatura útil era la comprometida, la pedagógica. Crecimos con esa idea posmoderna. Yo quería ser un escritor posmoderno y americano. Luego me fui a EE. UU y allí descubrí que era un autor español.

–M. V.: (risas). Eso mismo me pasó.

–J. C.: La literatura es útil siempre que no se proponga ser útil. En el momento en que se lo proponga se convierte en panfletaria o pedagógica y deja de ser literatura. No sé si la literatura nos hace mejor personas, pero somos más personas. Y la vida es más vida. Y, en el caso de mi protagonista, sirve para salvar vidas.

–El pasado de España está en sus libros...

–J.C.: Todos tenemos una herencia buena y mala. Con la primera sabemos más o menos qué hacer. ¿Pero con la mala? Este es el tema mis libros. ¿Qué hacemos? ¿La edulcoramos? ¿La afrontamos? ¿La conocemos con toda su complejidad y después la entendemos? Mi solución es esta última. Cuando el pasado que aún tiene testigos es una dimensión del presente sin el cual el presente está mutilado. El franquismo muere con la Constitución y se creó una democracia imperfecta como todas. España es una democracia, imperfecta, porque una perfecta sería una dictadura. Pero es mejor que, por ejemplo, la belga, donde se ha refugiado uno de nuestros luchadores de la libertad (risas). España es una democracia, mala, eso me parece, pero una democracia. Podría ser mejor. El posfraquismo es una dimensión del presente y tenemos problemas con él. A cualquier persona decente le debe parecer bien que las personas que deseen recuperar a sus seres queridos de las fosas, lo hagan. ¿Hay alguien que no esté a favor? Ni Santiago Abascal. Él lo dirá porque lo tendrá que decir, pero es imposible de creer. A esas personas hay que ayudarlas y tiene que ser el Estado, ni leyes ni asociaciones. Con el pasado no acabas. Tienes de que dialogar con él. Y no convertirlo en un instrumento político.

–M.V.: La guerra civil fue un fracaso histórico. Nuestro problema es ese fracaso de convivencia, que es de toda la nación. En este momento me obsesionan la modernidad y el progreso, que son las asignaturas pendientes. Es donde España tiene que apostar. La modernidad y el progreso no es una cuestión partidista, ni de izquierdas o de derechas, sino transversal. La modernización económica del país tiene que ser común a cualquier planteamiento político. El uso partidista de la guerra civil solo nos hace daño.

–¿Y Cataluña?

–J.C.: Es la crisis más importante de la democracia española. Una cosa es la democracia que vivimos hasta 2012 y 2017, y otra a partir de entonces. En Cataluña hemos llegado a una situación tan extrema que yo nunca creería que la viviría nunca, jamás. Para un escritor esto es peligroso. Lo mejor que tengo que decir de la vida, la historia y la política está en los libros, pero en situaciones tan extremas, la gente te conoce por tus opiniones y es catastrófico. Algunos, por eso, no intervienen. Otros, por miedo. Te vuelves impopular.

–M.V.: La gente se queda con lo que dices en los artículos y no con los libros. Pasas a ser un facha o un rojo, a estar catalogado en un arquetipo político.

Dos perfiles

Javier Cercas ha escrito su primer título policiaco, «Terra Alta». Manuel Vilas, «Alegría», un grito de optimismo desde los escaques del intimismo. Pero a pesar de partir de polos opuestos comparten en sus obras algunos temas comunes, como la familia como pilar de la redención y la literatura como bote de salvación. Cercas ha hecho una obra «intensa, dura y violenta»; Vilas, un libro que aspira a la celebración de la vida. Los Premios Planeta salen hoy a la venta.