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Literatura

Sevilla

La cultura pierde a uno de sus principales impulsores

El mundo de la cultura y del periodismo se despiden: Toni Montesinos, Jorge Herralde, Nuria Cabuti, Elena Ramírez, Luis Solano, Antonio María Ávila, Carmen Posadas, Fernando Delgado, Lorenzo Silva, Juan Eslava Galán, Javier Sierra y J.J. Benítez

Un autobús anunciaba la concesión del premio en el año 1959
Un autobús anunciaba la concesión del premio en el año 1959larazon

El mundo de la cultura y del periodismo se despide de José Manuel Lara con artículos sobre su figura.

El hombre entre líneas

Toni Montesinos

La leyenda del individuo emigrante que, desde la humildad, pero con inteligencia y tesón, consigue llegar a lo más alto en lo que se propone, se ajusta a la trayectoria del creador de Planeta, José Manuel Lara Hernández, que de no saber nada de la realización, distribución y venta de libros pasó a crear el mayor grupo editorial de la historia de España. En este seno profesional creció José Manuel Lara Bosch, que proseguiría de forma meteórica el aspecto visionario de su padre, que había propulsado la remuneración económica al escritor o la publicidad de las obras a gran escala. Así, tras un inicio en el mundo editorial en 1963 en la librería Larousse de París, que marcaría posteriormente muchos de sus gustos y preferencias, Lara Bosch se vincularía plenamente al Grupo Planeta a finales de la década. El instinto de encontrar respuestas comerciales a las apetencias lectoras del público en pos de perfilar los diferentes sectores del grupo y los que se iban incorporando –como la compra de Seix Barral en 1982, o Tusquets, por mencionar otra editorial de gran prestigio de incorporación reciente– fue la seña de identidad de un hombre inquieto y emprendedor, que tuvo entre sus autores habituales a escritores como GonzaloTorrente Ballester, Mercedes Salisachs y Francisco Umbral, fieles a Lara padre, y que estimuló la presencia de nuevas voces, tan representativas como Juan Marsé, que después ganaría el Premio Cervantes, o Manuel Vázquez Montalbán, quien se convirtió en una referencia imprescindible de la literatura negra internacional, y quien, por cierto, con motivo del cincuentenario del premio Planeta a finales de 2001, decía en una entrevista de Lara padre unas palabras que hoy también definen perfectamente a Lara hijo: «Ha sido un editor casi canónico. Representa lo mejor que tiene el capitalismo, que es cuando te encuentras a alguien con auténtica capacidad de iniciativa y que sabe desarrollarla». Las tareas de calibre comercial y popular, como la que comandó en Planeta-DeAgostini, se fueron apartando para ser más de tinte empresarial; pero eso no impidió que Lara Bosch olvidara abrir el espectro del grupo con más sellos de calidad contrastada en el mundo del pensamiento (Paidós) o lengua catalana (Grup 62), ni olvidara el romanticismo de sus inicios parisienses; así, compraría el grupo francés Editis, que engloba cuarenta sellos en torno a la literatura y la educación, en 2008. El escritor Sergio Vila-Sanjuán, en «Pasando página. Autores y editores en la España democrática» (Destino, 2003), explica cómo «Planeta explotó como nadie esta (...) búsqueda de claves de la nueva situación para un público masivo». A buen seguro, José Manuel Lara Bosch ejemplificó y llevó a la cumbre hasta sus últimos días tamaña ambición.

Ahora lo sabe todo

Javier Sierra

La primera vez que vi a José Manuel Lara fue el 12 de mayo de 1997. Lo tengo anotado en mis cuadernos. Y también que me senté a su lado en un restaurante del centro de Madrid porque ambos –él como responsable de Planeta y yo como un prometedor periodista especializado en misterios– habíamos sido emplazados por J. J. Benítez para presentar su nuevo libro, «A 33.000 pies». Tuvo su gracia que aquélla, mi primera impresión de Lara, se construyera al calor de una conversación sobre Dios (J. J. y él dijeron que «le iba la marcha. Es marcha») y sobre el amor («además de ciego, es sordo, tramposo y pícaro», soltaron). Después de ese encuentro creo que Lara se olvidó de mí durante mucho tiempo... aunque yo nunca de él.

Lara se había convertido, en mi fértil imaginación, en el Jules Hetzel que editó a Verne sus «Viajes extraordinarios». El dios de los editores en lengua española. ¡Y yo quería que me publicase! Al año siguiente –ahora sé que no por azar– mi primera novela vio la luz en su grupo, y, naturalmente, se la dediqué a J. J. A él, en cambio, no volví a verlo más que de lejos en algunas ruedas de prensa repitiendo una y otra vez aquello de que lo más importante del negocio editorial son los autores.

Pronto supe que no lo decía de cara a la galería, sino que de puertas adentro había sabido inyectar esa filosofía en la médula del colosal grupo que estaba construyendo. Sé de lo que hablo. Por azares del destino, durante algún tiempo migré a otros horizontes editoriales... y descubrí lo que era sentirse lejos de su sombra protectora. En aquellos lares no había un Lara cuidando de las mentes que alimentaban sus sellos. Ni un supereditor con el teléfono conectado los 365 días del año, pendiente de cualquier eventualidad. De hecho, se nos ha marchado casi sin desconectarlo.

El pasado jueves, mientras en Madrid ultimaban los detalles para celebrar los veinticinco años de Antena 3, José Manuel –ya más superempresario que patrono de novelistas– acudió como siempre a su despacho. Esa tarde ya no pudo viajar a la capital y no se le vio en la gala. Fue la señal de que algo no iba bien. Ahora que he recibido la noticia de su fallecimiento como un mazazo en el alma me cuesta imaginarlo emprendiendo su «viaje del millón de años», como llamaban los antiguos egipcios a la muerte, dejando de responder por primera vez ese teléfono. Pero es que ahora ya no lo necesita. Al fin ha dejado atrás el dolor de estos cuatro años de duro combate contra el cáncer y se ha desprendido de su cuerpo de gigante desgastado. Quiero sonreír. Ahora él –el verdadero y luminoso Lara– conoce ya las respuestas a aquellas preguntas que en aquella sobremesa con J. J. Benítez de hace 18 años nos hicieron hablar de Dios y del amor. Ahora lo sabe todo.

Un protector de escritores

J. J. Benítez

Es muy complicado hablar de aquellas personas que aprecias cuando fallecen. Conocí a José Manuel Lara justo el 1 de mayo de 1980. Se van a cumplir 35 años ahora. Había tenido un cierto éxito con uno de mis libros en Plaza & Janés y José Manuel, que era absolutamente listo, me llamó y me propuso correr con su cuadra. Ése fue el comienzo. Hablamos, le dije que estaba de acuerdo, pero que dependería de las condiciones. Me explicó que estaba dispuesto a duplicar las que yo tenía entonces. Y así lo hizo. A lo largo de estos 35 años siempre me encontré con una persona leal, un hombre entregado a su trabajo, con sus errores y defectos. He asistido por lo menos a dos defenestraciones de José Manuel Lara dentro del grupo Planeta, porque era brillante, audaz y valiente, y a veces los que arriesgan también se equivocan. Pero, por encima de todo, era un hombre muy inteligente, que sabía perfectamente lo que hacía, y amigo de sus amigos, una persona muy leal. En muchas ocasiones tuve ocasión de tratar con él en privado, de hablar de temas personales, y la satisfacción de que me invitó a muchos de sus acontecimientos familiares, como las bodas de sus hijos. Me sentía muy agradecido por esa deferencia. Para mí, José Manuel Lara fue el único editor que he tenido, el hombre que, cuando tú estabas mal, cuando tenías problemas o cuando surgía alguna situación comprometida, se preocupaba de la vida personal de sus autores. En parte reconocía y sabía que eso era su propio negocio. Conocer los sentimientos de sus autores era estar al tanto de lo que sucedía en su empresa. Yo me sentía muy bien cuando estaba con él. Cuando nos reuníamos en su despacho estaba a gusto, no había discrepancias. Y si las había, estábamos siempre bromeando. El sentido del humor estaba por encima de todo, y podíamos criticarnos mutuamente con una sonrisa en los labios. Hoy ya no existen editores como él: no tengo constancia de ninguno que se preocupe por la vida personal de sus autores, que estén al tanto de sus problemas personales. Cumplió su trabajo perfectamente. Hace exactamente una semana le envié una carta a la editorial. Le decía que en el último Premio Planeta le había visto muy cansado. Era una manera de suavizar los términos para decirle, pedirle, si había alguna posibilidad de hablar con él para ayudarle. Imagino que la carta ni siquiera le llegó. Se ha marchado, pero ha dejado un imperio, un estilo de vida, y eso es lo importante. Se le va a recordar sobre todo por lo que hizo.

Desde la lucidez

Lorenzo Silva

Por primera vez desde hace muchos años, este 6 de enero no estuvo en la cena del Premio Nadal. Fue una señal que no pasó inadvertida, para quienes sabíamos de su compromiso con su trabajo y su empresa, tan vinculados al libro y a la cultura, de los que esa fecha es, desde hace más de setenta años, ocasión señalada. Casi hasta el final, José Manuel Lara estuvo al pie del cañón, dedicando lo mejor de su mente y sus energías a aquello en lo que creía, un legado recibido de su padre a cuya administración se entregó con resolución, ambición y un indiscutible éxito. Esa tenacidad y ese acierto son un mérito que nadie que no le juzgue con mezquindad puede dejar de reconocerle.

No lo conocí apenas personalmente. Mi relación con él se limitó a la mínima e indispensable que pueda existir entre quien preside un grupo editorial y quien publica libros en alguno de sus sellos y obtiene el premio que otorga la editorial cabecera del grupo. Mucho menos cercana de lo que mucha gente piensa, porque Lara dejaba trabajar a los profesionales de la edición y no era necesario, en absoluto, frecuentarlo para contar con el respaldo de su grupo a la hora de comparecer en ese espacio implacable que es la mesa de novedades de las librerías.

Sin embargo, me corresponde decir que hasta donde sé y me consta fue un hombre que hizo mucho, más que otros que solamente parece que son capaces de ofrecer prédicas y discursos más o menos inspirados, pero fallan una y otra vez a la hora de repartir trigo, por dos causas en las que creo profundamente: la difusión y el fomento efectivo de la cultura en español, como riqueza común de todos los que hablamos en esa lengua; y la defensa de España como lugar de encuentro, respeto mutuo y prosperidad para todos los pueblos que a lo largo de la Historia se han reunido a su cobijo, desde Andalucía a Cataluña, ambas presentes en su sangre y también ambas presentes en su corazón. Y todo ello desde la lucidez siempre y la claridad de quien dice lo que piensa y piensa lo que dice.

Por todo ello, y aunque el fruto de su trabajo queda, y sigue camino, se le echará de menos. Descanse en paz.

El ciudadano sensato

Juan Eslava Galán

Conozco a José Manuel Lara desde hace treinta años. Me aprecio de haber tenido con él una gran amistad. Era un hombre inteligente, con un gran sentido de la amistad y una vista de lince para los negocios y el mundo de libro. Fue una persona que siempre ha defendido el mundo del libro y no sólo el de su empresa. Poseía una enorme sensatez, como demostraba al examinar algunas locuras como las que ocurren ahora, como el independentismo. De él, he podido escuchar diferentes fórmulas para que Cataluña recibiera un trato especial, pero sin llegar a los excesos que se oyen últimamente. José Manuel Lara era un ciudadano del mundo, un gran amigo y un gran amigo del libro. Se formó bajo la tutela de su padre, lo que ya de por sí resultaba una excelente formación. Su padre, de hecho, tenía muy claro que para que los hijos comprendieran la empresa debían estar al pie del cañón y conocer las dificultades del día a día. Él mismo contaba cómo su progenitor le llevaba a los premios del Ateneo de Sevilla para que entendiera ese mundo. Por estos motivos disfrutó desde su juventud de una espléndida formación. Aparte de ella, poseía una cordialidad innata con la gente y, sobre todo, para entender a las personas y a la persona que hay por encima de un autor.

Editor con coraje

Fernando Delgado

Las últimas veces que estuve con José Manuel Lara fue en las reuniones del jurado del último premio Planeta. Tiempo había para hablar en las sobremesas no sólo de novelas sino de la vida. Y él hablaba con mucha templanza del tiempo que nos va a tocar vivir y de sus proyectos de futuro. Lo encontré muy débil de aspecto, pero muy vigoroso en la expresión. Tan lleno de humor como siempre, tan atento con cada uno de los que con él estábamos como en cualquier otro momento. Ese buen talante de Lara ha sido fundamental en su éxito como empresario. Los que hace ya muchos años que lo conocimos en el mundo del libro, junto a su padre, sabemos de su bonhomía, de su perspicacia, de su nula condición de arrogante, de su generosidad y de su respeto con autores de muy distintas ideas o tendencias. Y no es para nosotros nada sorprendente que ese carácter, poseído de una enorme intuición, haya dado lugar al empresario moderno en que se convirtió para multiplicar la herencia recibida. Todos esos nuevos negocios que se han añadido al editorial, entre ellos las empresas de comunicación, han tenido en él a un gestor honesto y riguroso. Y así ha sido porque José Manuel Lara no sólo ha trabajado en lo que le gustaba, pero en ningún caso ha entregado a nadie su independencia. Esto ha supuesto también defender la independencia de aquellos a los que encomendaba una tarea, como nos remarcaba en una de esas comidas a las que me he referido, en línea con la actitud abierta que lo caracterizaba. Nunca fue un tibio, fue un hombre con coraje, pero alguien que supo escuchar a unos y a otros y fomentar la avenencia. José Manuel Lara ha desmentido en su trayectoria empresarial a aquellos que creen que la arrogancia da prestigio y la maldad es un buen negocio. Pero seguro que mañana me encontraré en su funeral a sus viejos amigos editores, agentes o escritores que saben muy bien de malas horas en que este hombre profundamente bueno supo estar a la altura que la amistad le exigía. Habrá otros personajes de la sociedad y la política que también lo recordarán por su modo de expresarse libremente sólo cuando sabía que era su obligación hablar. Espero que hayan agradecido su claridad siempre expuesta sin soberbia.

Fiel al trabajo bien hecho

Carmen Posadas

A veces, la vida se muestra generosa y nos regala la posibilidad de conocer a alguien verdaderamente excepcional. En esa corta lista de nombres para la que sobran los dedos de una mano figura, para mí, José Manuel Lara. No sé qué destacar más de él, si su calidad humana o su valía profesional. Pónganlas ustedes en el orden que quieran porque son igualmente notables. Como profesional, José Manuel no lo tenía fácil. «Nada crece a la sombra de un gran árbol», dice un refrán español y estoy segura de que él tuvo alguna vez tal sensación. Su padre, José Manuel Lara Hernández, fue un hombre hecho a sí mismo que logró crear de la nada una gran empresa editorial. Las comparaciones entre padre e hijo son inevitables y no siempre bien intencionadas pero aun así, José Manuel logró desdecir el refrán y darle al Grupo Planeta una dimensión y expansión que posiblemente nunca soñó don José. Lo logró con tesón, con imaginación y con una combinación de arrojo y pragmatismo que rara vez se encuentran en una misma persona. Es con este último rasgo de su carácter con el que me gustaría empezar a hablar de su lado humano y más personal.

En un país en el que son tristemente frecuentes los bandos políticos, los «quién no está conmigo está contra mí» y las capillitas de toda índole, José Manuel Lara supo ser fiel a otra doctrina. A la que dice que, por encima de fervores derechistas o izquierdistas, está el trabajo bien hecho, la lealtad con el proyecto empresarial, el respeto a las personas que trabajan en dichas empresas.

Y existe aún otro rasgo de la personalidad de José Manuel que me parece –y mira que es difícil– aún más notable que todos las que vengo de reseñar. Fue un catalán que amaba profundamente España y un español que amaba profundamente Cataluña, algo que defendió no sólo en privado sino en público de forma valiente. Alguien que, hasta el último momento de su vida, luchó por allanar caminos, acercar posiciones y hacer prevalecer ese «seny», ese sentido común, que ha sido y sigue siendo la seña de identidad del pueblo catalán.

Cuando las aguas de la cordura vuelvan a su cauce como parece que va a suceder, serán –seremos– muchos los que tengamos que agradecer a José Manuel su inteligencia, su generosidad y, sobre todo, su compromiso con las cosas por las que él creía valía la pena jugársela.

Influyente en Francia

Antonio María Ávila*

Es el último de una generación de editores que ha hecho que la edición española se haya convertido en lo que es y tenga la potencia con la que cuenta actualmente. No en balde, él convirtió a Planeta, heredada de su padre, en la primera editorial de lengua española y lo que no se subraya lo suficiente es que es la segunda en francés, ya que el segundo grupo editorial en Francia es propiedad de Planeta, Editis. Y es muy importante. Además, también tiene una fuerte presencia en América Latina y desarrolló canales nuevos como el de los fascículos, donde era un auténtico líder a mediados de los 70 y a principios de los 80. Ha formado parte, durante muchos años, de la junta directiva de la Federación de Editores y ha sido uno de los miembros más colaboradores y disciplinados que conozco. En mi trato con él siempre ha mostrado una generosa disposición en todos los temas que afectaban a los intereses generales del mundo editorial: el precio fijo, las batallas fiscales, la lucha contra la piratería... Estoy muy apenado porque creo que es una gran pérdida también por su relación con los medios de comunicación –Antena 3 o LA RAZÓN–, aunque no es mi campo, pero su compromiso en este área también refleja su espíritu y su iniciativa. Era un hombre muy accesible y lo comprobamos el año pasado cuando en el Liber le dimos un homenaje –se decidió por unanimidad de todos los editores– porque él hablaba con los grandes, con los medianos, con los pequeños... Era accesible para todos. Un gran tipo.

*Director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España

Siempre en deuda con él

Luis Solano*

La diversidad y él éxito de muchos de los negocios emprendidos por el Grupo Planeta en los últimos veinte años han ido disminuyendo la importancia económica del libro dentro del grupo hasta llevarlo a una posición que podría calificarse de residual. Lo razonable hubiera sido pensar que a la vista de la rentabilidad y el crecimiento que obtenía en otros negocios, José Manuel Lara hubiera decidido desprenderse de un negocio poco rentable, con un escaso potencial de crecimiento y que seguramente le daba más quebraderos de cabeza que alegrías. Es realmente extraordinario que Lara siguiese considerando que el libro era el «core business» del grupo, y no sólo es que lo pensara, como un romántico homenaje a sus orígenes, sino que lo creía de verdad:, la compra de Editis, el segundo grupo editorial francés, en el año 2008 despeja cualquier duda que pudiera haber al respecto.

Otros en su misma posición se habrían desentendido completamente del negocio editorial, pero Lara no sólo no se olvidó de él sino que aprovechó el liderazgo y la posición que había logrado en el mundo empresarial para reclamar públicamente de manera constante y decidida la atención y cuidado que el libro requería. Estoy seguro de que en otras manos la fuerza del primer grupo editorial y la primera cadena de librerías de nuestro país hubieran podido forzar cambios en nuestro sector –como la desaparición del precio fijo, por ejemplo– que habrían desestabilizado radicalmente el precario equilibrio en el que vive el sector editorial.

Los editores estamos en deuda con él por lo mucho que ha hecho por el mundo del libro en nuestro país. Ojalá sus herederos sepan reconocer y honrar a sus orígenes como lo hizo él.

*Editor de Libros del Asteroide

Pasión por los libros

Elena Ramírez*

José Manuel Lara es alguien que ha llevado la pasión por los libros hasta el final. A eso se le suma el afán por renovarse él y por renovar el Grupo Planeta, como lo demuestra el estar a caballo con el mundo digital y la televisión, además del libro. No hay que olvidar lo que decía en sus últimas intervenciones cuando hablaba de su deseo de ser editor de mesa. Fue un editor de verdad, además de empresario sagaz, con carisma, con pasión para reinventarse.

*Directora editorial de Seix Barral

Un hombre muy cariñoso

Nuria Cabutí*

Lara era esencial para la industria cultural de este país y por eso siento muchísimo su pérdida. A lo largo de los años mantuve múltiples reuniones con él y siempre me entusiasmó su increíble liderazgo, su energía y su fuerza emprendedora. Nunca tuvo miedo de tomar decisiones valientes a favor de la cultura y los escritores. En los últimos años fue un firme luchador contra la piratería, por ejemplo. Y destacaría de él que, a pesar de ser competencia, siempre fue una persona muy cariñosa conmigo, muy entrañable.

*Consejera delegada de Penguin Random House

La idea de Herralde-Lara

Jorge Herralde*

Le considero un gran empresario con una fuerte vocación de editor, con una labor detrás impresionante que hizo de la editorial del llamado el viejo Lara, un imperio. Me reuní con José Manuel Lara por última vez en septiembre. Él siempre me decía que lo que le gustaría más sería retirarse y fundar una pequeña editorial independiente donde publicar lo que le diese la gana. Bromeábamos en que nos retiraríamos juntos y fundaríamos la editorial Herralde-Lara para dejar a todo el mundo boquiabierto.

*Editor de Anagrama