La emboscada mortal contra el pequeño canciller
El 25 de julio de 1934 tres grupos de las ss austríacas pusieron en marcha un complot que le costó la vida.
El 25 de julio de 1934 tres grupos de las ss austríacas pusieron en marcha un complot que le costó la vida.
Una de las obsesiones de Hitler desde su juventud fue la unión de Austria y Alemania y cuando alcanzó la Cancillería, en 1933, activó las conspiraciones de los nacionalsocialistas austriacos contra el canciller Engelbert Dollfuss, al que llamaba «Millimetternich» por su pequeña estatura, pues se oponía enérgicamente. Los nazis austriacos, apoyados por dinero y agentes alemanes, planearon secuestrar al Gobierno austriaco y sustituirlo por otro más manejable.
El día 25 de julio de 1934, tres grupos de las SS austriacas pusieron en marcha su complot: uno debía tomar el Ministerio del Interior, otro la emisora de radio y el tercero, la Cancillería, pero hubo una filtración y la policía detuvo a los dos primeros y solo parte de los conspiradores del tercero; asaltó la Cancillería, aunque los guardias se defendieron a tiros y solo se rindieron cuando el canciller Dollfuss fue gravemente herido.
Los asaltantes se hicieron fuertes en el edificio sin permitir que se auxiliara al canciller hasta que, avanzada la tarde, se rindieron a cambio de garantías para escapar a Alemania. Cuando apareció el cadáver de Dollfuss, el canciller provisional, Kurt von Schuschnigg, rechazó el acuerdo con los magnicidas, que fueron juzgados y, 13 de ellos, ahorcados. Pero algunos responsables del golpe lograron escapar a Alemania.
Se daba la circunstancia de que Benito Mussolini era amigo y vecino de Dollfuss en la estación termal italiana de Riccione donde veraneaban y que habían quedado para cenar el 26 de julio. Cuando el Duce recibió la noticia de la muerte de Dollfuss se dirigió, con su esposa, Donna Rachele, a la casa de Dollfuss, donde su mujer, Alwine, cuidaba de una hija enferma. El Duce le comunicó la muerte de su marido y le facilitó el viaje a Viena, mientras Donna Rachele se hacía cargo de la niña. Luego alertó a las tropas del Norte de Italia, con la orden de alcanzar la frontera en 24 horas. Era solo un gesto porque conocía muy bien las limitaciones de su Ejército, pero colocó a Hitler ante el abismo.
El Führer se hallaba en Bayreuth asistiendo a la representación de «El oro del Rin» cuando fue informado de que los asaltantes de la Cancillería estaban cercados y que el Gobierno austriaco controlaba la situación. Aunque muy contrariado, continuó en el teatro y se enteró de la muerte de Dollfuss al final de la obra. Pese a la gravedad del asunto mantuvo su programa como si los sucesos de Austria no le afectaran en nada.
Corte de digestión
La siguiente noticia le sorprendió durante la cena y a punto estuvo de costarle un corte de digestión: su embajada en Roma informaba de que Mussolini atendería una petición austriaca de ayuda y que cinco divisiones italianas estarían en la frontera alemana al amanecer. Hitler se encontró ante un precipicio: si Austria pedía apoyo a Italia y atacaban a Alemania, la derrota sería ineluctable: mal podría defenderse ante fuerzas tres veces superiores, que disponían de aviación y artillería pesada, armas con las que Berlín no contaba. Pero el presidente Hindenburg, que se hallaba muy enfermo, tenía el medio para negociar con Viena y Roma destituyéndole e iniciando una «caza de nazis».
Buscando una salida se acordó de Franz Von Papen, su ex vicecanciller, al que había humillado y despreciado y que se hallaba vivo por casualidad, pues su nombre figuraba en las listas nazis de personajes a eliminar en la «Noche de los cuchillos largos» del anterior 30 de junio. Von Papen, que había sido varias veces canciller bajo la presidencia de Hindenburg, seguía contando con prestigio para negociar con Schuschnigg y con Mussolini y, primero, convenció a Hitler de que deberían hacer concesiones: destituir a Theo Habicht, el responsable directo del magnicidio; renunciar a la anexión de Austria por la fuerza; entregar a los nazis que habían participado en el complot y se hallaban en Alemania, y rechazar todo apoyo económico y político a los nazis austriacos. Con ese «ramo de flores» Von Papen aplacó a austriacos e italianos. Conjurada la crisis, Hitler respiró tranquilo y siguió disfrutando de la ópera y conspirando.
Una lista única
Desde su llegada al poder, Hitler conspiraba con los nacionalsocialistas austriacos contra Dollfuss para acelerar la unión de Austria Y Alemania. Las reacciones al asesinato de Dollfuss frenaron las prisas de Hitler, pero en 1938 volvió sobre el asunto ante la debilidad del presidente Schuschnigg. Este veía crecer la fuerza nazi en su país pese a todas las trabas legales, avanzar la ola que tanto en Alemania como en Austria apoyaba la unión y observaba su soledad internacional. Sin alternativa, aceptó una reunión con Hitler, que le trató con la brutalidad premeditada en la que era maestro. Amedrentado, el austriaco firmó un documento que implicaba la incorporación de Austria al III Reich. El 10 de abril de 1938, austriacos y alemanes fueron a las urnas. La papeleta del referéndum contenía una doble pregunta: «¿Estás de acuerdo con la reunificación de Austria con el Reich alemán? ¿Apruebas la lista única de candidatos al Reichtag presentada por nuestro Führer Adolf Hitler?» La mayoría por convicción y el resto por miedo, acudieron a votar: el 99% de los alemanes y el 99,7% de los austriacos estuvieron de acuerdo.