La guerra en Grecia y Roma
Pocas obras hay capaces de sintetizar tantos siglos de desarrollo militar, con lo que implica de cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos.
En la recepción del enorme legado de Grecia y Roma ‒filosofía, ciencia, ética, derecho, arte... ‒, en su ininterrumpida reelaboración, reinterpretación y reconstrucción, están las bases fundaciones de Occidente. Pero, ¿y la guerra? ¿Hay acaso una concepción occidental particular de la guerra, heredera de la manera en que griegos y romanos dirimieron sus conflictos? Se trata esta de una cuestión, la de un supuesto Western Way of War, en expresión acuñada por el historiador estadounidense Victor Davis Hanson, que ha venido agitando en las últimas décadas los estudios de Historia militar y política, con posturas encontradas que a veces traslucen sesgos ideológicos actuales más que análisis ponderados del pasado.
Para Hanson, como para otros investigadores como Geoffrey Parker, se puede encontrar a lo largo de la historia de los ejércitos occidentales un núcleo de principios que han definido su forma de hacer la guerra, que tienen su germen en el surgimiento y desarrollo del choque de falanges hoplitas en la Grecia Arcaica y que se prolonga en la forma de guerrear de las legiones romanas. Sintéticamente, estos principios serían el dominio de la infantería, con una disciplina aquilatada, confianza en la superioridad tecnológica y la búsqueda de la batalla campal como enfrentamiento decisivo. Sin desestimar estas consideraciones, hay empero que apuntar que hablar de la guerra en Grecia y Roma como algo homogéneo e inmutable en el tiempo es reduccionista. Hubo tantas maneras diferentes de guerrear en Grecia y Roma como diferentes y cambiantes fueron sus sociedades a lo largo del tiempo, desde los carros de los héroes micénicos a las picas de los falangitas de Alejandro, y desde las legiones manipulares que conquistaron el Mediterráneo al ejército de Constantino en el Puente Milvio. Pocas obras hay capaces de sintetizar tantos siglos de desarrollo militar, con lo que implica de cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos, como el clásico de Peter Connolly, Greece and Rome at War, que acaba de ver la luz por vez primera en castellano y en un único volumen como La guerra en Grecia y Roma, publicado por Desperta Ferro Ediciones.
"Clásico"no es un adjetivo baladí a la hora de hablar de un libro cuya influencia lleva proyectándose desde su primera edición en 1981, y que va mucho más allá de la investigación y de lo académico, ya que apunta directamente, como la flecha de un arquero escita, como el soliferreum de un guerrero ibérico, al corazón. Basta con leer los prólogos que le dedican autores tan reconocidos como Adrian Goldsworthy, autor de exitosas biografías sobre Julio César o Augusto, o como Fernando Quesada Sanz, director del departamento de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid y experto en la guerra en el mundo antiguo. Como ambos reconocen, la guerra en Grecia y Roma es una obra que inyectará para siempre en el lector la pasión por el mundo clásico, no solo por la calidad de su texto, sino por el inigualado aparato gráfico que le acompaña. Inigualado, sí, y eso que hablamos de una obra pergeñada todavía en la era analógica, con pincel y papel, pero que constituye un exquisito y suntuoso despliegue de cartografía e ilustración, que desde la arqueología y la iconografía restituye el pasado para hacerlo vibrar en cada página. Con estos avales, La guerra en Grecia y Roma es punto de partida inmejorable para el conocimiento de los sistemas militares desarrollados en Europa entre los siglos VIII a.C. y V d.C., su estructura, su tecnología, sus mutaciones, y sus victorias y derrotas.
El germen del modo de guerra occidental habría estado en la falange, la formación con la que, hombro con hombro, escudo con escudo, defienden su polis, su ciudad, los griegos a partir del siglo VIII a.C. Un despliegue táctico que está inextricablemente ligada a un equipo concreto, a la panoplia ‒ta hopla‒ que da nombre al guerrero heleno por antonomasia: el hoplita. Aunque el equipamiento del hoplita irá sufriendo variaciones a lo largo del tiempo, supone uno de esos puntales de "superioridad tecnológica"que han servido para explicar la victoria griega en las Guerras Médicas. El arma fundamental era el denominado escudo argivo, circular y cóncavo, con un peculiar sistema de sujeción, ya que en lugar de una manija central cuenta con una abrazadera ‒porpax‒ y un agarre en el extremo del escudo ‒antilabe‒. Este tipo de escudo condicionaría un modo de combate frente a frente, sin demasiada movilidad, y con cierta exposición del costado derecho del combatiente, que necesita así la protección del compañero; es por ello por lo que el flanco derecho de los ejércitos griegos era siempre el más expuesto ‒y el lugar de honor–. La panoplia se fue desarrollando para que el combatiente ganara en protección, con el casco corintio, la armadura de campana y las grebas como armas defensivas, y la lanza como principal arma ofensiva, con una corta espada como auxiliar. Un equipo que incide en un choque frontal de líneas, en una brutal melé cuerpo a cuerpo: la falange. Pero sigue sin haber consenso hoy en día si fue la panoplia la que condicionó el modo de lucha en falange, o a la inversa, el equipo se fue desarrollando para dar respuesta a las necesidades de dicha formación. Como tampoco hay consenso sobre si la falange nace ya como la conocemos en su forma clásica, la de los siglos V y IV a.C., la que derrotó a los persas en Maratón y Platea y con la que chocaron atenienses, espartanos y tebanos, o pasa antes por un periodo de desarrollo en el que coexiste con el intercambio de proyectiles y las formaciones más fluidas. La tecnología, la naval en este caso, está también en el corazón del choque entre griegos y persas, con el crucial encuentro de Salamina, protagonizado por el rey de los navíos de guerra del Mediterráneo antiguo, el trirreme. Un apartado este al que La guerra en Grecia y Roma dedica un apéndice entero, dada la relevancia que el control del mar tuvo en los conflictos del mundo clásico, con su cénit en el titánico conflicto entre Cartago y Roma.
La falange hoplítica se verá superada por el ejército macedonio de Filipo II, ese yunque y martillo constituidos por una nueva falange equipada con picas de mucha mayor longitud que la lanza hoplita, la sarissa, que requería de las dos manos para ser esgrimida, y por la caballería de los pezhetairoi. Filipo, que había asimilado las innovaciones tácticas del tebano Epaminondas y del ateniense Ifícrates, desarrollará un ejército mucho más versátil que el de las viejas poleis, incorporando diversos cuerpos auxiliares ‒caballería tesalia, infantes ligeros agrianos, etc.‒ y una novedad tecnológica que se había desarrollado en la Sicilia griega y que se demostraría crucial a partir de entonces: la artillería de torsión. Con este ejército dominará Grecia, y será el legado que permita a su hijo Alejandro emprender la campaña de conquista más fabulosa jamás conocida, que le llevará desde el Danubio hasta el Indo, ensanchando para siempre los límites de la cultura helena. Alejando moriría a los treinta y tres años en Babilonia, y nunca pudo cumplir sus supuestos planes de continuar la conquista de la oikumene, del mundo conocido, hacia el oeste. Allí despuntaba la potencia que a la postre haría realidad el dominio universal: Roma. Tras la desastrosa derrota de Alia frente a los galos, la ciudad del Lacio había abandonado su primitivo ejército, quizás alguna forma de falange, para desarrollar el instrumento que le permitiría conquistar el Mediterráneo, la legión manipular. Una formación flexible, que si cabe ganaría en fluidez con el paso del manípulo a la cohorte como unidad táctica ya en la Baja República, en una reforma que la tradición adscribe a Cayo Mario. Y es que si algo caracterizó a los ejércitos de Roma fue su adaptabilidad, lejos de la rigidez de las formaciones de falanges helenas, sin ambages para adaptar innovaciones técnicas del enemigo, como el gladius hispaniensis, herencia de un tipo de espada celtibérica, o los cascos de hierro galos de tipo Port, que darán en el modelo conocido como Weisenau, popularizado en la imagen del soldado romano de los peplum. Las legiones romanas enfrentarán a los ejércitos helenísticos, anquilosados herederos del modelo macedonio, contra Pirro, contra los monarcas antigónidas y seléucidas, y contra Mitrídates, para batirlos una y otra vez. Dueños del mundo, la legión evolucionará durante el Imperio para enfrentar nuevos enemigos y controlar el limes, y en sus cambios y su evolución vemos el cambio y la evolución, la decadencia si se quiere, de Roma. Milenio y medio de evolución militar, de guerra en Grecia y Roma, y entre Grecia y Roma, recogidos por Peter Connolly en su excelsa obra y que, aceptemos o no el modelo del Western Way of War, también están en la base de lo que es Occidente.
Peter Connolly
La contribución de Peter Connolly (1935-2012) a la historia militar nunca será lo suficientemente ponderada, máxime si tenemos en cuenta lo particular de su currículum, ya que Connolly no arranca como académico, sino como un divulgador con un talento fuera de lo común, que desde su investigación y su labor en la popularización de la historia clásica se convertirá en un referente en la disciplina, tal y como atestigua el que fuese elegido research fellow del London Institute of Archaeology y miembro de la Society of Antiquaries. Pero si por algo será realmente recordado es por su maravilloso don para la ilustración, por su capacidad para dotar de color, de movimiento, de vida en definitiva, al pasado, de lo que es buen reflejo su gran obra, La guerra en Grecia y Roma. Para muchos, los que crecimos con sus libros, la última carga de los espartanos en las Termópilas, el choque de trirremes en Salamina, la falange de Alejandro en Hidaspes o el desembarco de los legionarios de César en Britania serán ya siempre como él los pintase.
Victorias pírricas
El primer enfrentamiento entre las legiones romanas y un ejército helenístico tuvo lugar cuando Pirro de Epiro, descendiente del legendario Aquiles, primo segundo de Alejandro Magno y quizás el más grande de sus émulos, acudió en ayuda de Tarento en 280 a.C. Pirro, que apenas un niño había escapado de Epiro al ser depuesto su padre, que con diecisiete años combatió ‒y fue derrotado‒ en la batalla de Ipsos, por lo que hubo de huir a Egipto, y que luego recuperó el trono merced al asesinato de un rival, era considerado por Aníbal el mejor general de la Antigüedad. Su plural ejército, con falange macedónica, caballería tesalia y tarentina, arqueros, honderos y, como no podía ser menos, elefantes, chocó contra las legiones en Heraclea y Ausculum, haciéndose con la victoria pero sufriendo tales pérdidas que el monarca epirota reconoció que "¡Otra victoria como ésta y estaré vencido!"Tras guerrear contra los cartagineses en Sicilia, Pirro se enfrentó a Roma otra vez en Maleventum, rebautizada Benventum en recuerdo de la victoria de las legiones, que quizás emplearan cerdos para asustar a los elefantes de Pirro. Fue el primer choque entre Roma y el mundo heleno, inaugurando una relación marcada por la ambivalencia entre el enfrentamiento militar y el dominio político y la admiración de Roma por la cultura griega y su asimilación; como escribiera Horacio, "Grecia cautiva, cautivó a su fiero vencedor".
*Alberto Pérez Rubio - Coeditor de Desperta Ferro Ediciones