Fotografía

La hora de Koudelka

Retrató la Primavera de Praga y ha dejado en la memoria imágenes que son iconos. «Nunca he visto a un ser humano sonreír en mis fotografías», dice

«Mano y reloj de pulsera», 1968
«Mano y reloj de pulsera», 1968larazon

Retrató la Primavera de Praga y ha dejado en la memoria imágenes que son iconos. «Nunca he visto a un ser humano sonreír en mis fotografías», dice

Hablar es algo que no me interesa. Si tengo algo que decir, quizá pueda encontrarse en mis fotos». Si quieren oír hablar a Josef Koudelka (Checoslovaquia, 1938), probablemente nunca tendrán otra oportunidad para hacerlo como la que nos brinda la Fundación Mapfre desde hoy en Madrid. Una retrospectiva única y extensa de este fotógrafo de la agencia Magnum que, con el título «Nacionalidad incierta» recorre 50 años de carrera desde sus primeros experimentos y orígenes en el teatro hasta sus más recientes fotografías panorámicas de la ruinas de Jordania o del muro de Israel. «Cuando me fui de Checoslovaquia descubrí España. Y me identifiqué inmediatamente con este país mucho más que con cualquier otro. Mi carácter tambien está mucho más cerca del carácter español». Así se presentó ayer este hombre de 78 años ante la numerosa representación de la Prensa que acudió a la inauguración. Cuarenta y cinco minutos y media docena de preguntas después, desapareció tan de improviso como llegó, demostrando que es una leyenda viva de la fotografía pero que carece por completo de la cercanía y la calidez de nuestro carácter. Enérgico y directo, parece más interesado en escaparse al Museo del Prado que en hablar de su trabajo. «Para mí no existe la fotografía de reportaje ni la fotografia de arte. Sólo existe la fotografía. Toda esta discusión son cosas que no me interesan y creo que son bastante idiotas».

- El teatro del mundo

Destacó como fotógrafo de teatro a mediados de los años 60, metiéndose dentro de las escenas sin interferir en la acción de los actores. Una lección que marcaría su estilo fotográfico. Para Koudelka, el mundo era una gran obra de teatro y su vida como ingeniero aeronáutico se quedaba corta: «Con la fotografía nunca pienso que he llegado al fin, me interesa andar hasta donde puedo llegar».

Destacado por ser un fotógrafo inclasificable pese a que sus imágenes de la Primavera de Praga son un referente del fotoperiodismo, de los cientos de negativos que hizo en aquella semana ha seleccionado personalmente cinco fotos para esta exposición, «porque tienen un significado más amplio. Y eso significa que uno puede aprender lo que quiera de ellas». Aquellas imágenes le cerraron las fronteras de su hogar, pero le abrieron las puertas del mundo. Completó su proyecto sobre los gitanos, una comunidad desconocida y esquiva viviendo como ellos. «A la gente sólo le gustan los gitanos cuando los ven en las fotografias». Este trabajo atrajo la atención de Cartier-Bresson, cofundador de Magnum, que le recomendó no hacerse fotoperiodista para no perder el ojo. «Conocí a Cartier-Bresson cuando él tenía 62 años, nos hicimos amigos pero el estaba al final de su carrera como fotógrafo. Yo tengo 78 años y puedo decir que ahora me gusta más hacer fotos que cuando empecé. Y eso es lo más importante para mí».

La actual crisis de refugiados que intentan llegar a Europa es un tema que conoce de primera mano y cuando le preguntan si tiene intención de llevar a cabo algún trabajo fotográfico alli responde: «Durante 16 años no trabajé para nadie ni tuve un lugar fijo, viajé sin parar. No te puedes imaginar la cantidad de noches que dormí a la intemperie en España y otros lugares. Me identifico perfectamente con todos estos refugiados de Europa porque yo he estado muchas veces esperando en la frontera a que la policía me dejara pasar; diciéndolo vulgarmente: He pasado por toda esta mierda, pero no voy a fotografiarlos (...) mi cuerpo es más limitado que cuando tenía 20 años y sé que no puedo hacerlo todo». Ahora dice estar interesado en la exposición que hará dentro de tres años en el Panteón de París con toda su obra desde el año 1991. «Debo terminar las cosas que he empezado». Precisamente de esa etapa como trotamundos surgió el proyecto reunido en el libro «Exilios», donde Koudelka parece haber fotografiado los últimos instantes de la civilización moderna: animales perdidos, personas desubicadas, objetos abandonados... Como él mismo escribió: «Nunca he visto a un ser humano sonreír en mis fotografías». La última parte de la exposición coincide con sus trabajos mas recientes realizados en formato panorámico; enormes copias de paisajes alterados por la mano del hombre, a veces para crear y otras para destruir, pero con el mismo estilo desolador y decadente que acompaña a toda su obra.

Cuando el fotógrafo Ian Berry que también cubrió la Primavera de Praga, se encontró con Koudelka le describió como «ese loco de mirada salvaje»; le pregunto si sigue manteniendo esa mirada salvaje o se pierde con el tiempo y contesta: «He intentado aprender quién soy yo, y sigo sin saberlo del todo, a veces todavía me sorprendo a mí mismo».

Dos letras, Firmado: P. P.

En agosto de 1968, las tropas soviéticas entraban en Praga y un joven Koudelka salía a la calle armado con sus cámaras y carretes para ser testigo directo de la historia. «Mis fotografías de la invasión son distintas de las de otros fotógrafos porque era mi país, lo único en lo que pensaba era en hacer fotos». Tuvo que pasar un año para que todo ese material viera la luz de la mano de la agencia Magnum, que difundió las imágenes con la firma P.P (Fotógrafo de Praga en inglés) para evitar represalias contra Joseph y su familia. Koudelka huyó de su país y no volvió hasta 20 años después. Se convirtió en un exiliado.

- Dónde: Fundación Mapfre (Bárbara de Braganza).

- Cuándo: desde mañana hasta el 29 de noviembre.

- Cuánto: entrada gratuita