La literatura como salto al vacío
La concesión del Premio Cervantes a Juan Goytisolo supone, no sólo el merecido reconocimiento de su labor narrativa de tantos años, sino la reivindicación también de una voz crítica, de clara incidencia ética y no menor significación estética. En su obra novelística se diferencian claramente dos etapas: el neorrealismo de los años cincuenta, con «Juegos de manos» y «Duelo en el Paraíso» como la crónica de una juventud, hijos de la guerra civil, que comenzaban a elaborar una visión alternativa del inmediato pasado, el germen de una señalada rebeldía vital; o «Fiestas» y «La resaca», historias centradas en aquella deprimida sociedad española, de una preindustrial ruralidad. Y esa otra época que aparece con la publicación, en 1966, de «Señas de identidad», relato que recorre las peripecias de Álvaro Mendiola, trasunto del propio autor, testimonio de las luces y sombras del exilio político, resistente antifranquista, intelectual comprometido y arriesgado; se da entrada aquí al experimentalismo crítico que compone una novela con noticias del periódico, el diario de un seguimiento policial, o monólogos interiores deliberadamente caóticos, además de una tensa y agitada prosa de fuerte significación ideológica. Un abigarrado conjunto de materiales que dará paso a libros tan emblemáticos como «Reivindicación del Conde Don Julián» o «Juan sin Tierra», espléndida revisión actualizada del tema del problema de España, en textos marcados por la descontextualización sintáctica y una atormentada actitud de densa autocrítica social. Como ensayista literario es ya un clásico imperecedero «El furgón de cola», y documentada reivindicación de la patria heterodoxia intelectual: Larra, José Mª Blanco White o Cernuda reviven con su obra proyectada sobre nuestro presente, en un deslumbrante ejercicio de análisis sociocultural, soberbio catálogo de ilustres transgresores. Inolvidables igualmente sus estudios sobre «La Celestina» o acerca de la secular convivencia hispana entre las comunidades cristianovisigótica, hebrea y musulmana. Resulta imposible obviar la intensidad de sobrecogedores reportajes de actualidad, como «Cuaderno de Sarajevo» o «Paisajes de guerra con Chechenia al fondo», en los que el novelista muestra su solidaria implicación con las víctimas de esos conflictos, y una airada actitud contra toda desatada barbarie. Pero lo que acaso singulariza la dedicación literaria de Juan Goytisolo es su obsesivo amor por el lenguaje, afirmando en su espléndido libro de memorias Coto vedado: «Pero la literatura es y será el reino de lo imprevisto: mi pasión por ella, vivida como un verdadero salto al vacío, me precipitó un día al goce del castellano en virtud de la misma lógica misteriosa por la que hallaría en el sexo la afirmación agresiva de mi identidad.» La escritura, por lo tanto, como placer del texto, gratificación de los sentidos, decisiva opción vitalista y desinhibida. Todo ello vinculado a la multiforme personalidad del novelista renovador, cronista comprometido de un agitado tiempo social, testimonial narrador del cercano pasado histórico, vindicador autocrítico de la identidad española, paradigma perfecto del escritor de raza para quien vida y literatura son una misma cosa. Por todo ello, y por mucho más, quienes le hemos leído con admiración durante décadas nos vemos reconfortados con este merecidísimo galardón.