Historia
La maldición de las Islas Salomón
El segundo viaje de Álvaro de Mendaña a este enclave del Pacífico se convirtió en un auténtico calvario donde no faltaron enfermedades, huracanes y revueltas
El segundo viaje de Álvaro de Mendaña a este enclave del Pacífico se convirtió en un auténtico calvario donde no faltaron enfermedades, huracanes y revueltas.
La asombrosa historia del intento de colonización de las islas Salomón fue una aventura plagada de peligros, pasiones y traiciones en un escenario de belleza paradisíaca. Poco después de llegar a Perú los españoles escucharon de boca de los incas una leyenda según la cual hacia el oeste existían unas islas repletas de yacimientos de oro. Los conquistadores las compararon con la Tierra de Ofir, donde se encontraban las minas de oro del rey Salomón. Así que organizaron una expedición en busca de esas remotas tierras y pusieron al mando de la misma al navegante Álvaro de Mendaña. Éste descubrió las islas, pero no halló ni una sola pepita de oro en ellas, bautizándolas pese a todo como Islas Salomón.
El adelantado Mendaña, nada más regresar, se aprestó a proyectar un segundo viaje para colonizar aquel archipiélago. Pero tardó veintisiete años en poder ultimar sus preparativos. En 1595, le llegó por fin la gran oportunidad de su vida. Para entonces había contraído ya matrimonio con una mujer formidable a la que doblaba en edad. Se llamaba Isabel de Barreto, y era una gallega que llevaba en la sangre la pasión por la navegación y la exploración. De casta le venía a la galga, pues era nieta de un marinero que había sido nada menos que gobernador de la India portuguesa. Este segundo viaje sería una expedición privada donde el virrey del Perú aportaría los efectivos militares, en tanto que los Mendaña se encargarían de convencer a colonos para participar en la aventura. El matrimonio consiguió reunir cuatro naves y cuatrocientos seguidores dispuestos a lanzarse al inabarcable océano en busca de una tierra tan lejana que iba a ser difícil de encontrar.
Tensiones a bordo
Los barcos se hicieron a la mar. Junto a los feroces hombres de guerra, marchaban familias de colonos, con mujeres y niños. Enseguida estallaron las primeras tensiones a bordo. Aun así, la expedición consiguió recorrer más de 7.000 kilómetros hasta descubrir las Islas Marquesas. Luego, tras pasar por las Islas Cook y Tuvalu, arribó al sur de las Salomón. Pero no toda la flota había fondeado en su destino. Una de las cuatro naves que la formaban se había perdido en la isla volcánica de Tinakula. Los Mendaña la esperaron en vano. Cuentan las crónicas que no se supo nunca el motivo de su desa-parición.
Era por esa zona, adentrándose ya en el territorio de la ficción, por donde se ubicaba la isla de la Calavera, hogar del mítico gorila King Kong. Así que, ¿quién sabe lo que pudo sucederles a aquellos desdichados pioneros? Sea como fuere, los supervivientes llegaron a fundar una colonia. En principio, los nativos de las Salomón, unos individuos de piel negra y un sorprendente pelo rubio platino más propio de los escandinavos, se mostraron amistosos. Pero las cosas se torcieron enseguida. Algunos de los soldados, descontentos al tener que permanecer en aquel lugar desprovisto de riquezas, conspiraron para marcharse.
Mientras tanto, Mendaña había enfermado de malaria y empezaba a perder el control de la situación. Esa circunstancia la aprovecharon los intrigantes para asesinar al cacique de los indígenas, y con ello provocar un levantamiento de éstos contra los españoles que hiciera imposible su permanencia en la isla. Todo se produjo según sus cálculos. Álvaro de Mendaña sucumbía a su dolencia, pero antes de morir pudo nombrar a su mujer como sucesora. Al frente de un grupo dividido y sitiado por los indígenas, a ella no le quedó más remedio que ordenar la retirada y poner rumbo a Manila.
Fue entonces cuando Isabel de Barreto, convertida en la primera mujer almirante de la historia de España, hizo gala de una implacable resolución para superar incontables calamidades: huracanes, calor abrasador, pro-pagación de enfermedades contagiosas, falta de agua y de comida... Eso, sin contar las maquinaciones en su contra por parte de los marineros, y de las presiones, amenazas y chantajes que tuvo que soportar.
La situación se tornó cada vez más desesperada, siempre al borde del naufragio, de la inanición o del motín. Hasta el punto de que la nueva jefa tuvo que tomar las medidas más drásticas para evitar el desastre. Pero su dureza se reveló como la mejor opción posible. Prueba de ello es que la única nave que llegó triunfalmente a Manila fue la que ella misma comandaba.
Sin duda, el coraje y la decisión de Isabel de Barreto salvaron a su barco de un destino trágico, acreditándose así como una mujer excepcional. De ésas que demandaban tiempos tan extraordinarios como aquellos.