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La Marianne de mayo del 68, 50 años después: «Aquella época fue ‘‘cool’’, había más libertad que ahora»

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LA RAZÓN habla con Caroline de Bendern, una aristócrata convertida en activista durante aquellos días en que la Sorbona estaba tomada y el país paralizado, y cuya imagen se hizo icónica
Trece de mayo de 1968. Tras las cargas policiales contra las barricadas establecidas en los aledaños de la Sorbona, que provocan cientos de heridos, varios estudiantes deciden ocupar la universidad a la espera de la llegada del primer ministro, George Pompidou, que estaba de viaje por Asia Central. Es el punto álgido de tensión de toda la cadena de protestas. Los estudiantes tratan de reforzar el vínculo con los trabajadores y poner contra las cuerdas al Gobierno de De Gaulle. Ese mismo día está convocada una huelga general que fue seguida por nueve millones de franceses. En pleno corazón del barrio latino, en la plaza Edmond-Rostand, una manifestación refleja esa comunión mezclando a sindicalistas y universitarios. De repente, el «flash» del fotoperiodista Jean Pierre-Rey se dispara y capta la instantánea que pasará a la historia: la imagen de una joven de 23 años a hombros de un amigo ondeando una bandera del Frente para la Liberación de Vietnam del Sur. La analogía con el cuadro «La libertad guiando al pueblo» del pintor Delacroix es asimilada rápidamente por la prensa internacional. La Marianne del 68 era Caroline de Bendern, una chica bien de origen británico y nieta de conde que había sido expulsada de los colegios más selectos y que representa a la perfección lo que el mundo estaba viviendo en esos momentos. Su abuelo, amigo de Churchill y de buena parte de la aristocracia europea, furioso y humillado por el momento inmortalizado, la desheredó; 50 años después, LA RAZON ha encontrado al emblema icónico del mayo francés en un barrio de la periferia de París, hoy reconvertida en una veterana activista contra el Brexit y el cambio climático. Hasta en cuatro ocasiones intentó cobrar recurriendo a la justicia parte de los derechos de autor que el fotógrafo tuvo. Aquella batalla la perdió. Caroline confiesa su estado melancólico según se aproxima la gran efeméride y asume que en 2018 aún es más difícil gritar aquel famoso eslogan de «prohibido prohibir».
–Usted será siempre la Marianne de Mayo del 68. ¿Cómo ha convivido con esa popularidad al colarse en la historia?
–No sé si merezco la popularidad que un instante me dio... Al principio lo encontraba incluso divertido, pero después, cuando la foto se convirtió en un icono del movimiento, empecé a darme cuenta de que tenía que asumirlo de una forma o de otra y en ocasiones se transformó en algo duro, en una carga. De haber sabido todo lo que me acarreó, lo hubiera pensado más pero quizá lo hubiese hecho igualmente.
–Cuando mira atrás y 50 años después recuerda aquel momento, ¿tenían la sensación de estar frente a un hecho importante de la historia?
–Aquel día yo había ido con amigos a la manifestación, casi todos artistas. Acaba de rodar semanas antes una película titulada «Destrúyanse» («Détruisez-vous»), de Serge Bard, que habíamos estrenado en abril, en la que yo interpretaba a una chica que repetía la lección revolucionaria que le enseñaba su profesor de forma dogmática: «¡Hay que atacar los bancos, abrir las puertas de las prisiones!», decía mi personaje. Estaba muy metida en el movimiento y ansiábamos cambios. Queríamos renovar varios aspectos de una sociedad que veíamos anclada, entre ellos el arte.
–Usted era una joven de origen aristocrático a la que habían expulsado de varios colegios de prestigio; se podría decir que era una pija rebelde. ¿Cómo llegó hasta allí?
–El año anterior, en el 67, estaba en Nueva York trabajando como modelo. Había muchas manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Yo frecuentaba el entorno de Andy Warhol y conocí, entre otros, a John Palmer, el director de «Empire» (película experimental basada en el paso del tiempo y que muestra durante ocho horas el edificio del Empire State codirigida con el propio Warhol). Con Palmer hablaba mucho, siempre colocados con diversas drogas de la época. De la guerra de Vietnam y de las luchas raciales. Íbamos a juntarnos con los negros que se manifestaban en Newark e incluso planeábamos hacer saltar por los aires la fábrica de napalm con la que la aviación estadounidense atacaba las zonas rurales vietnamitas. Aunque finalmente esto quedó sólo en proyecto... Y un año después, en París, en la manifestación con la bandera de Vietnam, me dije a mí misma que a falta de no haber podido volar la fábrica de napalm, por lo menos estaba haciendo algo.
–Su abuelo se horrorizó cuando vio la foto en la prensa internacional y la desheredó de millones de libras. ¿Era un ultraje para su familia?
–Sí, con aquello se me escapó muchísimo dinero. Mi abuelo me quería bastante, pero siempre quiso que yo me hubiese movido por las esferas de la alta aristocracia. Estuvo muy ofendido por la imagen y me convocó. Le respondí que yo estaba haciendo lo que creía que era justo. Discutimos muy fuerte y me fui dando un portazo, cosa poco inteligente. Murió poco después, a finales de ese mismo 1968. Le llamé por teléfono antes de fallecer, cuando ya estaba muy enfermo, le dije que quería ir a visitarlo. Me conestó que no quería verme y me soltó: «Te arrepentirás de lo que has hecho», y luego me colgó. Falleció pocos días después.
–Aquel episodio histórico marcó por tanto la economía del resto de su vida, ¿también su personalidad?
–Sin duda marcó el resto de mi vida. Fui una joven comprometida y lo sigo siendo ahora. No sé si todos aquellos acontecimientos, también personales, hicieron mella en mi personalidad, pero configuran quién yo soy hoy en día. Aunque claro que luego hubo otras batallas.
–Ser un icono del 68 cinco décadas después, ¿le llena más de melancolía, felicidad o de orgullo?
–Más bien de melancolía, porque la evolución del mundo desde entonces no me ha gustado. Sé que puede ser una frase hecha aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero ese lo fue. Era «cool». Había más libertades que ahora. De hecho, a veces me pregunto si algún día vamos a acabar atrapados en la prohibición. Me encantaba el eslogan «prohibido prohibir». ¡Lo encuentro tan aplicable a la actualidad!
–¿Qué es lo que simboliza el mayo del 68 para usted en la actualidad?
–La libertad.
–¿Qué diría a aquellos que como el ex presidente Nicolas Sarkozy han pedido exterminar la herencia del 68 porque nos ha conducido a un peligroso relativismo moral?
–Sarkozy después de lo que hizo en Libia no está para dar lecciones de nada a nadie.
–Mayo del 68 fue influyente en un plano social y cultural pero sus repercusiones políticas resultaron limitadas. Poco después, la derecha volvió a ganar. ¿Esto muestra que se movilizaron por el miedo a otra parte de la sociedad?
–¡Por supuesto! Tenían miedo. Es por eso que siempre han pretendido obstaculizar que la gente se manifieste. Lo han intentado hacer cada vez con más intensidad.
–Desde entonces ha continuado siendo activista por diversas causas, la última, la del Brexit.
–Sí, me he manifestado contra eso y el racismo social que esconde. Es el mismo que utilizó Hitler en su día y que hoy usan Trump o los instigadores del Brexit. La verdad, creo que tendríamos que abolir los cargos políticos, ¡estoy tan harta de todos estos egomaníacos!
–¿Qué propone en su lugar?
–¡Un estado sin cabeza!
–¿Se parece en algo la revolución feminista del #MeToo a la que usted libró?
–Por supuesto que hay que luchar contra el acoso sexual, está muy bien que se hable de este asunto, pero tampoco puede convertirse en una especie de psicosis colectiva que lleve a los hombres a no atreverse ni a sonreírnos, eso sería una pena.
–¿Cuáles son las grandes luchas personales de la Marianne del 68 en el año 2018?
–El medioambiente y, junto a él, la preservación de todas esas cosas que configuran la dulzura de vivir: lo bello, el arte, y, en último lugar pero no por ello menor, el «swing» y el humor... todo aquello sin lo que la vida no merecería la pena.
La batalla judicial de Caroline
Mayo del 68 hizo célebre a Caroline de Bendern pero no le resultó nada rentable económicamente. A los millones de libras esterlinas que perdió cuando su abuelo escandalizado la dejó sin herencia hay que añadir su reiterado fracaso judicial por los derechos de la famosa foto. Hasta en cuatro ocasiones De Bendern acudió a los tribunales para exigir los de imagen y siempre se ha encontrado con un «no». La primera fue en 1978, cuando se cumplían los diez años del mayo francés y la fotografía volvía a aparecer en diversas publicaciones. La justicia siempre estimó que tenía un valor histórico y la sentencia marcó jurisprudencia sobre este tipo de casos durante acontecimientos que pueden ser calificados de históricos. Lo volvió a intentar en el 88 y en el 98, antes de que prescribieran los hechos, y obtuvo la misma respuesta. En Francia, la instantánea llegó a ser la portada de la revista «Paris Match» en la conmemoración del vigésimo aniversario (1988) y fue también utilizada en la tapa del primer libro del escritor Patrick Poivre d’Arvor. Por su parte, Jean Pierre-Rey, el fotógrafo que captó la instantánea, trabajó para «Nouvel Observateur» desde 1972 hasta 1995, año en el que falleció. También colaboró con las publicaciones «La Vie ouvrière» y «Le canard enchâiné».