Almudena Negro

La noche en que Alemania descubrió la libertad y el horror

Las fronteras que separaban el socialismo de la libertad se abrieron. El deseo de acceder a la Europa libre era imparable

«La República Democrática de Alemania abre sus fronteras», escupían los teletipos de Ap
«La República Democrática de Alemania abre sus fronteras», escupían los teletipos de Aplarazon

El 9 de noviembre de 1989 el «telón de acero» se venía abajo dejando al descubierto el crimen, hambre y miseria, así como la propaganda del socialismo real. Sucedió el día en que la policía del régimen soviético abrió la puerta de la verja que separaba a los dos mundos. Fueron los habitantes de la República Democrática de Alemania, víctimas primero del nacional socialismo y posteriormente del comunismo, dos caras de la misma moneda, quienes decidieron derribar los 155 kilómetros del muro que simbolizaba la opresión desde el 13 de agosto de 1961. En los días previos miles de alemanes desafiaron al comunismo en grandes ciudades y pueblos como Neuruppin. La apertura de la frontera entre Austria y Hungría, que había tenido lugar el 11 de septiembre, había preparado el terreno a la huida. Miles de alemanes pasaban también desde primeros de noviembre a Alemania por la frontera checoslovaca. Los jóvenes, como sucede siempre, eran la avanzadilla de los deseos de libertad de sus mayores. En realidad, el comienzo del fin hay que situarlo en Polonia. El sindicalista católico de Solidarnosc, Lech Walesa, iba a conseguirlo.

El lunes 9 de octubre, un mes antes de la implosión que llevaría a Fukuyama a escribir acerca del fin de la Historia, 70.000 personas habían desafiado al régimen en Leipzig, marchando hasta la sede central de la temible Stasi, la policía política del socialismo alemán. Desde ese momento no hubo marcha atrás. El régimen comunista estaba sentenciado. El 4 de noviembre ya eran medio millón los manifestantes que tomaban pacíficamente Berlín. La gente portaba sábanas sujetadas con palos, convertidas en carteles, reclamando elecciones libres, libertad de prensa y manifestación, o simplemente reformas. El régimen decidió permitir la manifestación. La riada humana era imparable. Así fue posible que el día 6 se debatiera el proyecto de una nueva ley que permitiera la salida del país. Fue rechazado por una amplia mayoría del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). El día 7 dimitía el gobierno de Willi Stoph. Al día siguiente renunciaban todos los miembros del politburó del comité central.

Y así se llegó al jueves que cambiaría el reparto de poder del mundo. Por la mañana se presentó un nuevo proyecto de ley que permitiría, a quien así lo deseara, salir del país. El plan era dar a conocer al pueblo el anteproyecto el día 10 de noviembre. No hubo tiempo. A las 18:53 horas del día de la liberación, en el berlinés centro de prensa internacional situado en la calle Mohrenstrasse 38, un periodista italiano, Riccardo Ehrman, preguntaba al ministro portavoz Günter Schabowski por la apertura de fronteras, un rumor que corría de boca en boca. Y éste, quien desconocía tanto la letra pequeña del anteproyecto como que hasta el día siguiente no se podía anunciar nada dado que no había asistido a la reunión del Comité, respondía que cualquier ciudadano podría viajar a donde quisiera. Dicha libertad de circulación entraría en vigor, Schabowski respondía a la cuestión planteada por el periodista de «Bild», Peter Brinkmann, «inmediatamente».

Anuncio antes de tiempo

Las agencias de prensa de todo el mundo informaban a toda velocidad y la noticia se expandía entre el mundo libre... y el comunista. Associated Press hacía el anuncio a las 19:05 horas: «La República Democrática de Alemania abre las fronteras». La agencia de noticias alemana DPA titulaba muy gráficamente a las 19:41: «Abierta la frontera de la República Democrática de Alemania». Inmediatamente se hacían eco de ello la televisión y radio públicas alemanas: «Se ha terminado el tener que salir del país a través de Checoslovaquia o Hungría». A las 20:30 ya había ciudadanos agolpándose en la frontera de la calle Bornholmer, exigiendo la apertura de la frontera que les separaba de la democracia. A las 21:10 terminaba el pleno de la Alemania Federal, que tenía lugar en Bonn, con el himno nacional. A las 23:00 la masa que pedía libertad era ya incontenible. Media hora más tarde se abrían las verjas que separaban el socialismo de la libertad. Miles de alemanes cruzaron la frontera entre exclamaciones de «por fin libres». De madrugada la riada de ciudadanos que querían acceder a la Europa libre ya era imparable.

El alcalde de Berlín occidental, el socialdemócrata Walter Momper, ordenó el día 10 de noviembre el pago de 100 marcos alemanes de bienvenida a los que huían de la tiranía. Según afirmaría poco después delante de Hans-Dietrich Genscher, Willy Brandt y Helmut Kohl, «los alemanes son el pueblo más feliz de la tierra». Kohl celebró que «viva la patria alemana libre, viva una Europa libre y unificada». Se había derrumbado lo que los comunistas denominaban, por obra y gracia del presidente del parlamento socialista, Horst Sindermann, «muro de protección antifascista». Alemania se encaminaba hacia su reunificación, que se firmaría finalmente el 3 de octubre de 1990.