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La noche en que Napoleón durmió en la gran pirámide

El emperador pasó en 1799 dos noches en la cámara real de la gran pirámide, al igual que hicieran Julio César y Alejandro Magno. el escritor Javier Sierra fabula aquella visita que le hizo «perder el miedo a la muerte»

La noche en que Napoleón durmió en la gran pirámide
La noche en que Napoleón durmió en la gran pirámidelarazon

Este libro es la reescritura nueva de una historia vieja. Javier Sierra la escribió en sus inicios, cuando su nombre todavía no era sinónimo de éxito y sus novelas no se colaban todavía entre las listas de libros más vendidos de Estados Unidos. Ahora, aquella narración, publicada hace 12 años y titulada con el nombre de «El secreto egipcio de Napoleón», reaparece totalmente reescrita y aumentada. Del original no queda más que la idea primigenia: la de Napoleón sentado en el recinto funerario de un faraón. El resultado es «La pirámide inmortal» (Planeta), que llegará a las librerías el 27 de agosto.

-¿Cuál fue el origen de esta historia»

-Trataba de figurarme qué le sucedió a Napoleón en la noche del 12 al 13 de agosto de 1799, cuando pasó una velada a solas en el interior de la Gran Pirámide, en la cámara del rey. Él admiraba a militares como Julio César y Alejandro Magno, y los dos pasaron una noche iniciática dentro de esta pirámide. Era una prueba de valor.

-Usted hizo lo mismo.

-En 1997, pasé una noche a solas dentro de la Gran Pirámide para hacerme una idea de lo que pudo sentir Napoleón. Las autoridades no dan permisos para permanecer dentro a esas horas. Tuve que recurrir a subterfugios. Estuve dentro desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Entré con una linterna hasta la cámara del rey, pero apenas la usaba. Sólo la tenía para utilizarla en caso de emergencia. Me desconectaron el sistema eléctrico. Sentí una tremenda angustia.

-¿Nada más?

-Cuando uno está varias horas en una cámara de granito aislada como era ésa, y recuerdo que el espesor de los muros es de treinta metros, acabas disolviéndote en la oscuridad. Me imaginé que la muerte tiene que ser algo parecido. Mi yo murió en esa noche de 1997, en la cámara del rey, y renací cuando dejé el lugar. Regresé al exterior tanteando las paredes. Alcancé la salida por un pasadizo estrecho. Es una sensación similar a salir del útero: una galería oscura y luz al fondo. Napoleón vivió una experiencia parecida a la mía. Cuando uno muere, aunque sea de esa manera iniciática, le pierde el respeto a la muerte, se vuelve osado, y por eso, creo, Napoleón perdió el miedo a la muerte.

-¿Qué pensó cuando estaba ahí dentro?

-Una de las cosas tradicionales que se dice cuando falleces es que repasas tu vida en imágenes y que, finalmente, acabas recordando a tu madre. Napoleón acaba conectando con su progenitora en mi novela. En mi caso personal, yo también comparto esa experiencia de repasar la vida. De alguna manera, la Gran Pirámide es un exorcismo personal. Escribí la novela para sacudirme esa sensación de muerte.

-¿Cómo es este Napoleón?

-Es un hombre de 29 años, al que le han confiado la flota militar más importante de la historia naval francesa. Le han entregado trescientos barcos para conquistar Egipto, siendo aún un joven estratega en pruebas. Lo increíble de Napoleón es que pierde sus naves, queda un año aislado en Egipto, pierde a un alto número de sus soldados, y, sin embargo, se presenta como un héroe cuando regresa a Francia. Eso me hizo pensar en el dominio que poseía de la propaganda y la imagen. Regresa creyendo que es un enviado de la Divina Providencia después de esa noche en la pirámide. El 15 de agosto, la fecha de su trigésimo cumpleaños, huye de este país del norte de África y comienza su fulgurante carrera. Para mí existe una relación entre lo que temió y soñó dentro de la Gran Pirámide y su trayectoria posterior.

-¿Por qué fascina tanto Egipto?

-Porque somos Egipto. En la organización política y territorial, somos Egipto. La existencia de una casta sacerdotal y política estaba en el país del Nilo hace 5.000 años. Además, esta civilización es la única de la Antigüedad que tenía una religión que aceptaba la resurrección de la carne. Por eso momificaban a los faraones: creían que volverían a la vida. Esa misma idea la difundiría después el cristianismo. De hecho, la figura de Osiris se parece mucho a la de Jesús. Éste muere y resucita a los tres días, igual que Osiris. En las dos historias, además, aparece una estrella en el cielo.

-Tras 12 años, se reencuentra con este libro. ¿Cómo es esa sensación?

-Cuando la leí para revisarla y publicarla de nuevo, ya había evolucionado mucho como narrador. Era una pena que se reeditara siendo tan «primitiva». Tengo una visión de autor. Lo importante de un escritor son sus historias. Hay que cuidarlas. Y si alguna de ellas requiere, por lo que sea, reescribirla, el autor es el único que puede hacerlo. El sueño de un autor es dejar un legado nítido de sus historias. Esto es muy raro en el siglo XXI, pero en la edad medieval era frecuente. Los trovadores medievales lo hacían. Mi objetivo es buscar la perfección en cada una de mis historias

-De hecho, ya lo ha hecho antes.

-En 2008 reescribí «La dama azul», mi primera novela. El libro tenía diez años y había aprendido mucho como escritor desde entonces. Hice una versión más contemporánea. La novela está mutando. No es lo mismo hoy que hace una década. Influyen las redes sociales, la televisión y el cine, la manera de recibir la novela los lectores... Es la obra que precedió a «La cena secreta». Yo era todavía un aprendiz de escritor. Al recuperar este libro, además, me di cuenta de que me habían quedado muchas cosas sin contar. Así me embarqué durante nueve meses en este nuevo proyecto. De hecho, se parece tan poco, que me decidí a poner el título que había escrito en la cubierta del manuscrito original: «La pirámide inmortal».

-¿Qué novedades incorpora?

-He aumentado su extensión y la profundidad humana de los personajes. En mi trayectoria hay un tema que he bordeado y que en este caso incorporo. Hay toda una parte de la novela que tiene que ver con Napoleón y una bailarina egipcia, que se cree que fue una amante que tuvo. De alguna manera quería equilibrar una novela muy vinculada a la muerte con una historia de amor. Las dos fuerzas de la naturaleza son el amor y la muerte. Y están presentes en esta versión, que contiene, además, una carga erótica que va a sorprender a los lectores.

-¿Qué es lo más difícil de crear un misterio?

-Hacerlo verosímil. Aportar suficiente documentación y ángulos para que el lector lo sopese de una forma adecuada. Pero, sobre todo, me interesa dar una interpretación de ese enigma. La literatura se inventó para resolver los grandes misterios. El primer poema de la humanidad es el «Gilgamesh». Es la crónica de un viaje que se inicia para resolver una pregunta: por qué el protagonista, que es un rey, tiene que morir igual que cualquier mortal. Sin preguntas no hay literatura.

-¿Por qué atraen ahora tanto las religiones y sus secretos?

-Al ser humano nos gusta lo prohibido, lo inasible. Y la religión se ha convertido en algo casi prohibido. Le hemos dado mucho peso a la razón, la información y le hemos quitado peso a lo sagrado. Cuando visitamos Santiago de Compostela, la gran capital de la peregrinación, nuestra mirada es la del turismo, los ingresos económicos que reportan todas esas visitas... pero no nos preguntamos por el factor espiritual. Y permítame una explicación: yo desligo el interés por lo trascendente de la religión como norma. Me interesa la inquietud espiritual. La parte normativa me parece una perversión de la espiritualidad. Las religiones organizativas, han pervertido la búsqueda humana del alma.

-¿Cree en Dios?

-(Risas). Para mí, Dios es física cuántica. Es algo que cambia de comportamiento cuando crees que lo has comprendido. Es un desafío colosal y merece la pena reflexionar sobre esta energía. Pero no veo a Dios como una persona, sino como una red que sostiene el universo.

-¿Que exista tanto interés por misterios de esta clase qué dice de la sociedad en la que vivimos?

-La popularidad de estas novelas refleja, primero, que hay una gran desorientación en nuestras sociedades. La cultura, tal como la vivimos hoy, está perdida. Existe un enorme avance material, pero muchas carencias en el ámbito íntimo. Lo particular está desatendido. Estas novelas ayudan a reflexionar sobre dichas ideas. Pero deben ser el inicio de un camino, nunca un fin. Yo no busco acumular lectores, sino despertar inquietudes. No busco compradores de libros, sino compartir inquietudes.

-Internet, la redes sociales...

-Están modificando la manera de contar historias, para peor, en general, porque los textos que exigen las tecnologías son bastante más breves. Ahora se hace «zapping» por las historias y no se profundiza en ellas. La novela va a ser el refugio de los que buscan hondura en las letras y eso no lo va a dar un twitter.

-Con la red también llegó la «piratería».

-Me molesta que no haya educación en ese terreno, que se pierda el respeto por la creación. España ha sido un país de creadores en todos los campos y me apena que no haya respeto por eso más allá de las pérdidas que, claramente, supone para la industria del libro. Esto me produce un gran desafecto. Mis libros están entre los más vendidos y tengo muchos de ellos que se los bajan los «piratas». Lo que me gustaría saber es cuántos de lo que se bajan los «piratas», se los leen después. Todavía nos aprovisionamos como si mañana no fuera a haber cosechas. Llenamos los «e-reader» con 5.000 libros y apenas vamos a leer 25. Me parece muy triste.

La fascinación del Nilo

La clave estaba en «Rosetta»

Los vestigios del antiguo Egipto siempre han alimentado la imaginación de aficionados y aventureros. La campaña de Napoleón aportó un descubrimiento esencial para comprender esta cultura: la piedra «Rosetta». Sus inscripciones ayudaron a descifrar los jeroglíficos. Egipto mostraba sus secretos. La fascinación por este país se extendería por Europa, alcanzando su cumbra con la tumba de Tutankamon o el busto de Nefertiti (en la foto). El arte egipcio alcanzaría a la moda, el cine y la pintura.

Historia de dos rivalidades

Nelson y Bonaparte, los estrategas de Europa

Nelson dominó los océanos. Napoleón sería emperador de Europa. Dos hombres, dos maneras de entender la guerra, la victoria y la derrota. Sus destinos acabaron encontrándose cuando el francés sólo era un oficial prometedor del ejército. Nelson arrastraba ya la gloria de su leyenda. Durante la campaña de Egipto, los ejércitos británico y francés se enfrentaron. El saldo de ese choque fue una importante derrota naval de la flota francesa. Nelson sorprendió a los buques de su rival. A las tres horas de combate, esos navíos resultaban un bonito recuerdo. «Nelson –comenta Javier Sierra– se quedó con el palo mayor del "Oriente", el barco que sostenía el pabellón francés. Con esa madera se quería hacer un ataúd para él. Lo cumplió y hoy está enterrado en él».