Literatura

Nueva York

La pasión de coleccionar

La saga Serrano Conde, unida por el amor al arte.. Son padre e hijo, abogados ambos y «enganchados a la pintura». ARCO nos sirve como pretexto para descubrir cuáles son los artistas que atesora su imponente colección

La pasión de coleccionar
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Con el arte a cuestas. Firmado: Ángel Mateo Charris. No, no es ése el nombre del lienzo que está detrás de los dos caballeros de la fotografía, pero podría cuadrarle. Padre e hijo, dos generaciones de amantes del arte con una pasión en común, la de coleccionar. El viernes llegaba a la casa de los Serrano el penúltimo lienzo de la colección paterna, el de la imagen. Casi húmedo aún, recién firmado por el artista. El camión paró frente al domicilio a media tarde, desembaló (queda constancia en la fotografía de Alberto R. Roldán) y ya, desde es mismo momento, pudieron gozar de la nueva adquisición. Pero ¿qué tienen que ver Lucio Muñoz y Feito con la nueva figuración? Nada, absolutamente nada. O todo, según como se mire. Manuel Serrano Alberca es abogado. No llega a los setenta. Está al frente de un bufete con solera. Se licenció en Derecho con Premio Extraordinario, realizó el Curso de Doctorado en Derecho Administrativo también con Premio Extraordinario y pertenece al Cuerpo de Letrados de las Cortes Generales.

Bendita Nieves Fernández

«Por mi profesión, no sólo tengo que tener conocimientos de Derecho, sino de historia de la política, de la música, del arte», explica. ¿Cómo empezó a coleccionar? La culpa, bendita culpa, la tuvo Nieves Fernández, una galerista de las grandes, «con la que tuve una gran amistad. Con ella adquirí buena parte de mis primeras obras, de Lucio Muñoz, Antonio López. Para mí fue estupendo sentirme respaldado por una persona que me hacía las cosas fáciles. Es muy importante dejarte asesorar y orientar por gente que sepa. Mi mujer también ha sido fundamental», cuenta, y recuerda aquel día ya lejano en que tuvo en su domicilio «bastantes Equipo Crónica, pero estaban demasiado caros para mí. Después con el tiempo me he arrepentido de aquello, pero...». Compra también en My Name's Lolita Art y en Marlborough, pero hasta ahí se puede leer, porque no quiere dar nombres de más galerías. Le gusta la obra de Manolo Valdés y está satisfecho de su colección, aunque nada más arrancar la charla, deliciosa, vaya por delante, suelta con exquisitas maneras un «yo, de mayor, quiero ser mi hijo», refiriéndose a las obras de Manuel junior. Los genes de esta saga tienen algo de artístico. Su suegro, que ejerció de cónsul en Manila y frecuentó a Benjamín Palencia (del que tiene una obra, por cierto) y al enorme Fernando Zóbel, ya le dio algunas lecciones artísticas casi sin querer. Y le calaron.

No recuerda cuál fue la primera obra que compró, «quizá una cubista», deja escapar. Y nos quedamos con la boca abierta cuando habla de algún cuadro que cuelga de las paredes «de la escuela de Popova». Pero si hay algún movimiento que abunde en su colección es el informalismo, la abstracción: «Me pillaron cerca por edad. Era la pintura que en aquella época, cuando yo era un poco más joven, se hacía. Digamos que es el arte de mis años, con Ráfols, Alexanco, que me parece fabuloso». Cuenta con gracia que un día se encaprichó de un Kokoscha y de un lienzo de Kitaj, pero el desembolso era excesivo, «carísimos», y los dejó a un lado. Ahora también se arrepiente. Su casa es un pequeño museo. Con Lucio se levanta, almuerza con Datas y puede cenar con un Pradilla que tiene a la vista, coetáneo de Muñoz Degrain, siglo XIX. «Es precioso. Cuando lo ves en conjunto, junto a los abstractos, te das cuenta de que se los come. Cómo eran estos pintores, qué maravilla...».

Manuel Serrano Alberca cuenta con gracia que tiene un amigo al que no le ha gustado nada que comprara el inmenso Charris de al foto: «A mi me ha encantado, pero él me dice que para qué voy a comprar figurativo si yo soy del abstracto, como él. Y le digo que voy a hacer lo que quiera». El criterio es su propio gusto: «Cuando veo algo que realmente me interesa lo compro. Y también me influye la amistad que pueda tener con el galerista. Hay alguno que es bastante persuasivo y hace muy bien su trabajo, pero sé que siempre lo que me diga será bueno para mí». Mientras hablamos, Serrano padre mira un lienzo en negro y naranja de Zóbel. Ynos da una envidia. Pero muy sana.

Su hijo, que tiene unos cuarenta, se crió entre lienzos y olor a pintura. De niño escuchaba hablar de Chillida como si tal cosa. Así que cuando tuvo la edad suficiente decidió seguir el ejemplo paterno. Vivía en casa con sus hermanas, Rocío y María Jesús, y lo que ahorraba decidió invertirlo en arte. Como lo oyen: veintipoco años y las ideas tan claras ya. Le compraba a Enrique Gómez Acebo (el «señor Egam», como una vez me dijo hace ya muchos años) y a Ramón García. Pagaba a plazos «porque de otra manera era imposible comprar lo que me gustaba. En vez de gastarme el dinero en otra cosa lo hacía en lo que realmente me proporcionaba placer», explica.

Cuadros en un almacén

El primer regalo que le hicieron sus padres, el primer cuadro, fue uno de Pedro Morales Elipe. Y después de ese llegaron unos cuantos más. Los guardaba en un almacén «hasta que pudiera colgarlos». Le gustaba el gran formato y las obras con colores estridentes, «más bien chillones». Acaba de comprar un Juan Cuéllar. Cuando conoció a la que hoy es su esposa (también vinculada al arte por tradición familiar) comenzó a frecuentar galerías, a ir a ARCO, «a comprar obras más tranquilas, arte figurativo porque era lo que nos interesaba a los dos. Y es que el gusto evoluciona. Hace tiempo se hizo con dos óleos y dos collages de Dis Berlin. Y en su colección también difruta cuando se topa con las obras de Ramón Canet, un pintor mallorquín que combina colores oscuros y vivísimos tonos, y de Alejandra Piñar.

«Los últimos que han llegado a casa son de Jorge Hernández, que domina el figurativo y la resina. Es un pintorazo que juega con las contradicciones: te coloca, por ejemplo, en el Polo Norte a una señora en traje de baño. Resulta bastante especial», dice. El primer cuadro de Charris que le regalaron medía apenas un cuadrado riguroso de 30 x 30. Lo que no imaginaba es que andando el tiempo le encargaría al artista un mural impresionante con Nueva York, que es su ciudad fetiche, como pretexto en azules y naranjas con el símbolo de la arroba. «Lo compré en un momento muy bueno, antes de que llegara su ''boom"», matiza. «Me gustaría poder dejarle a mis hijos una colección que ellos pudieran continuar», asegura mientras se confiesa «bastante impulsivo, mi mujer me tiene que frenar a veces para que no compre porque me lo llevaría todo». De tal palo, Manuel Seco junior dice que si tiene esa sensibilidad que le caracteriza es por la educación recibida en casa, por la cantidad de conversaciones entre lienzos, por las cantidad de telas vistas de Manolo Valdés, a quien admira su padre una barbaridad, o por la cantidad que aún le quedan por ver. Hablamos de José María Sicilia en ARCO, en el imponente stand de Chantal Crousel. Y del Gonzalo Sicre que tiene pendiente echarle el lazo. «Coleccionar es toda una aventura. Creo, además, que estos cuadros son como el buen vino».