La pesada carga de ser un icono
La Marianne del 68 recuerda aquel mes de mayo y lo que significó para ella representar una de las caras de las protestas que paralizaron París
La Marianne del 68 recuerda aquel mes de mayo y lo que significó para ella representar una de las caras de las protestas que paralizaron París.
Aquel día yo había ido con amigos a la manifestación, casi todos ellos artistas. Acababa de rodar semanas antes una película titulada «Destrúyanse» («Détruisez-vous»), de Serge Bard, que habíamos estrenado en abril, en la que yo interpretaba a una chica que repetía la lección revolucionaria que le enseñaba su profesor de forma dogmática: «¡Hay que atacar los bancos, abrir las puertas de las prisiones!», decía mi personaje. Estaba muy metida en el movimiento y ansiábamos cambios. Queríamos renovar varios aspectos de una sociedad que veíamos anclada, entre ellos, el arte. Después de caminar varias horas por el centro de París, llegó un momento en el que estaba cansada, me quería quitar los zapatos y me subí a los hombros de un amigo, que había participado en la revuelta de la Universidad de Nanterre semanas antes. Llevaba en la mano una bandera del Frente para la Liberación de Vietnam del Sur [momento en el que el fotoperiodista Jean Pierre-Rey captó la imagen que convirtió a Caroline de Bendern en un icono de Mayo del 68]. El año anterior, en el 67, estaba en Nueva York trabajando como modelo. Había muchas manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Yo frecuentaba el entorno de Andy Warhol y conocí, entre otros, a John Palmer, el director de «Empire» [película experimental basada en el paso del tiempo y que muestra durante ocho horas el edificio del Empire State codirigida con el propio Warhol]. Con Palmer hablaba mucho, siempre colocados con diversas drogas de la época. De la guerra de Vietnam y de las luchas raciales. Íbamos a juntarnos con los negros que se manifestaban en Newark e incluso planeábamos hacer saltar por los aires la fábrica de napalm con la que la aviación estadounidense atacaba las zonas rurales vietnamitas. Aunque finalmente esto quedó solo en proyecto... Y un año después, en París, en la manifestación con la bandera de Vietnam, me dije a mí misma que a falta de no haber podido volar la fábrica de napalm, por lo menos estaba haciendo algo...
Un principio divertido
No sé si merezco la popularidad que aquel instante me dio...Al principio lo encontraba incluso divertido, pero después, cuando la foto se convirtió en un icono del movimiento, empecé a darme cuenta de que tenía que asumirlo de una forma o de otra y en ocasiones se transformó en algo duro, en una carga. De haber sabido todo lo que me acarreó, lo hubiera pensado más, pero quizá lo hubiese hecho igualmente. Pero pagué un precio alto. Con aquello se me escapó muchísimo dinero. Mi abuelo [el conde Maurice Arnold de Bendern, un aristócrata inglés amigo de Churchill] me quería bastante, aunque siempre quiso que yo me hubiese movido por las esferas de la alta aristocracia. Tenía otros planes para mí. Estuvo muy ofendido por la imagen y me convocó. Le respondí que yo estaba haciendo lo que creía que era justo. Discutimos y me fui dando un portazo. Murió a finales de 1968. Le llamé por teléfono antes de fallecer, cuando estaba muy enfermo, le dije que quería ir a visitarlo. Me contestó que no quería verme y me soltó: «Te arrepentirás de lo que has hecho», y me colgó. Falleció pocos días después. Esto marcó mi vida. Fui una joven comprometida y lo sigo siendo ahora. No sé si aquellos acontecimientos hicieron mella en mi personalidad, pero configuran quién yo soy hoy.
Claro que luego hubo otras batallas. Cincuenta años después, recordar aquello me llena de melancolía, porque la evolución del mundo desde entonces no me ha gustado. Sé que puede ser una frase hecha aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero ese lo fue. Era «cool». Había más libertades que ahora. A veces me pregunto siun día vamos a acabar atrapados en la prohibición. Me encantaba el eslogan «prohibido prohibir». ¡Es tan aplicable a la actualidad! Fue toda una revolución cultural. Algo emocionante. Cambió muchas cosas.
A día de hoy, evocar el Mayo del 68 me sigue inspirando libertad. Desde entonces han crecido los obstáculos para manifestarse. Han intentado impedirlo cada vez con más intensidad. La verdad, creo que tendríamos que abolir los cargos políticos, ¡estoy tan harta de estos egomaníacos! ¡Propongo un Estado sin cabeza! Una de las últimas causas por las que salí a la calle fue contra el Brexit. Sobre todo, por el racismo social que esconde. Es el mismo que utilizó Hitler y que hoy usa Trump. En la actualidad mi gran lucha es el cambio climático y la preservación de esas cosas que configuran la dulzura de vivir: lo bello, el arte, y, en último lugar pero no por ello menor, el «swing» y el humor... todo aquello sin lo que la vida no merecería la pena.
UNA FOTO DESAFORTUNADA
Por Carlos Herranz/ París
Caroline de Bendern tenía 23 años en mayo del 68. Era una chica de origen británico y nieta de conde que había sido expulsada de los colegios más selectos y que representaba lo que la sociedad estaba viviendo. Su foto en la manifestación del día 13, tras las cargas policiales contra las barricadas de la Sorbona, dio la vuelta al mundo por la analogía que guardaba con «La libertad guiando al pueblo». Episodio que la convirtió en la Marianne del 68, pero que no la aportó todo lo contrario a un beneficio. A los millones de libras que perdió cuando su abuelo escandalizado la dejó sin herencia, hay que añadir sus fracasos judiciales por los derechos de la foto. 50 años después, afirma que hoy es aún más difícil gritar aquello de «prohibido prohibir».